El otoño árabe
La estabilidad del mundo no es ni será permanente. La única constante es la contradicción. La guerra y la paz cohabitan. La esperanza convive con la desahucia todos los días.
Henry Kissinger ganó el Premio Nobel de la Paz en 1973, por ayudar a darle fin a la Guerra de Vietnam. El mismo año Kissinger fue clave para acabar con el proceso democrático en Chile y hacer posible una violenta dictadura militar que duró casi dos décadas.
Hace una semana miles en la región del Magreb y el Medio Oriente revivieron por un momento la esperanza de la primavera árabe.
Sergio Almazán
La estabilidad del mundo no es ni será permanente. La única constante es la contradicción. La guerra y la paz cohabitan. La esperanza convive con la desahucia todos los días.
Henry Kissinger ganó el Premio Nobel de la Paz en 1973, por ayudar a darle fin a la Guerra de Vietnam. El mismo año Kissinger fue clave para acabar con el proceso democrático en Chile y hacer posible una violenta dictadura militar que duró casi dos décadas.
Hace una semana miles en la región del Magreb y el Medio Oriente revivieron por un momento la esperanza de la primavera árabe.
El Cuarteto para el Diálogo Nacional de Túnez recibió el Premio Nobel de la Paz y Aziz Sancar se convirtió en el primer turco en ganar el mismo premio en la categoría de Química.
Tres días después de los históricos anuncios, también en Turquía, la explosión de dos bombas le quitó la vida a casi 100 personas que participaban en una manifestación pacífica en la ciudad de Ankara.
El incidente – la peor tragedia terrorista en la historia reciente de Turquía – mandó a todos en la región de vuelta a la realidad. La primavera árabe ha terminado.
La guerra, la migración forzada y el sufrimiento son la actualidad de una zona que vive el fin de un movimiento democrático que no llegó para quedarse.
El otoño ha sido ocupado por la violencia radical de ISIS, alimentada por años de frustración y humillación ante las decisiones unilaterales de Occidente, que han polarizado a las sociedades del norte de África y del Medio Oriente.
Las únicas beneficiarias de la primavera árabe han sido las incipientes dictaduras militares, financiadas por las monarquías del Golfo Pérsico.
Ni la tragedia en Ankara ni los premios Nobel han podido unificar democráticamente a la zona.
Las dictaduras amenazan con mantener a la región en el mismo invierno totalitario del que trataban de salir desde 2011.
El ocaso de Turquía
Después de los ataques, grupos kurdos y de izquierda culparon al gobierno del presidente Recep Tayyip Erdoğan de la tragedia. El apoyo del gobierno turco a los rebeldes en Siria es visto por la oposición como una estrategia que empodera a ISIS.
El primer ministro Ahmet Davutoglu, hizo un llamado a la unidad nacional por televisión y también nombró a ISIS como el principal sospechoso del atentado. Pero en la transmisión, Davutoglu también desestimó las acusaciones de los kurdos contra la presidencia de Erdoğan.
Analistas consideraron que el premier turco mostró poca empatía. Arremeter contra los críticos de su gobierno, justo después de que ese grupo había sufrido una tragedia, no fue una buena estrategia para lograr el consenso que buscaba. Esto a pesar de las promesas de llevar a los culpables ante la justicia lo más pronto posible.
El actual gobierno todavía tiene pendiente la resolución de los ataques terroristas del verano pasado, primero en la ciudad de Diyarbakir y luego en Suruc, y ya tienen un nuevo caso a resolver en la lista de prioridades.
Después del atentado, en lugar de consolar a una nación herida, el actual presidente ha mantenido un perfil bajo.
El primero de noviembre se celebrarán elecciones parlamentarias y tal vez Erdoğan piensa que mantenerse alejado de la polémica le generará dividendos políticos.
Sin embargo, algunos afirman que la república turca es insostenible y vive sus últimos días. La división social no sólo es religiosa, es también étnica e ideológica. La mitad de los turcos está fundamentalmente en contra del otro 50 por ciento.
Todavía es incierto si ante las actuales circunstancias las elecciones del primero de noviembre se llevarán a cabo, pero si ocurren o no, lo cierto es que Turquía estará iniciando un camino largo y doloroso para recuperar la democracia.
Túnez: ¿La esperanza?
Ya nadie cree que Turquía vaya a triunfar como la primera nación árabe estable en la región. No después de lo que evidenciaron los ataques del pasado fin de semana.
Irak y Siria viven sangrientas guerras civiles. Libia se ha desintegrado y la dictadura militar mantiene inmóvil a Egipto.
Túnez parece ser la única posibilidad de que la revolución democrática de 2011 permanezca viva. A fin de cuentas, la primavera árabe comenzó en Túnez.
El 4 de enero de 2011, Mohamed Bouazizi, un joven vendedor ambulante se prendió fuego públicamente en protesta por la imposibilidad para mejorar sus condiciones económicas y la represión policiaca que sufría todos los días.
Su martirio fue la inspiración que generó, primero protestas a lo largo de su país y después en todo el norte de África.
Más tarde, fuentes del gobierno aseguraron que la muerte de Bouazizi fue más un accidente que un suicidio. El oficial que presuntamente lo había abofeteado un mes antes de su muerte fue declarado inocente.
Pero la esencia de aquel suicidio permanece vigente en Túnez.
Miles, incluso aquellos que han recibido una educación formal permanecen frustrados por no poder acceder a una vida digna ni poder proporcionársela a sus familias.
La buena noticia es que conseguir trabajo se ha vuelto el principal objetivo de la población, y con un poco de pragmatismo han dejando en segundo lugar sus diferencias seculares y religiosas.
Túnez celebró el premio Nobel de su Cuarteto, pero lo que realmente celebraron no era un logro tangible desde la inmolación de Bouazizi, sino simplemente que su situación no era peor que la de sus otros vecinos árabes.
La alegría duró poco. Días después del anuncio del Nobel, dos soldados tunecinos fueron asesinados en un enfrentamiento con extremistas islámicos, vinculados con Al-Qaeda, en la frontera con Argelia.
El Cuarteto mediador ha podido construir puentes entre los islamistas y los legisladores de oposición, pero a pesar de ser la única democracia relativamente funcional que existe en la región, el incidente en la frontera fue un recordatorio de la fragilidad de la paz en Túnez, algo que comparte con todos los países de la zona.