La reforma de salud en Estados Unidos aprobada recientemente durante la administración de Barack Obama es una ley de proporciones épicas.
No solo por sus consecuencias, sino por el simple tamaño del libro en la que se detalla. Más de 2 mil 700 páginas enlistan desde nuevos procedimientos hasta regulaciones y una serie de impuestos “especiales”.
Sin abundar sobre la validez de la ley en sí, resulta algo extraño entender la finalidad de muchos de los impuestos que se proponen; éstos harán al sistema tributario, de por sí ya lleno de excepciones, todavía más difícil de entender.
Las novedades
Entre estos impuestos curiosos está uno para servicios de tanning, o bronceado artificial, en los que se cobrará un 10 por ciento adicional a todos los impuestos federales y estatales.
Aunque aplicará solo para salones que sean bajo techo, así que muchos ya estudian la posibilidad de ofrecer sus servicios al aire libre.
El impuesto no será aplicable para personas cuyo doctor les recetó, como parte de su tratamiento, una linda tarde en el spa.
Tampoco aplica para doctores con licencia que hacen la práctica en sus propias instalaciones, lo que podría ser un jugoso negocio para los médicos en el largo plazo.
Además, las personas cuyo gasto exceda 2 mil 830 dólares en medicinas se les cobrará impuestos adicionales y se las dejará de pagar el seguro de gastos médicos conocido como Medicare.
Sin embargo, en cuanto ese mismo gasto exceda los 4 mil 500 dólares, esa misma persona estará una vez más cubierta por el seguro.
Por lo tanto, ya una vez pasados los 2 mil 830 dólares, lo más eficiente de hacer es simplemente continuar gastando hasta llegar a los 4 mil 500, con tal de no pagar ni un solo centavo.
La ley también propone un impuesto del 40 por ciento a los seguros de gastos médicos privados llamados “Cadillac” que cuestan más de diez mil dólares anuales para individuos y más de 27 mil para familias.
Sin duda la mayor cobertura de salud es deseable, aunque es cuestionable qué tanto se podrá recaudar con impuestos tan específicos y aparentemente fáciles de evadir.
Con ello también el sistema impositivo en Estados Unidos se aleja una vez más del recomendado principio de simplicidad.