México y China tienen muchas cosas en común. Ambos son economías emergentes cuyo modelo de crecimiento está basado en la exportación, ambos son potencias manufactureras con bajos costos laborales, ambos representan la principal fuente del déficit comercial de Estados Unidos y ambos se han convertido en el blanco recurrente de las críticas de Donald Trump en materia de política económica.
En ese sentido, la retórica proteccionista y beligerante del presidente electo de Estados Unidos abrió la puerta a que México y China refuercen su relación.
La semana pasada, Qiu Xiaoqi, embajador de China en México, dio una muestra de que la cooperación entre ambos países se intensificará ante la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos. “Somos socios estraté-gicos muy importantes y estamos dispuestos a incrementar nuestros esfuerzos, junto con nuestra contraparte mexicana, para inyectar nueva energía a esta relación” aseguró. “Estamos seguros de que la cooperación se fortalecerá”, agregó.
El lunes, Claudia Ruiz Massieu, secretaria de Relaciones Exteriores, recibió a Yang Jiechi, consejero de Estado de Asuntos Exteriores de la República Popular de China. Más allá de los acuerdos coyunturales o simbólicos, el consenso de analistas coincide en que el hecho de que México reciba a uno de los diplomáticos chinos de más alto perfil envía un mensaje al equipo de transición de Trump.
Relación tensa
El acercamiento rompe con una política de antagonismo reciente entre el gobierno de México y China.
El sexenio del presidente Enrique Peña Nieto se ha caracterizado por mantener una relación tensa con el gobierno chino. La variable constante del desencuentro entre ambos países ha sido de naturaleza económica.
El conflicto más evidente fue la abrupta revocación del fallo que dio como ganador a un consorcio chino para la construcción del tren de alta velocidad de México Querétaro. A esto se sumó la can celación del proyecto comercial e inmobiliario Dragon Mart.
Además, el pilar de la política comercial mexicana de esta administración fue, hasta el mes pasado, la aprobación del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés).
Este tratado no sólo excluía a China de la que sería la mayor zona de libre comercio en el mundo, sino que se diseñó con la finalidad explícita de reducir la influencia comercial de este país en la región Asia-Pacífico.
Sin embargo, con la amenaza latente de una renegociación o cancelación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, México tiene la necesidad de encontrar nuevos mercados para su base exportadora. China, el tercer mayor destino para los productos mexicanos en el exterior, emerge como la respuesta natural a esta necesidad.
Un socio de cuidado
El enfoque de la crítica de Donald Trump se basa en los consistentes déficits comerciales que registra Estados Unidos con México y China, sus principales socios comerciales.
En el 2015, la economía estadounidense presentó un desbalance comercial de 60 mil millones de dólares con México y de 367 mil millones de dólares con China. Esto representó el sustento del argumento que el ahora presidente electo reiteró a lo largo de su campaña: “nuestros socios comerciales están tomando ventaja de nuestra relación”.
Este contexto explica la lógica detrás de las declaraciones de Trump de que pretende aplicar un arancel de 35 por ciento a las exportaciones mexicanas, y de 45 por ciento a las exportacio nes chinas como instrumentode presión para forzar una renegociación de los términos de la relación comercial.
Lo anterior pone de relieve que, más que socios, México y China son competidores de manufactura.
La base industrial de estos países produce bienes de bajo valor agregado, de modo que los bajos costos laborales significan la mayor ventaja competitiva de sus respectivos modelos de crecimiento.
Desde que China ingresó a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en el 2001, las exportaciones mexicanas han perdido participación de mercado en Estados Unidos. La Confederación de Cámaras Industriales (Concamin) calcula que por cada aumento en un punto porcentual en la participación de mercado de las exportaciones chinas respecto a la balanza comercial estadounidense, se pierden tres mil empleos mexicanos, y el producto interno bruto de México se reduce en 0.125 por ciento.
Por otra parte, esta dinámica se ha replicado en México. El déficit comercial de México con China se ha multiplicado por 15 desde el 2001.
Pese a que las exportaciones chinas han inundado al mercado mexicano, esto no se ha traducido en inversión. Desde 1990, México ha recibido menos de 300 millones de dólares en inversión extranjera directa proveniente de del país asiático.
Este mes, la Secretaría de Energía le adjudicó dos campos a la firma petrolera china en la cuarta fase de la Ronda Uno de la reforma energética. Aunque esto pudiera interpretarse como un precedente significativo, pocos analistas apuestan a que China pueda sustituir a Estados Unidos como motor de inversión extranjera en México en caso de que se derogue el TLCAN.