Fractura bancaria
Nuevamente, Europa vuelve a ser el centro de disrupción para el sistema financiero global. En el 2012, la crisis de deuda soberana de la Eurozona irrumpió los mercados. En el 2015, el potencial default de Grecia significó una constante fuente de incertidumbre. En el verano de 2016, la salida de Reino Unido de la Unión Europea dio origen a un episodio de volatilidad.
Rodrigo Carbajal
Nuevamente, Europa vuelve a ser el centro de disrupción para el sistema financiero global. En el 2012, la crisis de deuda soberana de la Eurozona irrumpió los mercados. En el 2015, el potencial default de Grecia significó una constante fuente de incertidumbre. En el verano de 2016, la salida de Reino Unido de la Unión Europea dio origen a un episodio de volatilidad.
Ahora, el sistema bancario europeo se encuentra al centro de las preocupaciones de los inversionistas respecto a la estabilidad de la arquitectura financiera mundial que se diseñó después de la crisis de 2008.
Tras el colapso de Lehman Brothers, la política pública, en países avanzados y emergentes, se abocó a construir un nuevo andamiaje regulatorio para contener el riesgo sistémico que precedió a la peor recesión desde la Gran Depresión.
Sin embargo, el endurecimiento de las regulaciones financieras no ha estado exento de costos.
El frágil estado del sistema bancario europeo, patente en la debacle reciente de Deutsche Bank, es prueba de ello.
Un incremento en los requerimientos de reservas de capital y la imposición de límites a los bancos para participar en actividades especulativas pretenden crear un modelo de instituciones financieras seguras. La excesiva toma de riesgo de antes de la crisis por parte de los bancos derivó en un deterioro de sus hojas de balance que eventualmente causó la implosión del sistema financiero mundial.
Pese a estos esfuerzos, el nuevo marco regulatorio ha mermado la capacidad de los bancos para generar ingresos, poniendo en entredicho la sostenibilidad de uno de los pilares de la arquitectura financiera global.
Además, la persistencia de una anémica tasa de crecimiento y de tasas de interés en niveles mínimos históricos ha exacerbado la crítica situación de los bancos de Europa.
Deutsche Bank: debilidad patente
Desde mayo de 2007, cuando se tocó un punto máximo, el valor de capitalización de mercado de Deutsche Bank ha caído en alrededor de un 90 por ciento. Tan sólo este año, los títulos del mayor banco de Alemania han perdido casi el 50 por ciento de su valor.
La debilidad de esta institución puso a los inversionistas a cuestionarse si un rescate público era necesario para evitar un episodio parecido al de Lehman Brothers en 2008. De acuerdo al Fondo Monetario Internacional, Deutsche Bank representa el mayor contribuyente neto al riesgo sistémico. La compleja interconexión del banco con otras instituciones financieras es referido como una amenaza potencial para el sistema financiero.
En ese sentido, difícilmente podría argumentarse que la fragilidad de Deutsche Bank representa la punta del iceberg del riesgo sistémico. Los activos del banco están valuados en 2 billones de dólares, equivalente a más de la mitad del producto interno bruto de Alemania. Una analogía más adecuada sería que hay más icebergs en el sistema financiero de Europa.
La vulnerabilidad de los bancos europeos se puso de relieve después de la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Semanas después del acontecimiento, el gobierno italiano propuso un rescate de 40 mil millones de dólares para mejorar las hojas de balance de los bancos más relevantes del país. El programa incluyó una inyección de capital a Banca Monte dei Paschi di Siena, el tercer mayor prestamista de Italia y el banco más antiguo del mundo.
“El Brexit podría incidir en la explosión de una crisis bancaria de proporciones completas en Italia. El riesgo del colapso de la Eurozona es inminente si las preocupaciones respecto al Brexit no son atendidas”, declaró entonces, Lorenzo Codongo, ex-director general y economista en jefe del Departamento del Tesoro del Ministerio de Economía de Italia.
En la misma línea, Pierpaolo Baretta, subsecretario del Ministerio de Economía de Italia, dijo al diario The Wall Street Journal: “Hay una epidemia e Italia es el paciente más enfermo”.
Multas al acecho
El deterioro reciente de Deutsche Bank no responde a un episodio de volatilidad en los mercados. La pronunciada caída en el precio de las acciones sucedió a un anuncio del Departamento de Justicia de Estados Unidos de que le impondría al banco una multa de 14 mil millones de dólares por manipulación de mercados en los años previos a la crisis.
La cifra excedió significativamente las reservas de Deutsche Bank para litigios legales y se acercó al valor de capitalización de mercado de la firma de 15.7 mil millones de dólares.
Aunque la multa fue reducida a 5.4 mil millones de dólares el viernes pasado, provocando un rebote en las acciones de la firma, quedó de manifiesto el desgaste que han representado las medidas punitivas de las autoridades para los bancos. La multa de 8.9 mil millones de dólares impuesta a al banco francés BNP Paribas es el antecedente más notable.
Este desgaste se ha vuelto evidente en los planes de resiliencia de los bancos europeos. John Cryan, director general de Deutsche Bank, dijo que este año la firma no registrará ganancias porque se encuentra en plena reestructuración. El plan incluye el despido de 10 mil empleados (20 por ciento de su plantilla), la venta de activos riesgosos, así como la suspensión de dividendos para inversionistas.
La semana pasada, Commerzbank, el segundo mayor prestamista de Alemania, también anunció un plan de reestructuración que le costará al banco 1.1 mil millones de dólares y que contempla un recorte de 9 mil 600 empleos (20 por ciento de la plantilla. De igual forma, ING, el mayor banco de los Países Bajos, también anunció que despedirá “decenas de miles de empleados”.