Su futuro se tiñe de gris
La dificultad para solucionar el problema en Egipto está causada por la presencia de tres partes en el conflicto actual y no de dos, como se cree.
La primera de estas partes son los manifestantes: aquellos que exigen un estado civil y una constitución adecuada que garantice los derechos humanos para todos, algo que el proyecto actual no hace. Son mujeres y hombres, viejos y jóvenes, cristianos y musulmanes, pobres y ricos.
La segunda es el Estado, representado por la hidra de tres cabezas de Morsi, Badie, y al-Shater.
Foreign PolicyLa dificultad para solucionar el problema en Egipto está causada por la presencia de tres partes en el conflicto actual y no de dos, como se cree.
La primera de estas partes son los manifestantes: aquellos que exigen un estado civil y una constitución adecuada que garantice los derechos humanos para todos, algo que el proyecto actual no hace. Son mujeres y hombres, viejos y jóvenes, cristianos y musulmanes, pobres y ricos.
La segunda es el Estado, representado por la hidra de tres cabezas de Morsi, Badie, y al-Shater.
El presidente Mohamed Morsi es la cara pública de la bestia. Mohammed Badie es el Guía Supremo de la Hermandad, cuyas palabras se dirigen a los miembros de ésta.
Kairat al-Shater, por su parte, es el hombre más poderoso de la organización y su estratega más destacado.
La histeria de estos tres hombres introdujo la tercera parte en el actual conflicto.
Esta tercera parte es la multitud de partidarios de la Hermandad Musulmana. Ellos son las columnas de hombres –casi no hay mujeres– que son trasladados en autobuses a El Cairo desde los barrios y ciudades periféricos para su uso como soldados de a pie de la Hermandad.
Sirven de manifestantes en un momento, como asesinos a sueldo en otro.
Las razones por las que tan obedientemente siguen las órdenes es doble: en primer lugar, el método de adoctrinamiento de la Hermandad Musulmana requiere una fe absoluta en el liderazgo jerárquico del grupo.
En segundo lugar, los responsables les alimentan con el odio a los manifestantes y los secuaces están convencidos de que entre aquellos que se oponen a las decisiones de Morsi se encuentran los paganos impíos que también están pagando a los agentes extranjeros que quieren arruinar Egipto y permitir que los hombres se casen con hombres.
(Hay una fijación muy extraña en el asunto del matrimonio gay dentro de la propaganda de la Hermandad Musulmana que me parece muy desconcertante.)
Y aquí es donde el problema se vuelve insoluble.
El factor de los secuaces
El desacuerdo político entre los manifestantes y el gobierno se ha visto, por tanto, agravado por otro elemento: los enfrentamientos entre los manifestantes de la oposición y los soldados de a pie de la Hermandad Musulmana. Aunque para estos últimos, sin embargo, el conflicto no es político, sino que es religioso y moral.
Tener desacuerdos paralelos en dos planos diferentes garantiza la imposibilidad de llegar a un término medio.
No creo que jamás haya estado tan preocupado por Egipto como lo he estado durante este mes. El único momento mínimamente comparable que recuerdo fue la madrugada del 3 de febrero de 2011, el día después de una de las peores batallas de la revolución egipcia.
Figuras rotas y vendadas se movían lentamente a través de la fría mañana neblada en la plaza Tahrir, que aún olía a azufre.
Esa mañana, mi corazón dio un vuelco. Me preguntaba a mí mismo cómo habíamos llegamos a ese lugar. Y me preguntaba dónde íbamos.
Es mucho lo que siento en este mes. Por lo general, las cosas parecen peores de lo que realmente son. Sin embargo, hoy, las cosas son mucho peores de lo que parecen.
El 5 de diciembre, columnas de hombres furiosos, pertenecientes a la Hermandad o simpatizantes, atacaron a los manifestantes que habían pasado la noche en la calle, saqueando el tranquilo campamento que se había instalado junto al palacio presidencial.
Los atacantes quemaron las tiendas de los manifestantes, robaron sus pocas pertenencias y golpearon e hirieron a cientos de personas, llegando incluso a matar a varias.
Ellos secuestraron y torturaron –torturaron– a varias docenas de personas, exigiendo de ellos confesiones falsas diciendo, por ejemplo, que eran agentes pagados o miembros del antiguo partido de Mubarak.
Los manifestantes se oponían al decreto constitucional del 22 de noviembre del presidente Morsi, por el que la asamblea constituyente quedaba dominada por Islamistas y el borrador de constitución que se supone que la asamblea debía producir pasaba por encima de la supervisión judicial.
Pero esto no termina aquí. Los hombres que torturaron a los manifestantes posteriormente entregaron a sus víctimas a la policía nacional, que los arrestó.
A las víctimas, no a los torturadores: ni uno solo de estos últimos fue aprehendido. Las víctimas fueron retenidas durante dos días, hasta que un juez reconoció que eran inocentes y fueron liberadas.
La sentada perdura y el 7 de diciembre tuvo lugar una protesta en la que se estima que un millón y medio de personas regresó a la plaza.
Un aliado de la Hermandad Musulmana, el dirigente salafista Hazem Abu Ismail, ha amenazado públicamente con enviar a sus seguidores a boicotear violentamente el plantón.
También envió a sus partidarios a la “Ciudad de Producción de Medios”, un recinto que alberga una serie de canales por satélite, con amenazas explícitas de violencia. Tampoco él fue detenido.
*El Dahshan enseña Economía del Desarrollo en Ain-Shams, en la Universidad de El Cairo.