Ese tango no, che

En 1989, Rudiger Dornbusch publicó un estudio en el que emitió una advertencia sobre los riesgos del “populismo macroeconómico en América Latina”. En el trabajo del legendario profesor de economía del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) se argumentaba que el excesivo énfasis en políticas a favor del crecimiento, a costa del descontrol de la inflación y del déficit fiscal, derivarían en un colapso económico en última instancia.

Rodrigo Carbajal Rodrigo Carbajal Publicado el
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En 1989, Rudiger Dornbusch publicó un estudio en el que emitió una advertencia sobre los riesgos del “populismo macroeconómico en América Latina”. En el trabajo del legendario profesor de economía del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) se argumentaba que el excesivo énfasis en políticas a favor del crecimiento, a costa del descontrol de la inflación y del déficit fiscal, derivarían en un colapso económico en última instancia.

La tradición populista de América Latina ofrece innumerables ejemplos que validan la tesis de Dornbusch. Sin embargo, hace 12 meses, pocos imaginaban que las observaciones también podrían ser vigentes para el caso de Estados Unidos.

La administración de Donald Trump promete ser disruptiva en muchos sentidos y la política económica no es una excepción.

El discurso del presidente electo de Estados Unidos envía señales de que la plataforma económica del nuevo gobierno estará abocada a romper con la inercia de bajo crecimiento e inflación que ha carac terizado a las economías avanzadas en el periodo posterior a la crisis global de 2008.

El equipo de transición de Trump ha insistido en que se implementará un ambicioso programa de gasto en infraestructura de hasta un billón de dólares, en que se mantendrá una política de desregulación y en que se llevará a cabo un extensivo recorte de impuestos.

Estas medidas que, en el corto plazo, favorecerán la actividad económica, estarán acompañadas de una retórica proteccionista que ya se ha vuelto patente en las negociaciones de funcionarios de primer nivel del equipo de transición con empresas manufactureras que planean mo ver su producción a otro país.

Esto ha generado una reacción ambivalente.

Las políticas pro crecimiento han sido aplaudidas de manera generalizada como un cambio de rumbo que al fin romperá la condición de “estancamiento secular” que se ha instalado en la economía global en los últimos ocho años. En Estados Unidos, los principales índices accionarios se encuentran cerca de máximos históricos.

Por otra parte, las amenazas de Trump de imponer aranceles unilateralmente a sus principales socios comerciales, México y China, han encendido las alarmas entre el consenso de economistas.

La semana pasada, Claudio Borio, economista en jefe del Banco de Pagos Internacionales, advirtió que el impulso proteccionista reciente representa una amenaza para el crecimiento global.

Sin embargo, hay una tercera manera de ver el discurso económico de Trump. Para Michael Hasenstab, vicepresidente ejecutivo de Templeton Global Macro, la combinación del proteccionismo y las políticas pro crecimiento de Trump evocan a la economía de Argentina en la última década.

Tragedia kirchnerista

En los últimos 10 años, los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner emergieron como los últimos herederos del populismo macroeconómico descrito por Dornbusch.

El sello kirchnerista en política económica se caracterizó por la imposición de impuestos a la importación y exportación, por un incremento sustancial del gasto público financiado con emisión de dinero y por el uso de controlesde precios.

Esto dio como resultado una inflación de 40 por ciento, un periodo de recesión, la destrucción de la base exportadora del país, la pérdida de credibilidad del banco central, así como guerras arancelarias que ampliaron el déficit comercial. El Fondo Monetario Internacional proyecta una contracción de la economía argentina de 1.8 por ciento del producto interno bruto (PIB) para este año.

En ese sentido, la promesa de Trump de gastar 100 mil millones de dólares al año en un programa de infraestructura se conjugan con el riesgo de que podría minarse la independencia de la Reserva Federal. Durante su campaña, el ahora presidente electo criticó sistemáticamente al banco central estadounidense, diciendo que la política monetaria se condujo en función de factores políticos.

Esta aseveración ha llevado a analistas a argumentar que Trump podría utilizar su influencia para designar una junta de gobierno a modo en la Reserva Federal. Huelga decir que el control del banco central que ejerció el ministerio de finanzas argentino en la época kirchnerista es referido como el primer causal de la inflación de dos dígitos en ese país.

¿Descontrol fiscal?

Kenneth Rogoff, profesor de economía de Harvard, considera que el estímulo fiscal de Trump podría traducirse en un alza inflacionaria y no en un mayor crecimiento, dado que la economía estadounidense se encuentra relativamente cerca de una condición de capa cidad plena.

En cambio, Rogoff estima que el programa de infraestructura aumentaría la carga de deuda pública en al menos 25 por ciento.

El Comité para un Presupuesto Federal Responsable de Estados Unidos, un organismo independiente, calcula que las políticas fiscales de Trump podrían derivar en una deuda pública de 127 por ciento del PIB para 2026. Asimismo, proyectan que el déficit fiscal alcanzará un nivel de 9 por ciento del PIB en los siguientes diez años.

Cristina Fernández de Kirchner y su partido dejaron el poder en el 2015 con la victoria electoral del ahora presidente de centro derecha Mauricio Macri. Pero, esto no evitó que la política argentina dijera que su gobierno debería recibir un Premio Nobel por reinventar la economía.

Esta actitud podría encontrar eco en el estilo de gobernar de Donald Trump. No obstante, aún está por verse si Estados Unidos seguirá el modelo kirchnerista.

Los resultados están a la vista.

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