Economía vudu
En medio de la incertidumbre que significa la administración del presidente electo de Estados Unidos, hay un punto en la agenda del gobierno de Donald Trump que ha quedado claro: la necesidad de cambiar la dinámica comercial entre México y Estados Unidos.
La intención de cumplir las promesas proteccionistas que le dieron el triunfo electoral al candidato republicano se ha vuelto evidente.
Rodrigo Carbajal
En medio de la incertidumbre que significa la administración del presidente electo de Estados Unidos, hay un punto en la agenda del gobierno de Donald Trump que ha quedado claro: la necesidad de cambiar la dinámica comercial entre México y Estados Unidos.
La intención de cumplir las promesas proteccionistas que le dieron el triunfo electoral al candidato republicano se ha vuelto evidente.
El martes, Ford dio a conocer su decisión de cancelar una inversión de 1.6 mil millones de dólares para la construcción de una fábrica en México. Ese mismo día, Trump envió un mensaje a través de Twitter en el que amenazó a General Motors con la imposición de un impuesto arancelario a sus productos hechos en México.
Ambos eventos representaron un triunfo para Trump frente a su base política. Sin embargo, los críticos del discurso económico del presiente electo advierten que sus políticas económicas y su estilo de gobernar derivarán, en el mejor de las casos, en un periodo de alta incertidumbre y, en el peor de los casos, en una debacle económica.
En septiembre, Wilbur Ross, designado por Trump como secretario de Comercio, y Peter Navarro, quien dirigirá el nuevo Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca, publicaron un reporte delineando los principales rasgos del programa económico de la administración de Trump.
El documento incluye medidas que desafían la ortodoxia de política económica que ha caracterizado a los gobiernos estadounidenses de las últimas tres décadas: una apuesta por el libre comercio y el conservadurismo fiscal.
Larry Summers, secretario del Tesoro en la administración de Bill Clinton, calificó el reporte de Ross y Peter como “algo que va más allá de la economía vudú”.
“La lógica detrás de este plan, los argumentos construidos, se encuentran tan alejados de la ortodoxia y de cualquier pensamiento económico responsable que representan el equivalente económico del creacionismo” refirió Summers, quien fungió como decano de la Universidad de Harvard y quien hoy es una de las voces más influyentes en materia de política económica.
Propuestas divergentes
El equipo de transición de Trump promete conjugar una política de expansión del gasto público con un recorte generalizado de impuestos. La medida combina un programa de gasto anual en infraestructura de 100 mil millones de dólares durante los siguientes 10 años con una reducción del impuesto corporativo de hasta 15 puntos porcentuales.
Pese a que el consenso de analistas coincide en que esto tendrá un efecto positivo en la actividad económica en el corto plazo, proyecciones como la de la firma Moody’s estiman que el déficit fiscal como proporción del producto interno bruto de Estados Unidos podría alcanzar una tasa de dos dígitos para el final de la administración de Trump.
Además, esta combinación de políticas fiscales opera en sentido contrario al objetivo de Trump de reducir el déficit comercial. En ese sentido, los esfuerzos del equipo de transición del presidente electo para negociar la permanencia de empresas de manufactura en Estados Unidos serían neutralizados.
Analistas consideran que los beneficios de retención de empleos de casos como los de Carrier y Ford se convertirán en un desperdicio de capital político ya que quedarían borrados por una dinámica macroeconómica de mayor magnitud.
Mohamed El-Erian, asesor económico en jefe de Allianz, argumenta que el efecto de un mayor gasto público y la expectativa de una reducción de impuestos está incidiendo en un alza en la tasa de interés de los bonos del Tesoro de largo plazo que “es digno de un caso de libro de texto”.
Este aumento en la tasa de interés vuelve más atractiva la repatriación de capitales hacia activos estadounidenses, lo que, en última instancia deriva en un fortalecimiento del dólar. En consecuencia, las exportaciones estadounidenses se vuelven menos competitivas y las importaciones más baratas, lo que expande la brecha del déficit comercial del país.
¿Revolución ideológica?
La contradicción de objetivos de política económica abona a la incertidumbre de la agenda económica de Trump. La semana pasada, el diario The Wall Street Journal publicó que, de acuerdo a fuentes cercanas al equipo de transición, la diferencia entre los miembros del gabinete respecto a aspectos clave del nuevo gobierno estaban saliendo a la superficie.
Ray Dalio, presidente del fondo de inversión Bridgewater, escribió un artículo en el que asegura que la mentalidad “pro negocios” del equipo de Trump generará un impulso psicológico para la economía estadounidense.
No obstante, pese a que el gabinete de Trump reúne la mayor experiencia en el sector privado en la historia de cualquier gobierno anterior (y la menor experiencia en el sector público), la incertidumbre y la contradicción no han consolidado un derrotero claro para la agenda de la nueva administración.
Donald Trump designó a Robert Lighthizer, un crítico tradicional del libre comercio, como el representante comercial de Estados Unidos. Esto contrasta con la postura “pro negocios” que encarna gran parte del gabinete del presidente electo.
Por ello, Larry Summers, aseguró a la agencia Bloomberg que “ésta es la mayor transición ideológica, y en términos de política pública sustantiva, que hemos visto en Estados Unidos en los últimos tres cuartos de siglo”.