El pasado viernes, la llama de las protestas se encendió en Turquía y todo apunta a que no se apagará pronto. El desencadenante fue una protesta contra la tala de árboles en la plaza Taksim de Estambul, una de las pocas zonas verdes que quedan en una ciudad en la que habitan casi 13 millones y medio de personas, según datos de 2011.
De acuerdo a los manifestantes, el gobierno quiere deshacerse del parque Gezi, situado junto a la plaza mencionada, para reconstruir los antiguos cuarteles del imperio otomano y urbanizar la zona con un centro comercial, siguiendo así la lógica imperante de “los mercados”, esto es, de los rectores de la sociedad consumista y del mundo financiero del que los gobiernos son cómplices.
Sobre este punto, en declaraciones recogidas por Al Jazeera, el primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, dijo que “ellos están hablando de un centro comercial, pero a lo que nosotros nos estamos refiriendo no es a un centro de compras usual, no se puede construir eso allí, no ha habido una decisión para ese centro, quizás nosotros construyamos un museo de la ciudad o una sede para diferentes actividades”.
Sin embargo, las tácticas que la policía empleó para disolver a la manifestación pacífica no hicieron más que aumentar la indignación y tornar el reclamo inicial en la punta de lanza de una protesta más amplia contra el primer ministro, a quién se le venía percibiendo desde hace un tiempo como un gobernante cada vez más autoritario, según expresaron los participantes en las marchas.
Pero las estrategias policiales, como el lanzamiento de gas lacrimógeno o de agua a presión contra los manifestantes, no cesaron después de que más personas se sumaran a las protestas.
Así, según reportó AP, el sábado volvieron a emplearse esos mecanismos para impedir que más personas llegaran a la plaza Taksim y también para reprimir a cientos de personas que trataban de marchar hacia la sede del parlamento en la capital, Ankara.
Y es que, según informó Al Jazeera, hubo protestas no sólo en Estambul y en Ankara sino en un total de 48 ciudades de todo el país.
Un grupo defensor de los derechos humanos aseguró que cientos de personas resultaron heridas por los choques con la policía desde el inició de los disturbios hasta la madrugada del sábado.
Según Al Jazeera, hasta el día de ayer, de confirmarse, dos personas habrían muerto y más de mil habrían resultado heridas.
Tayyip Erdogan
El primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, fue elegido en 2003 como líder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AK), una formación de ideología conservadora aunque liberal en lo económico y afín al islamismo moderado, lo que la sitúa en el centro-derecha del espectro político.
Además de todo ello, es miembro observador del Partido Popular Europeo.
Aunque el AK fue elegido para un tercer mandato en 2011, en los últimos años el gobierno ha sido acusado de estar virando hacia el autoritarismo y la islamización.
En este sentido, sus detractores destacan la intimidación a los periodistas, las leyes que restringen el alcohol y la prohibición de besarse en público.
A esto se suma que, después de una década en el poder, según Al Jazeera, Erdogan podría estar tratando de buscar la forma de modificar la constitución para poder postular una vez más, en las próximas elecciones de 2015.
Según El País, “el sueño declarado de Erdogan es seguir al timón de Turquía en 2023, cuando se cumplirá el centenario del Estado fundado por Atatürk tras el hundimiento del Imperio Otomano”.
Asimismo, el diario español señala que el primer ministro es partidario de instaurar un modelo presidencialista y abandonar el actual sistema parlamentario.
En relación a las protestas, Erdogan no parece dispuesto a ceder. El sábado pidió a los manifestantes que pusieran fin a las marchas y anunció que el gobierno continuará con su plan de urbanizar la zona. Algo que, aunque finalmente no se construya un centro comercial, disgustará a los manifestantes, que lo querían era conservar el área verde.
En declaraciones recogidas por El País, Gokce Cunac, una estudiante de periodismo de 27 años aseguró que “No es una guerra política, no queremos que los partidos [políticos] intervengan, no queremos que la gente se olvide que esto era por los árboles y para defender nuestras libertades”.
Pero el Ejecutivo de Erdogan no sólo no escuchó los reclamos sino que insistió en que la policía estaría presente en la plaza porque “Taksim no puede ser un lugar donde imperen los extremistas” y porque “todos los intentos, salvo la emisión de votos en las urnas, no son democráticos”.
De esta forma, el primer ministro trató de criminalizar a las miles de personas que inundaron las calles de Estambul el fin de semana y de reducir la soberanía popular al acto de depositar un voto cada cuatro años.
Además, aunque en un discurso televisado el sábado Erdogan admitió que la policía podría haber empleado gases lacrimógenos contra los manifestantes de forma indiscriminada y prometió investigar la denuncia, las fuerzas de seguridad no dejaron de usar este método.
Reporte Indigo contactó con un joven turco de Estambul que había participado en las protestas pero este no pudo conceder finalmente la entrevista debido al efecto de los gases lacrimógenos, que, entre otras molestias, le dificultaban la visión.
La diferencia entre estas protestas y las desencadenadas en Europa es que en Turquía no hay, por el momento, indignación por la gestión de la economía, pues ésta sigue creciendo pese a la crisis global.
Sin embargo, eso no merma su fuerza, pues se trata de las mayores protestas desde el golpe de Estado militar de 1980, sólo exceptuando a las manifestaciones independentistas kurdas y algunas marchas del Primero de Mayo.
Turquía es miembro de la OTAN y candidato a entrar en la UE. Habrá que ver cómo afectan las protestas a su solicitud y cuáles son su efectos en el país.