Cuando aceptó organizar el Mundial de Futbol y las Olimpiadas, en el 2009, Brasil parecía el gigante de América Latina que seguía los pasos de China, Rusia y Sudáfrica, países del BRICS que brillaron con estos eventos.
Pero en los últimos meses, el descontento popular, la violencia y el derroche económico despiertan cuestionamientos sobre la capacidad de Brasil para organizar la Copa del Mundo, que empieza el 12 de junio.
La última encuesta de Datafolha revela que 75.8 por ciento de los brasileños creen que fue inútil gastar más de 13 mil millones de dólares en el Mundial, el más caro de la historia.
El 80 por ciento de la población cree que ese dinero debió destinarse a los rubros de salud y educación.
Además, la prensa extranjera alarma por la crisis de inseguridad, pues militares ocupan las favelas y los ciudadanos denuncian que la policía abusa, tortura e incluso mata a inocentes.
Analistas exponen a Reporte Indigo que la estrategia del Gobierno de Brasil fue contraproducente, pues en vez de consolidar su “marca” a nivel mundial, ahora recibe críticas por su caos social y financiero.
¿Listos para la fiesta?
El error de Brasil fue pensar que el Mundial y las Olimpiadas le traerían crecimiento económico, pues auspiciar estos eventos debe ser en realidad una consecuencia de ese desarrollo, explica Erasmo Zarazúa, analista de Juegos Olímpicos y Copas de FIFA.
“Brasil pensó que los eventos le traerían más inversiones”, indica Zarazúa, “que le traerían más dinero.
“Siendo que a nivel internacional, si vemos la línea del tiempo de estas celebraciones olímpicas y mundiales, es cuando los países llegan a una estabilidad o llegan a un desarrollo que se les da la sede de estos eventos deportivos”.
El internacionalista señala que los brasileños perdieron la fe porque creen que sus problemas nacionales los harán quedar mal frente al mundo, a diferencia del efecto positivo de las Olimpiadas de Beijing 2008, Sochi 2014 y el Mundial de Sudáfrica 2010.
“Primero no se está arreglando la casa, no es ‘vamos a mostrarnos al mundo como brasileños, como país, sino que vamos a mostrar lo que realmente somos’”, manifiesta.
Esto se refleja en movimientos civiles como “Não Venha Para a Copa no Brasil”, un sitio de Facebook que pide a extranjeros no ir al Mundial por el caos que ha generado.
Por ello, Zarazúa apunta que el descontento social de Brasil sienta un precedente, pues la FIFA podría dejar de elegir el Mundial con una rotación de continentes y tomar en cuenta el apoyo social del pueblo como uno de los principales requisitos.
“Antes no se veía tanto esto, generalmente si alguien decía a una ciudad que iba a tener un Mundial o unos Juegos Olímpicos, cualquiera decía que sí. Ahora ya no, el ciudadano sabe que hay costos, que hay tránsito”.
La lección de los brasileños
En medio del caos, la sociedad brasileña enseña al resto del mundo una valiosa lección: el futbol ya no es “el opio del pueblo”, asegura el antropólogo colombiano David Quitián, quien radica desde hace un año y medio en Río de Janeiro.
“En los 70 y 80, en varios países de América Latina el futbol fue considerado una cortina de humo, un distractor de los reales problemas de los países, entonces era visto desde una visión marxista como ‘el opio del pueblo’”, declara Quitián.
“Hay (ahora) un descontento, que es entendible, que es legítimo, porque hay situaciones concretas, materiales que por más que a ti te guste el futbol, por más que seas seguidor de Brasil, que no puedes pasar por alto”.
El estudioso cree que este fenómeno habla muy bien del país, pues los brasileños se están convirtiendo en una sociedad crítica y democrática, sin dejar la pasión futbolera.
“Por más de que ellos palpiten y vivan el futbol o una actividad transversal a la vida de ellos, no pueden dejar de sentir que esto que está sucediendo es más una jugada de la política y la macroeconomía, que a la postre no los va a beneficiar”, expresa.
Quitián precisa que algo de lo más notable es que los brasileños usaron el Mundial como una vitrina para externar su descontento y que su reclamo llegara a todo el mundo.
“Quizás el país de futbol nos dé una lección a todos y tenga la capacidad autocrítica de decir: ‘sí, puede haber futbol, pero primero el futbol debe ser una expresión de lo social’”.