En la última década, Jackson Hole se convirtió en el evento económico más importante del año. Organizado por la Reserva Federal de Kansas desde 1978, el simposio reúne a los jefes de los bancos centrales más importantes del mundo. Este año, el mercado espera con ansias cualquier señal que pudiera enviar Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, o Janet Yellen, la presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos cuya gestión expira en el 2018.
Históricamente, el tema del simposio ha significado un reflejo fiel de la coyuntura económica. En el 2013, el tema fue el de “las dimensiones globales de la política monetaria poco convencional; en el 2009 “estabilidad financiera y política macroeconómica; y en el 2007 “las finanzas del mercado inmobiliario y política monetaria”.
Este año, el evento gira en torno a la “generación de condiciones para una economía global dinámica”.
El título del simposio deja ver que la recuperación económica a la crisis financiera global del 2007-2008, liderada esencialmente por la política monetaria de los principales bancos centrales del mundo, ha dejado cuentas pendientes.
El consenso de analistas argumenta que, en los últimos 10 años, los cambios en la tasa de interés de referencia de los bancos centrales y la compra masiva de activos de parte de las autoridades monetarias ha fungido como la única respuesta considerable a la crisis. La política fiscal, detenida por el fuerte endeudamiento del grueso de las economías de tamaño considerable, ha brillado por su ausencia. Ante la polarización política, el peso de la recuperación cayó sobre los hombros de Yellen y Draghi, por mencionar a algunos.
La autonomía de los bancos centrales les permitió tomar medidas extraordinarias y poco convencionales como la utilización de tasas de interés en terreno negativo y la inyección de liquidez al sistema financiero de una magnitud de 85 mil millones de dólares al mes.
Mohamed El-Erian, asesor económico en jefe de Allianz, y Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional son célebremente citados por la frase de que, por mucho tiempo, existió “un solo juego en la ciudad”, el de la política monetaria.
Un legado peligroso
Si bien, estas políticas permitieron una recuperación gradual que ha llegado al grado de que la economía estadounidense se encuentre al borde del pleno empleo, la utilización de instrumentos heterodoxos ha legado un escenario económico completamente diferente al de hace 10 años.
El consenso de analistas refiere que la falta de un crecimiento sólido y sostenido en las economías avanzadas, motor de demanda para países exportadores de manufacturas como México, representa el principal reto para las autoridades de política económica. Larry Summers, quien fungió como secretario del Tesoro durante la administración de Bill Clinton, bautizó este fenómeno de bajo crecimiento estructural como “estancamiento secular”.
La persistencia de una baja inflación y el raquítico crecimiento de los niveles salariales en Estados Unidos son los signos más evidentes de una condición económica que el debate académico no ha podido definir como una situación coyuntural o estructural.
En el entendido de que la política monetaria debe comenzar un ciclo de restricción (elevar tasas de interés y desprenderse de activos en la hoja de balance) para poder tener la suficiente fortaleza para enfrentar la siguiente crisis, los mercados esperan señales para definir la trayectoria de este proceso de desmantelamiento de las políticas implementadas en la última década.
Nouriel Roubini, profesor de economía de la Universidad de Nueva York y uno de las voces que alertó sobre la crisis de hace 10 años, explica que si los bancos centrales mantienen tasas de interés de referencia en niveles cercanos a cero, la única respuesta posible a un nuevo episodio de contingencia sería el uso de nuevas medidas heterodoxas cuyos efectos aún son desconocidos.
Algunos economistas refieren que el experimento monetario de la última década es parcialmente responsable del fuerte endeudamiento que se volvió generalizado en economías emergentes y avanzadas y que ha bloqueado cualquier esfuerzo relevante de política fiscal. Muestra de ello es que el indicador más amplio de deuda pública de México pasó de 27 por ciento del producto interno bruto (PIB) en 2008 a un 48 por ciento del PIB proyectado para el cierre de 2017.
Desigualdad y populismo
También se ha expresado que las políticas monetarias poco convencionales de la última década han ampliado la desigualdad de riqueza. “Los dueños del capital, principalmente los más ricos, tienen una ventaja desproporcionada cuando se trata de política monetaria”, explica Matthew Blake, director de la Iniciativa Financiera y de Sistema Monetario del Foro Económico Mundial. “El valor de los activos tiende a incrementarse durante periodos de estímulo monetario”, puntualiza.
La desigualdad rampante, en última instancia, es citada como un factor determinante para explicar la irrupción de nuevos fenómenos políticos de corte populistas, fenómenos que a su vez implican una polarización que inhibe el activismo reformista.
Es decir, las condiciones estructurales de bajo crecimiento y desigualdad, apuntaladas en gran medida por el cambio tecnológico de la denominada Cuarta Revolución Industrial, difícilmente podrán ser paliadas en un contexto de alto riesgo político.
En palabras de El-Erian: “Al final, el efecto sociopolítico e institucional de la crisis excede por mucho al efecto económico y financiero”.
Yellen, Draghi y el resto de los banqueros centrales tienen muchas preguntas que responder en Jackson Hole.