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Romper dominio, prevenir abusos
El argumento de los reguladores y de quienes apoyan romper las operaciones de los monopolios (y monopsonios) digitales es que su dominio abre la posibilidad de abusos contra los consumidores y contra la competencia igual que como sucede con los actores dominantes físicos, a pesar de que sus operaciones sean distintas.
En el caso de Google, se le acusa de abusar de su dominio favoreciendo sus propios servicios en sus resultados de búsqueda.
Esto vuelve más difícil para los anunciantes administrar sus campañas y lograr que los consumidores den click a sus productos o entren a sus sitios. Pero Google no está solo en estas acusaciones de abusos.
Amazon ha sido atacado por sus tácticas de negociación con sus proveedores, sobre todo enfocándose en su comportamiento durante su ahora resuelta disputa con la editorial Hachette. Facebook, por otro lado, ha sido acusado de abusar de su dominio en las redes sociales violando la privacidad de sus usuarios.
The Economist reporta que los gigantes digitales amplifican su dominio beneficiándose de los efectos del fenómeno de redes, el cual implica que la popularidad de un servicio atrae a más usuarios, convirtiéndose en un ciclo que se perpetúa a sí mismo.
Estos efectos vuelve menos probable el que los usuarios se cambien de servicio, y vuelva más difícil para los anunciantes cambiar de plataforma.
Aunque es más fácil entrar a un mercado digital que a uno físico por cuestiones de infraestructura, las grandes empresas a menudo devoran con facilidad a sus nuevos competidores, como ocurrió en el caso de Google con Waze o de Facebook con Instagram.
En conjunto, las características y comportamientos de estas empresas reducen la competencia y se prestan a abusos.
Lo mismo, pero no es igual
La teoría económica tradicional afirma que cualquier tipo de monopolio perjudica a la economía al largo plazo porque previene la competencia.
Si las empresas no compiten, no tienen por qué innovar y pueden cobrar lo que quieran ya que los consumidores no tienen otra opción.
Sin embargo, la premisa en la que se sostiene esa línea ideológica es que, al final, los monopolios no son deseables porque el público es el que sufre.
Esto no parece ser el caso en la era digital del Internet. La mayoría de las grandes empresas como Google o Facebook no cobran por sus servicios, por lo que no se pueden comparar con otro tipo de monopolios.
Además, el valor de estas empresas reside precisamente en sus grandes redes de clientes. Por ejemplo, Facebook sólo es atractivo por el gran número de usuarios que tiene.
Si las personas cambian de red social, la empresa ya no sería la misma y carecería de incentivos o capital para invertir en innovación.
En otras palabras, para que se puedan mantener como negocios, este tipo de empresas necesitan una gran participación de mercado.
Lo más destacable es que, a diferencia de otros monopolios, los clientes son los principales beneficiados. El poder que en la industria editorial maneja Amazon, por ejemplo, ha significado variedad y bajos precios para los consumidores.
En ese sentido, políticas como la promovida por el Parlamento Europeo tienen la intención de proteger la competencia por el bien de la competencia y no para mejorar el mercado al público general.
El bien del consumidor debe ser el principal objetivo de las políticas de competencia, por lo que las grandes empresas de Internet ameritan un nuevo enfoque legislativo en lugar de aplicar las teorías tradicionales.