La caridad contra el Estado

Maxima, la hija de Mark Zuckerberg, fundador y CEO de Facebook, dispondrá para satisfacer las ambiciones de sus padres, un pequeño ahorro: cerca de la mitad de mil millones de dólares, el valor actual del 1 por ciento de las acciones de la primera red social en el mundo. 

La mitad de mil millones es mucho. Pero el uno por ciento no es nada en comparación de los 99 restantes. 

Andrea Montes Renaud Andrea Montes Renaud Publicado el
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A lo largo del siglo XX -cuando el número de millonarios crecía de forma espectacular-, surgió el concepto de filantropía, una práctica que buscaba dar mejorar la imagen de los ricos y legitimar su riqueza
“¿Los ricos se dan cuenta de cómo viven cuatro de los seis billones de habitantes del planeta?  Si nos diéramos cuenta, deberíamos querer ayudar y estar involucrados”
Bill Gatesfundador de Microsoft

Maxima, la hija de Mark Zuckerberg, fundador y CEO de Facebook, dispondrá para satisfacer las ambiciones de sus padres, un pequeño ahorro: cerca de la mitad de mil millones de dólares, el valor actual del 1 por ciento de las acciones de la primera red social en el mundo. 

La mitad de mil millones es mucho. Pero el uno por ciento no es nada en comparación de los 99 restantes. 

Sus padres decidieron el día de su nacimiento, a principios de diciembre, que iban a donar gradualmente la mayor parte de sus acciones de Facebook a una organización filantrópica, Iniciativa Zuckerberg Chan.

Ésta asociación se enfoca entre otras cosas en la educación personalizada, la erradicación de enfermedades, de conectar a las personas entre sí y la construcción de sociedades más fuertes y equitativas. 

Este resulta ser en verdadero programa político, con un presupuesto digno de un país pequeño o una gran región.

La ambición de las nuevas familias de multimillonarios por  hacer que el mundo sea mejor, plantea varias preguntas acerca de la legitimidad de dichas organizaciones para decidir lo que es de interés general, y entonces, cuestionarse si hace falta delegar las políticas públicas a los filántropos. 

Pero, ¿esto no es el papel de los Estados?

Depredadores de la riqueza

Durante treinta años, los gobiernos occidentales han utilizado varias prácticas para reducir sus gastos. Una de ellas es la de externalizar los servicios sociales a los voluntariados y asociaciones, fomentando al mismo tiempo la caridad privada. 

Canadá, Francia y el Reino Unido, por ejemplo, siguen este método, Y es Estados Unidos el país con el modelo más avanzado, donde la movilización de las grandes fortunas a obras de servicio social no es una novedad. 

A lo largo del siglo XX -cuando el número de millonarios crecía de forma espectacular-, surgió el concepto de filantropía, una práctica para dar una idea generosa de sí mismos y legitimar su riqueza. 

Los ricos invertían en causas nobles construyendo bibliotecas, hospitales o universidades, y creaban fundaciones a la imagen y semejanza del petrolero John D. Rockefeller o del magnate Andrew Carnegie.

En esta misma época, el presidente republicano Theodore Roosevelt ya denunciaba a los “representantes de la depredadora riqueza” que, “por medio de donaciones a universidades(…), querían influenciar  a su conveniencia a líderes de algunas instituciones educativas”. 

Y sus trabajadores desconfiaban de los gestos “generosos” de su jefes para el arte, la salud o la ciencia, ya que eran avaros y brutales en sus fábricas.

Pero el día de hoy ¿qué gobierno rechazaría el regalo de un multimillonario? 

Cuando el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, escribió un cheque por 100 millones de dólares para las escuelas públicas de Newark, el alcalde aprovechó la oportunidad para llenar parte de los recortes presupuestarios con ese dinero. 

En este sentido, la filantropía se ha vuelto una práctica en apariencia “vital” para países como Estados Unidos. 

Tras el compromiso asumido por Warren Buffett, Bill Gates y una cuarenta multimillonarios en la campaña “The Giving Pledge” (El compromiso de dar) para donar al menos la mitad de sus fortunas. 

Fortunas que, en parte, fueron adquiridas a través de técnicas de optimización para evadir impuestos. 

A pesar de esto, el presidente Barack Obama no se preocupó por la influencia de la “depredadora riqueza” e invitó a todos a cenar en la Casa Blanca.

Los orígenes de “la cultura del dar” en Estados Unidos se encuentran en la religión. Más del 80 por ciento de las personas dicen creer en Dios y el 40 por ciento va a la iglesia regularmente.

Al igual que otras religiones, el cristianismo da a la caridad un valor central. Enseña la ayuda mutua y la inversión de cada uno en su “comunidad”.

En Estados Unidos, el Estado, por tanto, no se considera como el único custodio del interés público, ni como la herramienta más eficaz para combatir los problemas sociales.

Y si bien, en ese sentido la filantropía es un medio alternativo de acción civil, lo es también como un medio poderoso de influencia política. 

¿Filantropía generador de desigualdad? 

Las deducciones fiscales ofrecidas por el Estado alimentan este sistema generador de desigualdades.

El 1 por ciento de las universidades – la mayoría de la élite (Stanford, Harvard, Columbia, Yale, etc.) – capturan alrededor del 20 por ciento de las donaciones filantróficas.

Por otro lado, el sistema de apoyo religioso en las parroquias de los barrios ricos tienen más dinero que sus contrapartes de los barrios pobres, a pesar de que se enfrentan a necesidades menos importantes.

Contrariamente a la imagen que sus promotores se esfuerzan por dar, el sector de voluntariado no es sólo fruto de la participación ciudadana “espontánea”.  También es el producto de una estrategia concertada de los gobiernos por generar servicios sociales a bajo costos. 

Además de contratar a los trabajadores con pocas prestaciones y protección, la comunidad y las estructuras de caridad se basan en millones de voluntarios, cuya obra es gratuita y representa un ahorro anual de miles de millones de dólares.

Pero nadie evalúa a los filántropos. El sector de la beneficencia escapa al control democrático. 

Combinadas, las fundaciones Bill y Melinda Gates, Bill y Melinda Gates Fundación Asset Trust ascienden a más de 65 millones de dólares. 

Gates puede elegir libremente el destino de los fondos para lo que quiera: causas humanitarias, su antigua universidad, asociaciones de su ciudad natal o la investigación médica. Nada lo obliga a preocuparse por el interés público o la redistribución. 

Y si estas dos fundaciones formaran un Estado, tendría un PIB mundial por encima de Myanmar, Uruguay o Bulgaria. Pero su presidente no habría sido elegido por nadie.

 

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