El acuerdo para evitar el “abismo fiscal” es una pequeña victoria para la cordura, pero lo que dice sobre el futuro es poco prometedor.
Washington va a seguir dando tumbos de crisis en crisis, pateando sus problemas hacia adelante y colocando curitas en aquellos que aborda.
Es probable que no haya iniciativas de políticas a gran escala ya sea en la reforma tributaria, en los derechos adquiridos, en la política energética o hasta en la inmigración.
Resulta preocupante porque más allá de las crisis auto infligidas del abismo y del tope de la deuda pública, Estados Unidos se enfrenta a un desafío mucho más profundo.
Durante más de una década, las tasas de crecimiento de la Unión Americana se han vuelto lentas, la mejoría se produjo en la disminución del desempleo y del salario promedio.
La combinación de la revolución de la información y de la globalización ha ejercido grandes presiones en países con salarios altos como Estados Unidos.
Estas nuevas fuerzas se están intensificando y sin una estrategia para reactivar el crecimiento, todos nuestros problemas empeoran, especialmente el de la deuda a largo plazo.
La atención de Washington se ha concentrado en los impuestos y los recortes, pero debería estar en las reformas y las inversiones.
Históricamente, cuando el gobierno de los Estados Unidos, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional aconsejan a países en problemas, hacen hincapié en que alcanzar la estabilidad fiscal es solo parte de la solución.
La clave para reactivar el crecimiento está en las reformas estructurales para hacer a una economía más competitiva, así como en las inversiones en capitales humanos y físicos.
Sin embargo, el gobierno estadounidense ha sido incapaz de seguir sus propios consejos.
Si la necesidad de reformas es clara, el promover la inversión resulta vital.
El gran cambio en la economía de Estados Unidos en los últimos 30 años ha sido la disminución en la calidad del capital físico y humano.
Para entender el precio impuesto por el déficit en infraestructura, considere solamente un ejemplo, el sistema federal de aviación.
Es anticuado y necesita un reacondicionamiento urgente. La actualización de sus computadoras a sistemas de última generación tendría un costo estimando en los 25 mil millones de dólares.
Al no realizar esta inversión, se está desacelerando de forma cuantificable el crecimiento de la economía.
Pensemos, ahora, en el capital humano.
Estados Unidos solía ser el líder del mundo en materia de adultos jóvenes con títulos universitarios.
Actualmente, el país se encuentra en el puesto 14 y continúa descendiendo.
Los programas norteamericanos de capacitación continua no son tan buenos ni tan amplios como los de, por ejemplo, Alemania.
El gobierno federal gasta mucho dinero, pero la gran mayoría del presupuesto se destina a los derechos adquiridos.
Es más probable que las inversiones se sigan recortando al crecer lo destinado a prestaciones como consecuencia del constante aumento de los costos de la salud.
Ezra Vogel, académico que predijo que Japón se convertiría en la primera economía mundial, dijo que el milagro japonés fue real, pero no explicó que su sistema político se estancaría.
Hoy, la potencia asiática sigue siendo un país rico, pero con un futuro incierto, con una economía en desaceleración y una deuda pública grande.
Estados Unidos no quiere que en 20 años su gente mire hacia atrás y diga que la economía norteamericana era vibrante pero su sistema político se paralizó, condenando al país a un destino similar al japonés.