Una experiencia que te apantalla

Para los aficionados al cine, la experiencia de acudir a una sala de proyección puede ser tan importante como los actores o la trama.

A final de cuentas, una película se puede ver en casa, en una computadora, en un cine de muchos asientos o en un cine pequeño.

Las empresas que administran salas de cines saben esto, por lo que se esfuerzan en hacer ver a una película como toda una experiencia.

Su esquema de precios también lo demuestra.

Eduardo Flores Eduardo Flores Publicado el
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Para los aficionados al cine, la experiencia de acudir a una sala de proyección puede ser tan importante como los actores o la trama.

A final de cuentas, una película se puede ver en casa, en una computadora, en un cine de muchos asientos o en un cine pequeño.

Las empresas que administran salas de cines saben esto, por lo que se esfuerzan en hacer ver a una película como toda una experiencia.

Su esquema de precios también lo demuestra.

A diferencia de antes, actualmente muchas empresas discriminan entre dos tipos de consumidores: los V.I.P, que piden un trato especial y están dispuestos a pagar por boletos más caros a cambio de pequeños lujos, como asientos numerados o servicio de meseros; y el resto, que es mucho más cuidadoso con el dinero.

El esquema de precios está diseñado para atraer a la mayor cantidad de personas al cine, con el propósito de que compren comida adentro, donde el cine mantiene un monopolio y, por lo tanto, puede cobrar precios altos.

Sin embargo, en un mercado tan competido, se está innovando para poder atraer a todavía más clientes y al mismo tiempo incrementar los márgenes de ganancia.

La diferenciación es clave. Una idea podría consistir en diferenciar entre clientes de diferentes películas.

Sin duda es una experiencia mucho más importante para ciertos clientes ver el estreno de la última película de una saga que han estado esperando todo el año, que una película común y corriente.

Los cines podrían cobrar más por boleto para esas funciones especiales y los clientes estarían dispuestos a pagarlo.

De hecho, en estrenos de películas con mucha demanda ya está iniciando la tradición de vender funciones especiales de medianoche.

Más allá de la película

Otra idea sería incrementar el costo de los boletos, pero abrir la concesión de la dulcería a competidores externos que ofrezcan descuentos.

Así, un boleto, además de garantizar la entrada a la función, funcionaría como una tarjeta de descuento para comer o disfrutar de las actividades que terceros proporcionarían dentro del cine.

Incluso en Estados Unidos ya importaron los “cines secretos” nacidos en Londres, en los que básicamente se les vende a los clientes una sorpresa interactiva.

El cliente paga por un boleto sin siquiera saber qué película verá. Pocas horas antes se les comunica a los clientes el lugar donde será la proyección (usualmente un parque o bodega abandonada), y una vez ahí, la decoración y los actores en disfraces dan entretenimiento a los clientes, quienes tratan de adivinar la película que verán.

Los boletos cuestan 54 dólares, un precio alto para un boleto de cine, pero un indicativo de que los clientes están dispuestos a pagar por una experiencia y no por el simple hecho de ver una película.

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