La cruda realidad

Tras el final de los Juegos Olímpicos, Brasil da vuelta de página a una historia en la que ha demostrado su capacidad para organizar el mayor evento deportivo mundial, a pesar de los riesgos de seguridad, salud y crisis política que se asomaron en esta gran cita.

 

Andrea Montes Renaud Andrea Montes Renaud Publicado el
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87.1%
de los brasileños tuvieron una buena opinión de la seguridad carioca
Brasil no tiene los mismos problemas que cuando aplicó a la candidatura olímpica, hace 5 años 

Tras el final de los Juegos Olímpicos, Brasil da vuelta de página a una historia en la que ha demostrado su capacidad para organizar el mayor evento deportivo mundial, a pesar de los riesgos de seguridad, salud y crisis política que se asomaron en esta gran cita.

 

“Brasil perdió los Juegos Olímpicos, incluso antes de haberlos comenzado”, dijo Atila Roque, director de Amnistía Internacional Brasil, en un comunicado publicado a principios de esta semana.

 

Roque señaló el número de muertes a manos de la policía en Río, que se duplicaron en un año. Un aumento que, dijo, “reduce en gran medida las posibilidades de cualquier legado olímpico positivo para la seguridad pública”.

 

Incluso, desde la inauguración de los Juegos en el estadio de Maracaná, los brasileños tampoco parecieron muy entusiastas.

 

Una encuesta publicada en el diario Estado de Sao Paulo muestra que el 60 por ciento de la población creía que estos Juegos serían perjudiciales para el país.

 

Y es que hoy Brasil no tiene los mismos problemas que cuando aplicó a la candidatura olímpica, hace 5 años.

 

En 2009, el país que el Comité Olímpico Internacional había elegido para organizar la competencia mundial estaba en crecimiento y era encabezado por el popular Lula da Silva.

 

El día de la inauguración, Da Silva ni siquiera estuvo presente y ese día, las pancartas en contra del presidente interino Michel Temer hicieron su aparición.

 

Sin embargo, a pesar de esa manifestación de cólera la crisis política de Brasil no invadió, como se temía, las gradas olímpicas, a menudo vacías.

 

La incertidumbre política que paraliza al país desde hace meses y profundiza la terrible crisis económica, se manifiesta en la poca aprobación al mandatario en turno.

 

La popularidad de Temer no es superior al 14 por ciento, pues parte de los brasileños lo culpan de haber conspirado detrás de la presidenta electa, Dilma Rousseff, para precipitar su salida.

 

A pesar de su impopularidad, durante los Juegos la crisis pasó a un segundo plano, ayudada por un Temer muy discreto. O, más bien, ausente.

 

Para evitar las provocaciones y los abucheos, el excompañero de equipo de Rousseff, renunció a asistir a la ceremonia de clausura.

 

La carta olvidada

 

En medio de un intenso periodo de noticias deportivas, pocos se asomaron a la cabeza al contenido de la “carta al Senado y al pueblo brasileño”, dirigida por Dilma Rousseff, el 16 de agosto.

 

Una vez terminado el tiempo de tregua olímpica, el despertar puede ser brutal. Pues en la última quincena, el proceso de juicio político se ha acelerado. Y se espera que el juicio de la sucesora de Lula da Silva comience en Brasilia el 25 de agosto y finalice el 31.

 

Este será un proceso en el cual, de acuerdo a los analistas, sus posibilidades de supervivencia política serán casi nulas.

 

El maquillaje inteligente

 

Algunos hablan de un maquillaje inteligente, otros de una hazaña. Río de Janeiro, la ciudad maravillosa, donde unos 113 homicidios se registraron nada más en el mes de junio, estuvo relativamente tranquila durante los Juegos Olímpicos.

 

La amenaza de un ataque terrorista, especialmente en presencia del presidente francés, François Hollande durante la ceremonia de apertura el 5 de agosto, fue manejada con éxito.

 

Nadie sabe si la detención de 14 yihadistas aprendices durante la operación “Hashtag” antes y durante los Juegos, habrá sido decisiva. O si los 21 mil soldados armados ubicados alrededor de los estadios, y a lo largo de la playa de Copacabana bajo los ojos ansiosos de los turistas, fueron necesarios.

 

Durante los días de la justa veraniega, ningún drama empañó los Juegos.

 

Y la agresión más comentada sigue siendo la del nadador estadounidense, Ryan Lochte, medalla de oro, que finalmente resultó ser  también campeón olímpico de las mentiras.

 

La ciudad puede estar orgullosa de haber tranquilizado a los turistas angustiados, pues, citando un sondeo publicado el 18 de agosto por el Ministerio de Turismo de Brasil, un 88.4 por ciento de los visitantes extranjeros y el 87.1 por ciento de los brasileños tuvieron una buena opinión de la seguridad carioca.

 

El miedo al Zika se desvaneció

 

Ningún atleta olvidó su repelente antes de poner un pie en el suelo de Río de Janeiro. La epidemia transmitida principalmente por la hembra del mosquito Aedes aegypti – el vector del dengue y el chikungunya – se extendió como la pólvora en Brasil desde abril del 2015, causando terribles malformaciones en los recién nacidos y preocupando a los principales organismos de salud en todo el mundo.

 

Pero el invierno en Brasil fue suave, y no fue los suficientemente sofocante para satisfacer la succión de sangre. Para el día de la clausura de los Juegos Olímpicos, ningún atleta contrajo el virus, aseguraron las autoridades de Río.

 

Los resultados médicos confirmaron los discursos tranquilizadores de los organizadores de Río 2016, acostumbrados a ver las estadísticas de casos de dengue caer entre julio y septiembre, el período más “frío” de la ciudad.

 

Pero cuando los atletas y turistas estén regresando a sus países, la epidemia continuará su progresión letal, propiciada por la urbanización caótica de las ciudades brasileñas en Río y en otros lugares.

 

Según el Ministerio de Salud, entre el 1 de enero y el 9 de julio se registraron 1.4 millones de casos de dengue en el país, 419 muertes, más 169 mil 656 casos de chikungunya que mataron a 38 personas y, finalmente, 174 mil 003 casos probables de Zika, incluyendo una muerte en Río, y 14 mil 739 infecciones en mujeres embarazadas.

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