En un tiempo como el actual, donde el consumidor está acostumbrado a pronósticos sobre el funcionamiento de la economía, vale la pena poner atención a los detalles.
Y es que la mayoría de los pronósticos sobre el crecimiento de la economía mexicana para el 2013, hechos por respetadas instituciones nacionales y extranjeras, tienen diversos rasgos en común.
Estados Unidos, especialmente en cuanto a su política fiscal, continuará siendo el tema a seguir por la naturaleza de las exportaciones mexicanas.
Pero también una variable nueva ha surgido: el tema de las prometidas reformas estructurales.
La mayoría de las predicciones más optimistas están condicionadas a una serie de reformas que los mercados ven más a la mano que nunca.
Impacto energético
Los directivos empresariales del país, encuestados por el Banco de México, también dan una importancia relativamente alta al proceso de reformas que se ha anunciado.
Si bien todas son importantes, la estrella del espectáculo parecer ser la reforma energética, que promete el mayor impacto en el corto plazo.
En un foro organizado por el diario británico The Economist en México, el entonces coordinador de educación para el equipo de transición, Aurelio Nuño, dejó entrever lo que la esperada reforma conllevaría.
En primer lugar, se buscará modernizar a Pemex para aumentar su competitividad.
Esto ha sido un punto de acuerdo pendiente en las pasadas administraciones, por lo que resulta difícil creer que habrá un cambio sustancial en la operatividad de la paraestatal.
Pero la segunda parte de la probable reforma energética que tiene más entusiasmado al mercado es la inversión privada en áreas como exploración en aguas profundas y gas shale.
De acuerdo con estimaciones de la Comisión de Energía en el Senado, se necesitan de 80 a 100 mil millones de dólares en inversión para aprovechar las reservas en territorio mexicano.
Sin embargo, hasta el 2014, el total de los contratos con Pemex por empresas privadas asciende hasta solo 363 millones de dólares.
Una ley más exhaustiva, o mejor aun, un cambio constitucional, daría certidumbre a inversionistas sobre su negocio con Pemex.
Considerando la experiencia brasileña, una reforma bien lograda podría elevar la inversión extranjera directa a niveles históricos.
Esa idea de un mercado enorme, cerrado hasta hoy y potencialmente cerca de la apertura, parece ser el motivador detrás del optimismo mexicano del cual muchos inversionistas se han contagiado.
El factor EU
Ningún estudio económico reciente vislumbra una recesión en el corto plazo en Estados Unidos, esto como el mejor de los escenarios y a pesar de un crecimiento moderado.
De hecho, el escenario más oscuro prevé crecimiento de 3.5 por ciento del PIB, muy por encima de muchos otros países avanzados.
El optimismo está latente también en la serie de foros de alto impacto que se han organizado en torno al escenario político y económico del país.
El más reciente, organizado por el Banco Mundial, la OCDE, la CEPAL y el Banco Interamericano de Desarrollo, se realizó el 9 y 10 de enero en el Centro Banamex de la Ciudad de México.
El vicepresidente del Banco Mundial para la región, Hasan Tuluy, resumió los ánimos de los asistentes: “México puede encontrar su lugar dentro de las economías más avanzadas del mundo”.
El secretario general de la OCDE, el mexicano José Ángel Gurría, también está esperanzado.
“Hay razones objetivas por las cuales estar optimistas” opinó Gurría, “las reformas ya no son una opción, sino una necesidad absoluta”.
El optimismo es algo deseado y un augurio de buena suerte para la administración entrante, pero tampoco hace milagros.
El ánimo tendrá que ser alimentado con una serie de reformas en casa que sean tanto ambiciosas como rápidas en su aprobación.
El margen para desilusionar también es amplio.
Por ejemplo, una reforma energética que no proponga cambios constitucionales podría tener el efecto contrario: desanimar tanto a los mercados que pospongan su inversión en el sector por más tiempo.
Considerando el tiempo que históricamente toma una reforma en México para volverse viable, el sentimiento general podría ser uno de desencanto.
Proponer algo muy ambicioso corre el riesgo de no ser aprobado por algunos diputados del propio PRI.
Por lo pronto, le queda a la administración hacer un delicado acto de balance, entregar a los mercados lo que sus pronósticos ya están considerando como dado, y hacerlo sin desilusionarlos.