A veces se duda de la capacidad y cordura de los dictadores.
Moammar Gadhafi fue calificado como lunático con un sentido del gusto ridículo. Kim Jong Il tenía ese aspecto extraño y una predilección por los eslóganes surreales.
Los generales de la junta militar de Myanmar usaban prácticas arcaicas de acudir a adivinos para tomar decisiones de Estado bastante importantes.
Aparte, intentaron ignorar aspectos negativos de su estancia en el poder.
Gadhafi reinó por 41 años un país donde las confrontaciones estaban a la orden del día.
Jong Il murió en su cama después de gobernar Corea del Norte por diecisiete años , a pesar de las políticas que condenaron a su país en una humillante pobreza en contraste con la prosperidad de su vecino rico del sur.
¿Y los generales de Myanmar? Llegaron al poder en 1962 y vieron como lo perdían poco a poco conforme pasaba el tiempo.
Estos dictadores gobernaron más de lo que cualquiera, incluso ellos, hubiera esperado.
Fueron malvados, por supuesto, pero jamás podríamos dudar de su capacidad de mantenerse en el poder.
Juzgados bajo sus propios criterios, fueron bastante exitosos después de todo.
Will Dobson nos presenta su libro “La curva de aprendizaje del Dictador: dentro de la batalla global de la democracia”.
En la obra, Dobson muestra que el éxito de un dictador no está en azotar a la oposición, sino en entender por qué se oponen a ellos.
El autor explora los ejemplos de regímenes autoritarios contemporáneos que han sabido encontrar la clave para perpetuarse lo más posible.
Entrevistó a miembros del Partido Comunista Chino (PCC) y disidentes del gobierno ruso.
Siguió al líder malayo Anwar Ibrahim durante un día de campaña, donde pudo apreciar el drama de enfrentar un país divido por las diferencias étnicas.
En Venezuela, guardó los testimonios de quien fuera alguna vez un aliado de alto rango de Hugo Chávez, aunque ahora ésta persona esté en la cárcel.
El mensaje es que los autócratas no actúan de manera estúpida e insensata. Más bien saben a la perfección lo que hacen.
Han aprendido los errores de sus predecesores. Vladimir Putin no es Stalin, y Hu Jintao no es Mao Zedong.
En muchos de los casos, Dobson define que los dictadores modernos entienden que es vital tener en cuenta las normas democráticas aún cuando vayan en contra de ellas.
Chávez, por ejemplo, ama los encuentros electorales.
Incluso el día de la elección, los votantes son libres de elegir a quien se les de la gana.
Y que la gran mayoría termine votando por el presidente venezolano refleja el enorme esfuerzo de Hugo Chávez en manipular a los medios, los juzgados y la burocracia.
El problema no está en el día de la elección sino en el despilfarro de dinero para amañarla tiempo atrás.
Estas son las bases de las artes oscuras que Chávez ha implantado en la cultura política de la Venezuela bolivariana.
Y es tan fuerte que incluso es difícil imaginar como la oposición al chavismo le podrá competir al actual presidente.
La inflación y las altas tasas de homicidios parecen no afectar en absoluto la imagen de Hugo Chávez.
Esto porque el control mediático del presidente es tan hábil que tiene curada de espantos su figura política.
Pareciera que solo la naturaleza, en forma del cáncer dentro del presidente de Venezuela, es capaz de ponerle fin al chavismo.
Mientras tanto, el comunismo chino es el autoritarismo moderno menos complaciente.
Han dedicado un intenso estudio al colapso de los anteriores regímenes dictatoriales sacando las lecciones necesarias para conseguir el éxito que hoy tienen y que pueden presumir.
Nadie pensaría en 1989, después de las protestas de la Plaza Tiananmen, que el Partido Comunista seguiría en el poder.
Y que aparte viva en una prosperidad política envidiable.
“El PCC entiende cuales son sus vulnerabilidades”, dice Dobson. “El gobierno chino no necesita lecciones de cuáles son los puntos en los que se debe preocupar” (por ejemplo, corrupción y desigualdad).
Y a Putin hay que darle el crédito de mantener el control sobre Rusia sin recurrir al estilo extremista usado en la extinta Unión Soviética.
Hoy, los rusos son libres de viajar a donde gusten y el acceso a Internet no es restringido.
Vladimir Putin entendió que aislar del mundo a sus ciudadanos a la larga resulta un juego en el que las ganancias se pueden perder muy rápidamente.
En lugar de eso y al igual que Chávez, Putin se ha centrado en controlar los medios que realmente importan, como lo es la televisión nacional.
Cuidadosamente ha manipulado las leyes para que éstas funcionen su favor.
Hasta el momento todo ha ocurrido de manera satisfactoria sin la necesidad de poner oponentes en campos de concentración como lo hizo Stalin.
Putin, dice Dobson, es sensible con uno de los grandes peligros para las autocracias: perder el cariño popular.
Entonces, ¿qué es lo que haces cuando has modificado el parlamento de tal manera que ya no es útil para entender las necesidades de la ciudadanía?
En el caso de Putin, creas un nuevo organismo llamado la “Cámara Pública”.
Una especie de panel de asesores que ofrece consejo y asesoría a los ciudadanos rusos, aunque éste no tenga poder.
Y esto, por supuesto, es lo que mete en problemas a los regímenes autócratas modernos.
Ya no es suficiente una inclusión, aunque engañosa, de las reglas democráticas.
No basta con hacer elecciones, la gente espera que su voto se tome realmente en cuenta.
Los malayos, por ejemplo, han tenido por años elecciones más o menos reales.
Sin embargo, la evidencia muestra que la gente quiere que sus votos sean más que un papel que legitimice un Estado autoritario y despótico.
Con todo y lo anterior, la situación global parece cambiar.
La Primavera Árabe puede ser sólo el guiño de una democracia ascendente.
La rápida difusión de la información hace más difícil a los gobiernos concentrar el poder. ¿Les suena familiar?
De momento, aún hay un puñado de dictadores en el mundo. Y ellos siguen aprendiendo las lecciones necesarias para seguir así. (Foreign Policy)