Cuando la fe mueve asesinos
El 25 de diciembre de 2011, una niña de 5 años, Ana Lama, ingresó en el Hospital Rey Saud de Riad, en Arabia Saudí, con el cráneo aplastado, el brazo izquierdo roto, una uña arrancada y varias costillas destrozadas.
Diez meses después, en octubre de 2012, murió. La causa del fallecimiento según el informe médico: haber sido violada repetidas veces y haber recibido descargas eléctricas.
Sandra de Miguel SanzEl 25 de diciembre de 2011, una niña de 5 años, Ana Lama, ingresó en el Hospital Rey Saud de Riad, en Arabia Saudí, con el cráneo aplastado, el brazo izquierdo roto, una uña arrancada y varias costillas destrozadas.
Diez meses después, en octubre de 2012, murió. La causa del fallecimiento según el informe médico: haber sido violada repetidas veces y haber recibido descargas eléctricas.
Los detalles espeluznantes no terminan ahí. El periódico español ABC reporta también que había sido azotada con un látigo y quemada con una plancha. Según declaraciones a la prensa local de su madre –que no ha querido dar su nombre y a la que se conoce como “la madre de Lama”– recogidas por El País, la niña llegó al centro médico con el recto rasgado y el causante de eso había intentado posteriormente quemar las heridas.
Una trabajadora social del hospital donde Ana murió, Randa al Kaleeb, declaró en entrevista telefónica con el programa Yahalashow que la niña había sido violada “por todas partes”, según informó El Mundo.
Estos hechos se conocieron gracias a la denuncia del centro de protección infantil del hospital, fruto de un Programa de Seguridad Nacional que se puso en marcha en 2005 por mujeres, incluidas varias princesas, que lucharon porque el muftí (intérprete de la ley islámica) emitiera una fétua (pronunciamiento legal en el Islam, emitido por un especialista en ley religiosa sobre una cuestión específica) para que la violencia doméstica fuera un crimen. A día de hoy, aún no lo han logrado.
Cuando tu padre se convierte en tu enemigo
Pero casi ninguna arista de esta historia escapa a lo horrible y vergonzoso.
Y es que todo apunta a que fue su padre, Fayhan Al Ghamdi, un predicador acreditado como tal por el ministerio de Asuntos Religiosos, el que vejó a su hija hasta matarla.
Según la corresponsal de El País en Dubái, Ángeles Espinosa, el padre confesó “haberla disciplinado ante su temor a que hubiera perdido la virginidad”. Espinosa añade además que según una filtración de la declaración de Al Ghamdi a las autoridades, éste sospechaba que su hija no era virgen y que tras un examen ginecológico que no le dejó satisfecho usó un bastón y cables eléctricos con la niña. Según El Mundo el padre reconoció haber pegado a Ana aunque no explicó nada más.
Al Ghamdi obtuvo la custodia de Ana después de divorciarse de la madre, con la que en teoría mantenía un acuerdo para que pudiera ver a la niña. Sin embargo, la madre explicó en una entrevista para el programa Yahalashow que unos tres meses antes del ingreso en el hospital ella sentía que algo malo estaba ocurriendo, pero entonces su ex marido solo le permitió hablar con Ana por teléfono. Cuando ella le pidió que le devolviera a su hija, él se negó.
Aunque el ministro Sheikh Saleh Bin Abdul Aziz Al Sheikh acláro que “No tenemos nada que ver con él, de ninguna manera. Lo que hizo es un crimen atroz que es condenado por toda la nación. Él no puede ser un líder religioso o un erudito religioso y nadie puede excusar su crimen cruel”, lo cierto es que la ley islámica permite que estos delitos queden total o prácticamente impunes.
El predicador solía intervenir en cadenas locales privadas de television hablando de moralidad en programas religiosos. Sin embargo, aunque muchos medios dijeron que era famoso y que su labia y popularidad podrían contribuir a reducir su pena, El Mundo recogió matizaciones del bloguero Ahmed Al Omran, según las cuales en realidad no era tan célebre.
Un sistema de ¿justicia?
