En medio de las deprimentes noticias económicas de Europa, vale la pena señalar que también hay historias de éxito.
Por supuesto que hay quienes nombrarán a Alemania, sin embargo hay otro llamativo candidato que puede parecer sorprendente: Suecia.
Para muchos, Suecia es un estado de bienestar social, inflado e ineficiente. Lo cierto es que el estereotipo no corresponde a la realidad.
Examinemos su historial.
El crecimiento laboral en Suecia (como porcentaje) compite con el de Alemania desde 2006; el actual desempleo del 7.5 por ciento es bajo para las economías avanzadas.
Su inflación promedia alrededor de un 2 por ciento; el crecimiento económico en los últimos cinco años excede levemente el de Alemania; y la deuda del gobierno es más baja que la de Alemania.
Lo intrigante es que Suecia sufrió su propia crisis económica en 1992 —y su respuesta agradará y molestará tanto a conservadores como a liberales en Estados Unidos.
Los conservadores pueden sentirse confiados de que muchas de las políticas posteriores a la crisis salieron de su manual.
La base fiscal de Suecia se amplió y las tasas se redujeron agudamente. (En 1996, la tasa marginal promedio —la tasa sobre el último trozo de ingresos— era del 46 por ciento; en 2010, era del 33 por ciento.)
Se recortaron los gastos de las pensiones para los ancianos, los beneficios por hijos, los beneficios de desempleo y los subsidios a la vivienda. Se redujo el poder de los sindicatos sobre los salarios.
Muchos mercados (banca, viajes aéreos, telecomunicaciones, producción eléctrica) fueron des regulados. La inflación baja y los presupuestos balanceados se convirtieron en objetivos populares aprobados por muchos.
Por otro lado, los liberales también se sentirán tranquilos. Aunque Suecia recortó los beneficios sociales, no abandonó el estado de bienestar.
El gasto del gobierno aún representan un 50 por ciento de la economía (producto bruto interno), mucho más altos que en Estados Unidos, donde la proporción es de un 35 por ciento.
Para reducir las tasas fiscales sobre las rentas, el gobierno elevó otros impuestos. Los impuestos a la gasolina y a los cigarrillos se aumentaron; también aquellos sobre los dividendos y las ganancias de capital, que golpearon a los ricos. En conjunto, la reducción del déficit sumó un enorme 12 por ciento del PBI entre 1991 y 1999.
Un poco más de un tercio de eso provino de impuestos más altos. La lección, sostuvo Borg, es que es posible adoptar una economía conservadora y políticas sociales liberales al mismo tiempo.
Los objetivos eran claros: recompensar el trabajo recortando las tasas de los impuestos a las rentas; empujar a la gente al mercado laboral reduciendo algunos beneficios gubernamentales; y promover la productividad aumentando la competencia.
La productividad y los avances en los salarios mejoraron notablemente. Aún así, Suecia tiene menos desigualdad económica que la mayoría de los países más avanzados.
¿Puede aplicarse el modelo sueco en otras partes? Requiere, dijo Borg, un amplio consenso político sobre lo que es necesario hacer.
También sostuvo que Suecia ha tenido mucho más éxito que Estados Unidos en controlar los gastos de salud. Sólo en 1980, los gastos de salud en ambos países —como porción del PBI— eran aproximadamente iguales.
Ahora los gastos de Suecia son alrededor de la mitad del nivel de Estados Unidos. Entre otras cosas, dijo, Suecia ha utilizado pagos más elevados de los pacientes para desanimar a la gente de hacer uso excesivo de los servicios de salud.
Lamentablemente, en un aspecto esencial, la experiencia sueca no puede duplicarse. A principios de los 90, el resto de la economía mundial estaba relativamente sana.
Suecia pudo contrarrestar los efectos depresivos de sus políticas internas exportando más – y eso es lo que sucedió, ayudada por una enorme devaluación de su moneda, el krona. La devaluación hizo que sus exportaciones pudieran competir mejor en cuanto a precios.
“Permitieron que (la krona) bajara alrededor de un 25 por ciento, y eso produjo un auge de exportaciones”, dice el economista Desmond Lachman, ex alto economista del Fondo Monetario Internacional que ha estudiado la crisis sueca.
“Les permitió efectuar ajustes (presupuestarios) masivos sin colocar la economía en una profunda recesión”.
La austeridad es más soportable cuando sólo uno o unos pocos países la adoptan y cuando la devaluación puede estimular las exportaciones. En Europa, no se dan ninguna de estas condiciones.
Muchos países no sólo Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia— han adoptado políticas de austeridad. Y todos los principales países deudores usan el euro, lo que hace imposible que ninguno de ellos recurra a una devaluación unilateral.
La buena suerte de Suecia es que tuvo su crisis hace dos décadas.
Washington Post Writers Group