El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, pretendía hacer del libre comercio uno de sus mayores legados. Su administración impulsó, como una de sus primeras prioridades políticas, dos acuerdos multilaterales de gran envergadura que servirían como derrotero para el capitalismo del siglo XXI.
En efecto, Estados Unidos logró que los ministros de comercio de doce países firmaran el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TTP por sus siglas en inglés), un tratado de última generación que reúne al 40 por ciento de la economía global.
Asimismo, la administración de Obama empujó un tratado similar con la Unión Europea: la
Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP por sus siglas en inglés). Ambas partes esperaban que el acuerdo estuviera firmado para finales del 2016.
Sin embargo, hoy, tanto el TTP como el TTIP se encuentran en vilo. Una fuerte ola antiglobalización en los países desarrollados de ambos lados del Atlántico emerge como una amenaza para el libre comercio.
Pese a que el TPP ha sido firmado por todos sus miembros, incluido México, el acuerdo aún debe de ser ratificado por el órgano legislativo de los doce países. Paradójicamente, el TTP encuentra mayor resistencia en Estados Unidos, desde donde se promovió su implementación.
Las campañas presidenciales de Estados Unidos han puesto de relieve que los perdedores de la globalización, la clase trabajadora de los países desarrollados cuyos empleos fueron trasladados a países con bajos costos de manufactura, exigen un viraje a la tendencia de apertura comercial que tomó fuerza en la década de los ochenta.
Tanto el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, como la candidata demócrata, Hillary Clinton, se han pronunciado públicamente en contra del TTP.
Trump ha ido más allá al hacer del proteccionismo una de las bases de su campaña. El candidato ha prometido imponer aranceles de 45 por ciento y 35 por ciento a China y México, respectivamente, dos de los tres mayores socios comerciales de Estados Unidos.
En esa misma línea, Clinton dijo en la presentación de su plataforma económica: “Voy a detener todos los acuerdos comerciales que eliminen empleos (en Estados Unidos) y estanquen los salarios, incluido el TPP. Me opongo ahora, me opondré después de la elección y me opondré como presidenta”.
TTIP en el umbral de la duda
El panorama para el TTIP no es más alentador. Este fin de semana, el vicecanciller y ministro de Economía de Alemania, Sigmar Gabriel, dijo que las negociaciones del acuerdo que pretende crear la zona de libre comercio más grande del mundo han fracasado: “Desde donde estoy sentado, las negociaciones con los americanos han fracasado. Sólo que nadie lo dice”.
Esto representa un punto de inflexión en los más altos niveles gubernamentales del gobierno alemán, cuya economía es considerada la potencia exportadora de Europa.
Las declaraciones de Gabriel ocurren en un contexto electoral, dado que está posicionado como uno
de los contendientes para sustituir a la canciller Angela Merkel, cuyo periodo expira el siguiente año. ARD, una transmisora pública alemana que cuenta con un brazo de investigación de mercados, realizó une encuesta que arroja que el 70 por ciento de los alemanes están en contra del TTIP.
En Francia, donde se celebrarán elecciones en el 2017, el primer ministro Manuel Valls ha dicho que el TTIP representa un “campo de cultivo para el populismo”.
En ese sentido, Francia dijo que pediría a la Comisión Europea la terminación de las negociaciones del acuerdo, dado que ese país no ofrecería “apoyo político”. El ministro de comercio, Matthias Fekl, anunció que haría la propuesta formal de suspensión de negociaciones el siguiente mes en Bratislava, donde se reunirán los 27 miembros de la Unión Europea.
Además, tras la salida de Reino Unido de la Unión Europea, Estados Unidos pierde a su principal aliado para promover el libre comercio en Europa.
El rechazo al TTP y al TTIP parte de una percepción de opacidad en el diseño y negociación de ambos acuerdos. Sectores como los sindicatos y grupos ambientalistas argumentan que estos tratados fueron estructurados por y para las grandes corporaciones.
Futuro incierto
El legado de Obama, que pretendía crear una nueva estructura comercial con el TTP y el TTIP para sentar las nuevas reglas del juego, está en riesgo. Esto abre la puerta a una revisión más extensa del tratados que ya han sido aprobados, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Hillary Clinton, cuyas probabilidades de ganar las elecciones presidenciales son de 80 por ciento según FiveThirtyEight, ha prometido designar al primer Procurador General de Comercio, quién revisará todos los tratados comerciales de Estados Unidos para evaluar su corrección o abrogación.
Esto pone en jaque a uno de los pilares del modelo de crecimiento de México, que envía el 80 por ciento de sus exportaciones a Estados Unidos y mantuvo un superávit comercial de alrededor de 60 mil millones de dólares con ese país en el 2015.
No obstante, Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía en el 2001, ha dicho que la creciente oposición a las reformas proglobalización es una muestra patente de que el TTP y el TTIP se mueven en la dirección incorrecta.
A pesar de que Stiglitz reconoce que la globalización ha sido relativamente benéfica para la clase media de los países emergentes, argumenta que los principales ganadores han sido los “plutócratas” del 1 por ciento con mayores ingresos y riqueza en el mundo.
El economista refiere que su trabajo no implica una crítica directa al proceso de globalización, sino a la manera en que ha sido administrada.