En temas de salud, los estadounidenses gastan por persona casi el doble de lo que invierten los europeos.
A pesar de ello, los habitantes menores a 65 años del país más poderoso del mundo tienen menos probabilidad de recibir atención medica a tiempo y adecuada que quienes viven en el viejo continente.
¿A qué se debe esta disparidad?
Sin duda los hábitos tienen algo que ver. Hoy en día tan solo el 20 por ciento de la población en ese país labora en trabajos que demandan actividad física moderada, a diferencia del 50 por ciento hace 40 años, según los Centros por el Control de Enfermedades.
Pero otra respuesta común en investigaciones académicas es la de los incentivos que los individuos enfrentan en el mercado de alimentos, y que según varias estimaciones, han hecho de aquel país el más obeso en el mundo.
Solo durante el 2012 aproximadamente 12 mil millones de dólares de la llamada “ley granja” se destinarán a generosos subsidios para los productores de maíz, a pesar de que según un estudio del American Enterprise Institute, los granjeros ganan 3 veces más que un ciudadano promedio.
El ‘barato’ jarabe de maíz
El problema que generan estos subsidios es abordado en el libro “El dilema del Omnívoro”, de Michael Pollan, que explora a profundidad la economía detrás de los alimentos.
Los subsidios hacen tan barato producir maíz que miles de ingredientes tradicionales se han sustituido en productos con derivados de éste, como el jarabe de maíz de alta fructuosa (HFCS).
En este sentido, los alimentos de mayor contenido calórico, como los dulces y refrescos, e incluso otros que parecieran no tener mucho que ver con el maíz, han bajado considerablemente de precio.
Para el consumidor, especialmente el de menor ingreso, el mejor valor en cuanto a caloría por dólar se encuentra en la comida rápida o procesada que tiene menos nutrientes y más grasas saturadas.
De hecho, existe una relación directa muy importante entre el ingreso y el peso. Quienes gozan de ingresos mayores tienden a tener menos sobrepeso y estar más en forma, esto por su estilo de vida, pero también porque tienen acceso a comida de mayor calidad, misma que tiende a costar más cara.
Mientras otros países, como Francia, implementan impuestos con el fin de elevar el precio relativo de los productos menos saludables, en Estados Unidos el sistema funciona al revés: compensando con precios más bajos a quienes optan por consumir productos más nocivos para la salud.
Camino al hospital
No se trata solo de un poco de sobrepeso. Un sondeo de RAND, un centro de investigación sin fines de lucro, encontró que en Estados Unidos está creciendo aceleradamente el grupo de aquellos con sobrepeso clínicamente severo.
Además, ese mismo centro ha encontrado evidencia que las características del mercado hacen difícil consumir productos saludables y que un cambio sustantivo en el precio de ellos cambiaría la conducta del consumidor.
Salvo algunas excepciones, los establecimientos y proveedores hacen difícil encontrar comida saludable o en porciones pequeñas, por lo que incluso el consumidor buscando este tipo de productos no la encontrará.
Las implicaciones económicas son inmensas.
El sobrepeso es una condición previa para cientos de enfermedades que pueden ser más costosas para curar, como las relacionadas con el corazón.
Los estadounidenses están falleciendo a un ritmo dos veces mayor que los franceses por enfermedades que son curables con la debida cultura de prevención.
Agrega a los incentivos equivocados la falta de un sistema de salud estatal que tenga como propósito bajar estos costos, y terminas con ciudadanos que acuden al médico hasta que aparecen los síntomas de alguna enfermedad y cuando es más cara de curar.
Más aún, la generosidad de los subsidios representa una transferencia de ingreso regresivo: el gobierno está gastando miles de millones para garantizar el ingreso de quienes más tienen e inclinando la balanza en contra de la nutrición.
La lección es importante para México que no está muy lejos de la situación de Estados Unidos.
Los encargados de la salud en México han notado esto, pues en términos de obesidad infantil, la diferencia se distingue cada vez menos.
Pero más allá de las campañas de prevención en nuestro país, que son útiles y necesarias, las políticas económicas, como los impuestos a alimentos con alto contenido de grasa, también son parte de la solución, puesto que seguir el ejemplo del vecino no parece tener mucho sentido.