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Supervigilados

En la película recientemente estrenada “El hombre de acero”, el popular héroe, Superman, derriba un avión no tripulado y, ante el reclamo de un policía estadounidense, Clark Kent responde que el gobierno quiere ver dónde es que cuelga su capa, pero que no lo logrará. Ante la nueva réplica del policía, que le pregunta cómo pueden saber las autoridades si el héroe no se tornará contrario a los intereses del Estado, éste apela a la confianza y al hecho de que ha vivido en Kansas toda su vida.

"La mayor amenaza para la privacidad de los estadounidenses son los drones (…) y los reglamentos tan débiles que existen hoy en día sobre ellos"
Dianne FeinsteinPresidenta del Comité de Inteligencia del Senado
Aunque el director del FBI insistió en que el uso de drones en EU era limitado, la cuestión no deja de ser espinosa
Las denuncias de escuchas telefónicas a la AP y las filtraciones de Snowden han puesto en la mira a la privacidad

En la película recientemente estrenada “El hombre de acero”, el popular héroe, Superman, derriba un avión no tripulado y, ante el reclamo de un policía estadounidense, Clark Kent responde que el gobierno quiere ver dónde es que cuelga su capa, pero que no lo logrará. Ante la nueva réplica del policía, que le pregunta cómo pueden saber las autoridades si el héroe no se tornará contrario a los intereses del Estado, éste apela a la confianza y al hecho de que ha vivido en Kansas toda su vida.

Una anécdota que no podía llegar en un momento más idóneo al apelar al que ha sido el tema estrella de las últimas semanas: el espionaje del gobierno de Estados Unidos. 

Espionaje, por cierto, que parece ampliarse y diversificarse con cada nueva revelación.

Primero, el 13 de mayo se conoció que el gobierno había estado realizando escuchas telefónicas por más de dos meses a líneas de reporteros y editores de la agencia The Associated Press. 

Después, el pasado 6 de junio, gracias a un joven estadounidense extrabajador de la CIA, se supo de una orden gubernamental que permite a la administración de Barack Obama vigilar los registros telefónicos de millones de usuarios del gigante de las telecomunicaciones Verizon bajo la justificación de estar velando por la seguridad nacional.

Y, por último, ayer, los ciudadanos de EU confirmaron que tampoco están exentos de la vigilancia de los teledirigidos drones o aviones no tripulados.

Un titular de ayer del periódico francés Le Monde decía que “El FBI reconoce el uso de drones en los Estados Unidos”.

Según la nota, fue  su director, Robert Mueller, quien lo reconoció. Ante la comisión de justicia del Senado, Mueller dijo que “Tenemos muy pocos (drones), con un uso limitado y nosotros exploramos no solamente su utilización sino también las líneas de conducta necesarias para esta utilización”.

Sin embargo, después de lo sucedido, como tituló Reporte Indigo a una nota reciente sobre el tema, “No le creen” (a Obama) o, al menos, la semilla de la duda está sembrada.

Aunque era conocido que el Departamento de Seguridad Nacional empleaba aviones no tripulados para vigilar la frontera entre EU y México, también según reportó Le Monde, el senador republicano Chuck Grassley informó de que el ministro de Justicia de EU, Erick Holder, le había confirmado por escrito que los servicios dedicados a la lucha contra las drogas y el alcohol (ATF, por sus siglas en ingles) “habían comprado drones y estaban estudiando su utilización por las fuerzas del orden”.

Otro republicano, Rand Paul, protestó a principios de marzo contra la negativa de la administración de Obama de descartar el uso de drones militares en territorio de EU. Holder le escribió enseguida para aclararle que el presidente no tenía poder para ordenar un ataque con drones contra un ciudadano “no combatiente” de EU en territorio nacional.

Sin embargo, hasta algunos democrátas han expresado su preocupación por el uso civil de estos aviones, ya que tanto pueden servir para identificar a un criminal como para interceptar mensajes de las redes Wi-Fi y rastrear simultáneamente a multitud de personas.

Tanto es así que como recoge Le Monde, Dianne Feinstein, la presidenta del Comité de Inteligencia del Senado, dijo el martes que “la mayor amenaza para la privacidad de los estadounidenses son los drones (…) y los reglamentos tan débiles que existen hoy en día sobre ellos”. 

El Congreso acordó que el espacio aéreo americano se abra desde ahora hasta el 2015 a los drones, por lo que podría haber miles volando para entonces.

Por el momento, a la luz de las últimas noticias, muchos han calificado a la situación de EU de orwelliana y algunos artículos, como el de Roberto Montoya en Viento Sur, han señalado que Obama ha sido incluso más “Big Brother” que Bush.

Drones y Kamikazes: no tan distintos

Gregory Chamayou, investigador de Filosofía en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), Cerphi – ENS Lyon, publicó en el número de abril de 2013 de la revista mensual Le Monde Diplomatique un artículo titulado “A cada uno su arma. Drones y Kamikazes, juego de espejos”.

En la nota-reflexión, Chamayou, autor del libro “Teoría del drone” –publicado también en abril–, ataca y pone en entredicho la pretendida superioridad moral que Occidente cree que tienen los drones frente a los atentados suicidas.

“El uso de estos aparatos sin piloto, que transforman las reglas de la guerra, no suscita el rechazo masivo en la opinión de Occidente, mientras que los atentados suicidas aparecen como la cumber de la barbarie”, dice Chamayou en su introducción.

Sin embargo, ambas son armas con un mismo fin: acabar con el enemigo.

¿Cuál es, entonces la diferencia? Esta radica en los ‘ethos’ –éticas o actitudes– de las diferentes culturas.

Los suicidas, como lo fueron algunos japoneses en la segunda guerra mundial, responderían a la actitud del “sacrificio heroico”. Sin embargo, aquellos que dirigen los drones no tripulados desde la distancia, son el resultado de una cultura que prioriza la “preservación de sí”. 

En palabras de Chamayou, “Drone y kamizaze se responden como dos motivos opuestos de la sensibilidad moral. Dos ‘ethos’ que se hacen frente en un espejo, y cada uno es a la vez la antítesis y la pesadilla del otro”.

Chamayou menciona a un editorialista del Washington Post, Richard Cohen, que en una ocasión expresó: “Los combatientes talibanes, no solo no quieren su vida, sino que la malgastan gratuitamente en los atentatos suicidas. Es difícil imaginar un kamikaze americano”. 

De esta forma, el sacrificio del suicida se opone a una pretendida ética del amor a la vida en el marco de la cual el drone sería, como dice Chamayou, la expresión consumada.

Sin embargo, como señala el autor del artículo, lo que en realidad aman los que comparten la mentalidad de Cohen no es “la” vida en general, sino “sus” vidas. Pero, además, al defender el drone, niegan la de los otros.

Como relata Chamayou, Eyad El-Sarraj, director de un programa de salud mental en Gaza, preguntado por un peiodista que quería saber “si era cierto que los palestinos no se preocupan por la vida humana, ni siquiera por la de sus seres queridos”, respondió lo siguiente: “¿Cómo podéis creer en vuestra propia humanidad si vosotros no creéis en la humanidad del enemigo?”

A modo de conclusión, el investigador señala además que el hecho de que el suicida no pueda pagar penalmente por lo que ha hecho, aunque comparta el destino de sus víctimas, es algo similar a lo que sucede con el operador de un drone, que permanece en el anonimato, como un fantasma.

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