Lo primero en la agenda
La incertidumbre se convirtió en una característica inherente a cualquier pronóstico respecto de la administración de Donald Trump. Sin embargo, la agenda del nuevo gobierno estadounidense ha definido una prioridad de manera clara: el lema de “América, primero” iniciará con una oleada de políticas comerciales de corte proteccionista.
Rodrigo Carbajal
La incertidumbre se convirtió en una característica inherente a cualquier pronóstico respecto de la administración de Donald Trump. Sin embargo, la agenda del nuevo gobierno estadounidense ha definido una prioridad de manera clara: el lema de “América, primero” iniciará con una oleada de políticas comerciales de corte proteccionista.
El presidente de Estados Unidos cumplió una de las pocas propuestas concretas que realizó en campaña. Ayer, Trump firmó una orden ejecutiva para retirar a Estados Unidos del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés).
Días antes, minutos después de su toma de posesión, el presidente anunció que se iniciará la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en los próximos días. Donald Trump se reunirá con el presidente de México, Enrique Peña Nieto, el 31 de enero, antes, incluso, que la reunión pactada con el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu.
Asimismo, ayer, en un desayuno con empresarios de alto perfil, Trump aseguró que las firmas estadounidenses deben prepararse para la implementación de un nuevo impuesto fronterizo. A la reunión asistieron los directores generales de Ford, Dell, Whirlpool, Lockheed Martin, Dow Chemical, Johnson & Johnson, U.S. Steel, Space X, entre otras empresas.
En la primer semana de su administración, Trump ha enviado un mensaje ambivalente. Su discurso presenta a su gobierno como una entidad pro negocios comprometida con políticas que favorezcan el crecimiento económico. El presidente le dijo a los directores de las principales firmas manufactureras y tecnológicas de Estados Unidos que habrá un recorte “masivo” de impuestos y que se eliminarán cerca del 75 por ciento de las regulaciones que afectan a las empresas americanas.
Paradójicamente, este pronunciamiento también hizo referencia, una vez más, a un impuesto fronterizo que, según el consenso de analistas, puede resultar más perjudicial para las exportaciones mexicanas que una reapertura relativamente exitosa del TLCAN.
Impuesto de miedo
Las expectativas de mayor crecimiento que ha desencadenado el discurso económico de Trump, patente en las proyecciones de organismos como el Fondo Monetario Internacional, encuentran un contrapeso de alto riesgo: una guerra comercial.
En campaña, Donald Trump fue insistente en su promesa de imponer un arancel de 35 por ciento a las exportaciones mexicanas y de 45 por ciento a las exportaciones chinas. El déficit comercial se convirtió en el indicador por excelencia de la política económica del presidente.
En ese sentido, el impuesto fronterizo, referido por Trump en sus amenazas a las firmas automotrices con planes de inversión en México, representa el vehículo que podría paliar el déficit comercial y derivar en una guerra mercantil con México y China, dos de los tres mayores socios de Estados Unidos.
El funcionamiento de este impuesto, a grandes rasgos, es equiparable a una tarifa arancelaria para las importaciones y un subsidio para las exportaciones de Estados Unidos. El cambio al código fiscal implicaría que las importaciones no se registren como costos, lo que evitaría su deducción, manteniendo la base gravable más grande.
Al contrario, las exportaciones no se registrarían como ingresos, de modo que no abonarían a la base gravable, reduciendo la factura de impuestos para las compañías.
La magnitud de esta tarifa y subsidio serían equivalentes al impuesto corporativo, que se estima en alrededor de 20 por ciento.
El consenso de analistas argumenta que un aumento de esta magnitud en el costo de las exportaciones foráneas se verá reflejado, necesariamente, en una respuesta de parte de los socios comerciales de Estados Unidos.
Además, expertos legales sugieren que la medida está prohibida por las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), la cual impide usar el sistema fiscal para beneficiar a productores domésticos a costa de productores foráneos.
Para muchos, ésta representa la antesala de una guerra comercial.
Políticamente factible
A diferencia de lo que sucedería con el incremento de las tarifas arancelarias, que se regirían por el marco del TLCAN y de la OMC, aún no resulta claro cuáles serán las herramientas de reacción de México ante la implementación de un impuesto fronterizo.
Más aún, esta medida es políticamente factible. Durante el periodo de transición, los medios estadounidenses reportaron que la primer línea de defensa del libre comercio sería la bancada republicana en el Congreso.
El 5 de diciembre, el diario The New York Times publicó un artículo titulado “Los republicanos de la cámara baja se preparan para romper con Trump respecto a sus amenazas arancelarias”.
Kevin McCarthy, líder republicano de mayoría en la Cámara de Representantes, fue citado por el artículo: “No quiero entrar en algún tipo de guerra comercial”.
No obstante, mes y medio después, esta perspectiva ha cambiado.
El artífice y promotor de la idea del impuesto fronterizo es Paul Ryan, el congresista republicano que funge como vocero de la cámara baja.
Generalmente, los primeros días de una administración ofrecen una perspectiva de cuál será el tema prioritario para los cuatro años de gobierno. Donald Trump está invirtiendo su capital político en la transformación económica de Estados Unidos, puntualmente en la conversión del país de promotor del libre comercio a defensor del proteccionismo.