Podría ser cualquier parque de patinetas de Estados Unidos: niños subiendo y bajando de las rampas, deslizándose desde barandales y cayendo frecuentemente por maniobras fallidas.
Lo que hace único a este parque –trágicamente – es el arreglo fúnebre que cuelga sobre algunos de los jóvenes patinadores, quienes perdieron a cuatro de sus amigos en un ataque bomba.
Esos chicos fueron parte de los siete niños y dos adultos que perecieron en el atentado cerca de la sede de la OTAN, un incidente que demuestra la continua habilidad de los talibanes en penetrarse en los enclaves más resguardados de Kabul, la capital afgana.
Los nombres de las víctimas fueron escritos en el pizarrón dentro del hangar donde la singular organización sin fines de lucro se ha establecido: Skateistan.
Skateistan se fundó hace cinco años en Afganistán y mezcla la cultura del skateboarding, las artes y la educación para algunos de los niños más pobres de país.
En el ataque suicida no murieron soldados de las tropas de la coalición ni extranjeros; solo los niños a quienes estas fuerzas occidentales debía proteger en la ocupación que mantiene viva una guerra desde hace 11 años.
Los chicos ayudan a sus familias vendiéndoles chicles, bufandas y demás objetos al personal militar, diplomáticos y otros trabajadores en la bien fortificada zona internacional de Kabul.
Algunos de los trabajadores les llaman mendigos, pero en Skateistan son historias de éxito.
Patinando a la esperanza
“Todos ellos fueron mis estudiantes”, dijo Benafsha Tasmim, coordinador educativo de la organización, mientras su voz se entrecortaba y sus ojos se volvían vidriosos.
Ella recordó como sus alumnos, quienes rondan entre los 8 y los 17 años, se involucraban en un deporte estadounidense dentro de un país azotado por la insurgencia islámica y la presencia militar extranjera.
Skateistan no es solamente una manera de divertirse: hace crecer la autoestima y confianza en si mismos.
La organización fue fundada por un patinador australiano y ahora opera en varios países de la región, exponiendo un mundo de nuevas ideas, donde la educación es importante y hombres y mujeres son iguales.
“Esto (Skateistan) les da a ellos sueños y objetivos”, dijo Tasmim. “Les da esperanzas para el futuro”.
Extranjeros y afganos han estado tejiendo bufandas para colgarlas en un árbol cercano al atentado suicida, que ahora funge como un memorial improvisado.
Unos cuatrocientos niños participan semanalmente en los programas de Skateistan.
Cerca del 46 por ciento de ellos son niñas, haciendo a éste el programa deportivo con mayorpresencia femenina en el país, según dijo la organización.
Cuando Khorshid, una de las víctimas del ataque, se interesó en el programa, su madre no estaba muy de acuerdo ya que le quitaría tiempo para ayudar con la comida.
Pero eventualmente, los padres de Khorshid vieron como ella prosperaba en el deporte hasta que dejaron que su hermana menor de 8 años, Parwana, se uniera también a Skateistan.
Ambas niñas murieron el día de la explosión.
“Ahora mismo, Khorshid estaría deslizándose por ahí”, dijo Duncan Buck, un escocés de 28 años que es parte de la organización.
Noorzai Ibrahimi, considerado uno de los mejores patinadores de Afganistán, habló acerca del atentado que marcó tanto a la comunidad de Skateistan en Kabul.
“Con la ocupación Talibán, nadie recibe educación.
“La única cosa buena que estudias es el sagrado Corán, pero no te enseñan nada como en esta escuela. Aquí (en la organización) aprendes a escribir, a leer”, dijo Ibrahimi.
En el hangar, el sonido de las llantas girando sobre la madera se escucha durante toda la tarde cuando llegan los niños.
Pareciera que lo que aprenden arriba de una patineta es una manera de vivir a diario en su país: caen y se lastiman, pero lo único que hacen es volver a ponerse en pie y seguir.