Arriba de ella me siento libre. El aire me acaricia y me refresca. Realmente encuentro una oración en cada pedaleada. Es conectarme con el creador y con toda su obra magna.
Sé que no estoy sola, que debo compartir las calles con grandes monstruos que no se toman el tiempo de verme, que no se tientan el alma para aventarme sus garras.
Muchos de ellos chillan con sus pitidos cuando mi velocidad rompe la prisa que llevan y los obligo a frenar.
Puedo ver en sus caras enojo, sus manos levantadas de reclamo. Ellos no entienden que la calle también es mía.
Marcela Garza