Diego Rivera visitó un día en su taller a Pablo Picasso y mientras miraba sus cuadros, notó que uno que estaba en la parte alta de la pared era muy similar a una obra cubista suya. Al preguntarle por ese cuadro, Picasso respondió que lo había pintado desde 1906 (anticipándose al cubismo), sin embargo, la curiosidad de Rivera lo llevó a colocar una silla para bajarlo y posteriormente darse cuenta de la mentira. Cuando lo tocó, sus manos se llenaron de pintura fresca.
Ante el hecho, Rivera salió molesto del taller y a partir de entonces terminó la amistad que tenían de dos años.