Detrás del mea culpa
El Banco Mundial aceptó haber manipulado su ranking de competitividad en detrimento del gobierno socialista de Chile. Las acusaciones de que el organismo está sesgado en contra de gobiernos de izquierda representan un severo golpe a su credibilidad como institución multilateral
Rodrigo CarbajalEn un momento en el que el auge de los movimientos populistas en occidente ponen en tela de juicio la legitimidad de las élites y de las instituciones multilaterales de corte tecnocrático, el Banco Mundial enfrenta su peor crisis de credibilidad en décadas.
Paul Romer, economista en jefe del Banco Mundial, aceptó en una entrevista con el diario The Wall Street Jounral que la metodología del ranking de competitividad para hacer negocios fue manipulada y modificada con fines políticos.
Sus declaraciones generaron una ola de indignación al interior del gobierno socialista de Michelle Bachelet en Chile, el país más afectado por esta práctica.
El hecho de que Chile pasó del lugar 34 al lugar 55 en el ranking de competitividad durante el segundo mandato de Bachelet contribuyó a la construcción de la narrativa de que este gobierno implementó políticas económicas ineficientes que obstruyeron el crecimiento y la inversión. Esta narrativa le costó la elección presidencial del mes pasado al candidato oficialista Alejandro Guillier, quien perdió frente a Sebastián Piñera, el empresario multimillonario que se prepara para un segundo término.
El debate económico jugó un papel fundamental en la elección. Piñera, en cuyo primer término se observó un notorio avance de Chile en el ranking de competitividad del Banco Mundial, se convirtió en el candidato de la reforma promercado y del crecimiento económico.
La administración de Bachelet, en cambio, es referido como el clásico gobierno progresista de izquierda. Su legado más significativo es una reforma tributaria de corte redistributivo que, de acuerdo a sus críticos, es parcialmente responsable de que el país haya crecido a una tasa de 1.8 por ciento anual durante los últimos cuatro años.
En esencia, el ranking de competitividad para hacer negocios del Banco Mundial tiene un marcado sesgo contra gobiernos de izquierda. Este instrumento, que incluso es utilizado por países como Nigeria, como un objetivo explícito de política económica, penaliza a las naciones que cuentan con un salario mínimo o que gravan a las corporaciones con impuestos adicionales al impuesto sobre la renta.
En su entrevista, Paul Romer, un respetado miembro de la academia económica de élite, expresa que la caída de Chile en el ranking de competitividad no refleja un deterioro en clima de negocios del país durante el mandato de Michelle Bachelet.
Como en los 90
En la década de los 90, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional fungieron como vehículos del consenso de Washington en un número importante de economías en desarrollo. Estas dos organizaciones multilaterales, pilares de la arquitectura institucional del sistema monetario y comercial de Bretton Woods, promovieron un agresivo programa de reformas de corte ortodoxo en América Latina y el sudeste asiático.
Sin embargo, en los últimos años, tanto el Banco Mundial como el Fondo Monetario Internacional adoptaron posturas más progresistas que neutralizaron las críticas de sesgo ideológico.
Ahora, a raíz del escándalo del ranking de competitividad, la neutralidad ideológica y la credibilidad del Banco Mundial como institución autónoma están en duda. Las críticas están de regreso.