A media luz
La transición de la narrativa económica de México de los últimos tres años ha sido dramática. El país pasó de ser la promesa emergente cuyo ciclo reformatorio ofrecía ambiciosas perspectivas de crecimiento y oportunidades de negocio para los inversionistas globales a ser el blanco comercial número uno de la administración de Donald Trump.
Indigo Staff
La transición de la narrativa económica de México de los últimos tres años ha sido dramática. El país pasó de ser la promesa emergente cuyo ciclo reformatorio ofrecía ambiciosas perspectivas de crecimiento y oportunidades de negocio para los inversionistas globales a ser el blanco comercial número uno de la administración de Donald Trump.
La postura de las autoridades de política económica viró desde un enfoque activo hacia un enfoque reactivo. El empuje de las reformas estructurales fue sustituido por las conferencias de prensa conjuntas de la Secretaría de Hacienda y de Banco de México para ofrecer un plan de contingencia frente a “la adversidad del entorno”.
Sin embargo, más allá de la coyuntura, el estado de la economía mexicana refleja una estabilidad relativa, al menos en términos macroeconómicos. Ni auge, ni crisis. El consenso de economistas del sector privado que son consultados mensualmente por el Banco de México esperan que el país crezca 1.60 por ciento este año.
Estabilidad relativa
La característica esencial de la política económica de México en los últimos 20 años ha sido el de privilegiar la estabilidad macroeconómica como una condición necesaria para el desarrollo.
En el discurso, el secretario de Hacienda y el gobernador del Banco de México han mantenido este lineamiento. Pese a que los fundamentos fiscales se han deteriorado de manera significativa en este sexenio, por causas internas y externas, el nivel de deuda pública en México, como proporción del producto interno bruto (PIB), aún se mantiene en niveles bajos para los estándares de otros países emergentes y de países miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
Las proyecciones más pesimistas de la deuda pública de México proyectan que ésta sea de una magnitud superior al 50 por ciento del PIB. En cambio, la deuda pública de Brasil, referido por muchos años como el rival económico de México, es de 66 por ciento del PIB.
Por otra parte, la depreciación del peso frente al dólar, que en los últimos dos años alcanza el 48.54 por ciento, no se ha traspasado a cabalidad hacia el nivel de precios. Aunque el consenso de analistas espera que la inflación de 2017 sea de 4.7 por ciento (encima del objetivo de Banco de México de 3 por ciento, ésta aún se considera manejable.
La cifra es inferior a la tasa inflacionaria de 6.5 por ciento que sucedió a la recesión del 2009.
Este contexto de relativa estabilidad macroeconómica ha permitido que la economía mexicana crezca de manera constante. La magnitud de la expansión aún es considerada mediocre, pero es superior a la de contrapartes emergentes como Rusia y Brasil.
En términos coyunturales, la mayor fortaleza de la economía mexicana reside en el mercado interno. En noviembre, las ventas anualizadas mismas tiendas que registra la ANTAD crecieron 6.5 por ciento. La cifra contrasta fuertemente con la narrativa pesimista que han dibujado los constantes recortes a la tasa de crecimiento de parte del gobierno, de los organismos multilaterales y del sector privado.
Amenaza exterior
La agenda proteccionista de Donald Trump se instala como una prioridad de política económica en un mal momento para la economía mexicana. El alza en las expectativas de inflación, el inicio de un ciclo de aumentos en la tasa de interés de referencia (con efectos adversos para la actividad económica) y un plan de austeridad que busca fortalecer los fundamentos fiscales son parte del escenario actual de la economía de México.
La semana pasada, Jonathan Heath, un economista independiente, escribió en un artículo para el diario Reforma: “Todos los componentes del PIB por el lado del gasto este año van a mostrar menos dinamismo que en 2016”.
La incertidumbre generada por las políticas públicas del gobierno de Trump se traducirán, según Heath, en un fuerte descenso de las exportaciones y de la inversión privada.
Además, la depreciación del tipo de cambio, derivada de esta coyuntura, se reflejará en una mayor inflación que intentará ser reducida con políticas monetarias de corte restrictivo.
Problemas estructurales
Rolando Cordera Campos, uno de los economistas de mayor prestigio en el país, es el coordinador de un grupo de economistas que ha sido particularmente crítico del enfoque de política económica de las últimas dos décadas.
El grupo de trabajo, denominado Nuevo Curso de Desarrollo, sostiene que la economía mexicana se enfrenta a un problema estructural, patente en las raquíticas tasas de crecimiento y en los alarmantes niveles de pobreza laboral.
Cordera ofrece tres datos en este respecto. El primero, que el 48.24 por ciento de la población no percibe más de dos salarios mínimos. Ello, argumenta, explica la falta de un mercado interno robusto que pueda ser el eje rector del crecimiento.
El segundo, que el 57 por ciento de la población económicamente activa se encuentra en una condición de informalidad. Esto se asocia con bajos niveles salariales, baja productividad y la falta de acceso a servicios básicos de seguridad social.
El tercero, que el 19.65 por ciento de la población económicamente activa forma parte de la brecha laboral, una categoría que reúne a los desempleados, a los subempleados y a los desertores del mercado laboral.
Todo ello pone de relieve la debilidad estructural de la economía mexicana, que en los últimos 36 años ha crecido a una tasa anual promedio de 2.3 por ciento. Si se observa el desempeño económico del país en los últimos 10 años, la cifra anual promedio es de apenas 1.88 por ciento.
El Coneval estima que más del 46 por ciento de los mexicanos se encuentran en una situación de pobreza. Con una tasa de crecimiento que ha hecho crecer el ingreso per cápita a una razón anual de 0.85 por ciento en los últimos 10 años, México parece estar condenado a la pobreza endémica.
Al menos, esa es la lógica detrás del argumento de Cordera.