El mito del ‘cansancio de la guerra’
¿Ahora Siria? ¿Cuándo va a parar? Los norteamericanos deben estar cansados. Exactamente ¿de qué?
La verdad es que para la mayoría de los norteamericanos el constante combate no ha impuesto cargas, no ha requerido sacrificios ni ha involucrado trastornos.
Es cierto, el dinero gastado ha sido considerable. Entre 2001 y 2012, según cálculos de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés), las guerras de Irak y Afganistán, junto con operaciones relativas a ellas, costaron 1.4 billones de dólares.
Robert Samuelson¿Ahora Siria? ¿Cuándo va a parar? Los norteamericanos deben estar cansados. Exactamente ¿de qué?
La verdad es que para la mayoría de los norteamericanos el constante combate no ha impuesto cargas, no ha requerido sacrificios ni ha involucrado trastornos.
Es cierto, el dinero gastado ha sido considerable. Entre 2001 y 2012, según cálculos de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés), las guerras de Irak y Afganistán, junto con operaciones relativas a ellas, costaron 1.4 billones de dólares.
Aunque esa cantidad es alzada incluso para estándares de Washington, empalidece si se la compara con el gasto federal total y la producción económica total.
Entre 2001 y 2012, los gastos federales sumaron 33.3 billones de dólares; las guerras representaron un 4 por ciento de esa suma. En el mismo período, la economía norteamericana produjo 163 billones de dólares en productos y servicios.
Los gastos de la guerra representaron nueve décimos de un 1 por ciento de esa cantidad. Y lo que es igualmente importante, nunca se impuso un impuesto especial para pagar los costos de la guerra.
Éstos se agregaron simplemente al déficit presupuestario, de manera que pocos norteamericanos, sufrieron una pérdida de ingresos.
Es dudoso que muchos gastos gubernamentales fueran desplazados por las guerras.
El mayor costo, por supuesto, es el de los norteamericanos que murieron y los que sufrieron heridas, tanto físicas como mentales, que modificaron sus vidas.
Un minúsculo sector de los norteamericanos, los que se incorporaron a las fuerzas armadas, más sus familias y amigos cercanos, es el que padeció el dolor, sufrimiento, tristeza y angustia de éstas y otras pérdidas.
Los que han realizado esos sacrificios tienen derecho a sentirse “cansados”. En el caso del resto de los estadounidenses, es autoindulgencia.
Lo que muchos norteamericanos parecen querer decir con “cansados” es “frustrados”. Están frustrados y desilusionados de que tanta lucha, durante tantos años, no haya producido los claros beneficios psicológicos y estratégicos de la “victoria”.
Para que sea útil, el debate de Siria debe abarcar asuntos mayores. EU no puede ser la policía del mundo.
No puede rectificar todos los males ni encarar todas las atrocidades. No puede imponer “el estilo de vida norteamericano” ni sus valores sobre pueblos diversos, que tienen sus propios estilos de vida y valores.
Pero Estados Unidos no es Mónaco. Desde la Segunda Guerra Mundial, hemos asumido una responsabilidad considerable por el orden internacional.
Lo hemos hecho no tanto por idealismo sino por interés propio. La lección mayor de esa guerra fue que la abstinencia norteamericana de la escena global finalmente contribuyó a una tragedia global de la que no pudimos mantenernos alejados.
Cualquiera sea la decisión sobre Siria, debe surgir de un razonamiento sobre nuestros intereses nacionales para que obtenga un apoyo público mayor. El peor resultado sería una retirada justificada sólo por una sensación exagerada y artificial de “cansancio de la guerra”.
(c) 2013, The Washington Post Writers Group