El tema ha vuelto a saltar a la palestra por varias razones. Entre ellas, la principal fue que, como consecuencia de la poca transparencia del país, varios medios anglosajones difundieron el rumor de que Al Ghamdi había sido puesto en libertad después de pasar cuatro meses en prisión después de haber pagado unos 35 mil euros (50 mil dólares) en concepto de “dinero de sangre”, la mitad que hubiera tenido que pagar si se hubiera tratado de un niño varón.
El dinero de sangre o diyá es una compensación económica que la ley islámica fija para los herederos de una víctima por muerte violenta. Sin embargo, algunos medios y activistas señalan que esta alternativa no sería válida para Al Ghamdi, puesto que no mató a Ana por error.
La puesta en libertad se habría producido después de la vista judicial del domingo día 3 a pesar de haber sido declarado culpable.
Sin embargo, la activista saudí Aziza al Yusef, que ha liderado la campaña para que se haga justicia con Ana Lama, dijo a la corresponsal de El País que Al Ghamdi sigue en prisión y que la próxima vista será mañana.
Aunque gracias a la movilización de las activistas la madre de Lama ha podido contar con un abogado facilitado por la Organización de Derechos Humanos y el caso se dió a conocer al mundo entero y, por otra parte, se consideró un éxito el hecho de que fuera el primer juicio en el país contra un predicador acusado de abuso infantil, aún queda mucho por hacer.
Un claro ejemplo de ello es que en Arabia Saudí muchos clérigos proponen que para evitar el abuso infantil se tape la cara de las niñas desde la cuna, una aberración que perjudica y culpa a las víctimas por su simple existencia en lugar de señalar a una sociedad profundamente machista.
Además, el sistema judicial, no facilita las cosas. No hay un código penal escrito y su modo de funcionar radica en el entendimiento que se hace de la ley islámica o sharía, que contiene numerosas normas misóginas.
Según ese sistema, a un padre no se le puede castigar por la muerte de su hijo o de su hija porque la pérdida ya se considera pena suficiente. Por esto, la petición de la madre de Lama de la máxima pena posible es luchar contracorriente.
El único punto positivo de la tragedia es que hay quienes observan un cambio de mentalidad en el país por el que se estaría empezando a tomar conciencia de que esos asuntos no pueden relegarse al ámbito privado, pues tienen influencia de lo político –lo público– y es desde ahí desde donde deben combatirse.
Y es que como explicó la periodista Amanda Figueras, para los defensores de los derechos humanos el hecho de que los tribunales no persigan a los hombres maltratadores y asesinos –la ley sharía tampoco castiga a un hombre por acabar con la vida de su mujer– forma parte del sistema de tutela masculina del país por el que las mujeres son consideradas menores de edad –podría repensarse por qué hay países, como México, en los que para referirse a las mujeres se las llama “niñas”– y dependen de una persona del sexo masculino para poder ejecutar decisiones básicas como viajar, trabajar o conducir.
Un asunto para reflexionar
Pero el caso de Ana Lama o la reciente repercusión medíatica de las violaciones en la India no pueden percibirse sólo como casos puntuales que tienen lugar en países lejanos y “atrasados” y que ocurren por una maldad inexplicable, pues todos esos sucesos están atravesados por el componente de género, que muchas veces converge con preceptos religiosos.
Según ONU Mujeres, cada minuto se dan el planeta tres agresiones sexuales.
El caso de la niña de 9 años que dio a luz en México la semana pasada no fue una excepción. Proceso publicó hace unos días que durante 2011, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 11 mil 512 niñas se convirtieron en madres, la mayor parte como consecuencia de abusos sexuales.
Si bien está claro que lo sucedido a Ana Lama es consecuencia de un extremo de la cultura patriarcal dominante y no fruto de un mal sin solución –al menos parcial– política, habría que revisar qué otras cosas se derivan de dicha cultura.
Así, aunque después de las violaciones de Acapulco un columnista de El Mundo osó culpar a las chicas por haber viajado a México y a sus padres por habérselo permitido, el único culpable es la cultura machista que día a día fomentan hombres, mujeres, religiones, politicos y medios de comunicación masivos.
Por esto, el feminismo, un movimiento por la igualdad pese a que algunos lo consideren trasnochado y sigan confundiéndolo con la superioridad de la mujer sobre el hombre –esto es, con el hembrismo– es hoy tan necesario e imprescindible como lo ha sido siempre.