La primera vez que encontré el amor verdadero fue a través de la violencia. Tenía 10 años y había salido con mi primo, que me estaba empujándo y confrontándo.Finalmente, reaccioné y empecé a usar mis movimientos de karate contra él. Cuando terminamos de pelear, yo había dislocado tres de sus dedos y su hombro.Mi tía se lo dijo a mi padre y éste no podía estar más orgulloso: me dio un abrazo y un beso y me dijo unas palabras de amor que jamás había recibido de él.
Después, perseguí esa euforia por años, primero golpeando a los matones del vecindario y luego entrando en la música punk-rock.
Me sentí atraído por su mundo con bastante rapidez, ya que me tomaron bajo su ala y alentaron mis tendencias violentas.
Por primera vez, tenía hermanos mayores que me cuidaban y sentía su camaradería como una extensión del amor de mi padre.
Desde entonces, he salido de ese mundo de odio y llevo 15 años tratando de compensar los errores de mi pasado.
Sin embargo, la reciente tragedia en la que Wade Michael Page mató a 6 personas en un templo sij de Wisconsin, me puso de nuevo frente a los recuerdos de aquellos años.
He conocido a un montón de gente que fácilmente podría hacer lo que hizo Page. Ante tales atrocidades me pregunto: ¿Podría mi antiguo yo haber cometido un acto similar? ¿Podría haber sido Wade Michael Page? Me pone enfermo responderme que no lo sé.
Desde que salí de las cabezas rapadas he estado trabajando con niños con problemas, asesorándoles sobre la manera de escapar de las garras seductoras de la violencia y el odio.
He recibido a 86 niños del movimiento de supremacía blanca de todo el país, a casi tantos como incité a entrar en esa cultura cuando era más joven. Aún tengo mucho trabajo que hacer.
Los inicios
Para mí, todo comenzó con la violencia y la ira que me inculcaron cuando era niño. Crecí alrededor de la vieja escuela de la lucha de los hombres irlandeses que elegían pelearse entre sí o con desconocidos por deporte, una tradición en la que caí después de ganar por primera vez a mi primo.
Mis años de adolescente no fueron mucho mejores, mis padres se divorciaron después de años con problemas en su matrimonio y yo empecé a mentir acerca de lo que hacía.
En la feria del punk, con 14 años, un chico mayor, de unos 17 o 18 años, me impidió entrar al baño. Lo siguiente que escuché fue el sonido de alguien que estaba siendo golpeado en el baño.
Entonces, un grupo de chicos salió corriendo y yo entré y vi a la víctima, un joven blanco, cubierto de sangre y acostado en un urinario.
Cuando salí, le di las gracias al chico por haberme hecho parte de la lucha y le pregunté si me podía conseguir alcohol. Este skinhead es el primero que conocí. Estuve con él y sus amigos el resto de la noche y me dieron un sentido de pertenencia que nunca había sentido antes, un amor incondicional –o eso creía yo. Pero era un vínculo que tenía un precio. Más tarde volvería a usar este mismo tipo de amor retorcido para invitar a otros niños a este mundo de odio.
Como yo era uno de los más jóvenes, más pequeños, y, por lo tanto, parecía menos amenazante, me convertí en el chico encargado de atraer a otros niños a las peleas.
Tuve que identificar y acorralar a un chico que creía que era gay en un callejón para que los demás pudieran lanzarse en picado y entre todos darle una paliza.
Mi papel y mi habilidad para reclutar a otros me hizo sentir bien. “Trata a alguien normal como un ganador y él peleará por ti, pero trata a un perdedor como un ganador y él matará por ti” se convirtió en una frase que me tomé en serio para los reclutamientos.
El ascenso
Según pasaron los años, empecé a preocuparme por ser ascendido en la jerarquía del movimiento, así que empecé a aparentar que comulgaba con la ideología, incluso con ideales en los que no creía o no me importaban, como la negación del Holocausto.
Al igual que Page, soy un veterano del ejército de Estados Unidos. Me uní para prepararme para la guerra contra el gobierno estadounidense que creía que iba a venir.
Yo quería ser un soldado de la raza blanca. Cuando volví a la vida civil, me lancé al primer Festival Ario que tuvo lugar en las afueras de la ciudad de Oklahoma, un festival lleno de neo-nazis y de “música de odio”, exactamente como la de la subcultura en la que Page fue una figura.
En este tipo de festivales, todo el mundo es de color blanco. Para los neo-nazis, es un ambiente en el que se sienten muy bien, muy seguros.Pero cuando vuelven al mundo real, con personas de todos los colores, lo perciben como si fuera un asalto al dominio ario y muchos se sienten obligados a atacar a esta diversidad.
El fin del ‘hechizo’
Si no fuera por mis hijos, no sé dónde estaría hoy. El fin de mi encantamiento con la supremacía blanca se produjo un día soleado de 1995.
Estaba viendo con mi hijo Konrad, de un año de edad, el show de televisión para niños “Gullah Gullah Island”. Estábamos pasando un buen rato cuando mi hijo de 3 años, Tommy, entró en la habitación y apagó el televisor. Me mostró su dedo como si fuera un pequeño padre y me dijo: “¡Papá, nosotros no vemos programas con negros en esta casa!”
Al principio me sentí orgulloso de él, de tal palo tal astilla. Pero luego, empecé a ver su futuro: una vida llena de odio en ninguna parte, en la cárcel o incluso muertos. Estas fueron las vidas de mis amigos y la que yo tenía. Pero yo quería que ellos fueran mejor que yo.
Un año más tarde, me dirigí a casa de mi madre, en el sur de California. Le dije que había decidido abandonar el movimiento y me animó a ir al Centro Simon Wiesenthal, un grupo judío de derechos humanos, y a su Museo de la Tolerancia en Los Angeles. Me reí de ella.
Pero, finalmente, fui. Acabé pasando cerca de 2 semanas y media allí. Hablé mucho con dos rabinos, de todo. Muchos de nuestros respectivos prejuicios se desvanecieron rápidamente.
El año en que dejé el movimiento, también me divorcié de mi esposa. Nuestro amor se había basado en el odio mutuo a otras personas. Al mismo tiempo, también comencé a retirar o a cubrir los tatuajes de mis años como cabeza rapada.
Al principio, pensé que lo que iba a hacer era simplemente trabajar y ser papá. Pero luego me di cuenta de que necesitaba ayudar a limpiar el lío que había ayudado a crear durante 15 años. Por eso terminé inmerso en una consultoría del Grupo de Trabajo del Centro Simon Wiesenthal Contra el Odio.
Han pasado 5 años y en la actualidad todavía trabajo con el centro. Doy unas 30 conferencias al año en escuelas infantiles, colegios y universidades.
Me gustaría poder haber hablado con Wade Michael Page; tal vez podría haberle ayudado a encontrar la fuerza para dejar atrás el movimiento de supremacía blanca.
Trabajo con jóvenes con problemas, poniéndome ante ellos como ejemplo de que se puede salir de una vida definida por la violencia y el odio.
Cuando le pides a un niño que abandone su pandilla, le estás pidiendo que deje su identidad, su sentido de sí mismo. Pero trato de mostrarles que es posible reemplazar el odio por algo mejor: el amor.