De nuevo estalló la tragedia del terrorismo en Turquía, que desde el verano del 2015 no ha dejado de afectar a los turcos que han sido objeto de numerosos ataques tanto en Estambul como en Ankara.
Y de manera directamente proporcional a la cantidad de ataques, el autoritarismo del presidente Recep Erdogan ha ido en ascenso, alcanzando su pico después del intento de golpe de Estado del 15 de julio.
Desde entonces, todas las personas mínimamente vinculadas a un grupo terrorista, o a su causa, ya sean medios de comunicación, políticos, abogados o ciudadanos extranjeros, son reprimidos, perseguidos y llevados ante la justicia.
El transcurso de los últimos cuatro meses hablan por sí mismos: la represión contra los políticos kurdos y la oposición progresista; paralelamente a esto, la represión a los golpistas y la suspensión de sus libertades.
Y sumado a todo lo anterior, los esfuerzos del gobierno turco para establecer la hegemonía política entorno a un hiperpresidencialismo encarnado en Recep Tayyip Erdogan, y apoyado por un Estado y sistema de justicia arbitrarios.
Todo esto ha disparado niveles de despotismo sin precedentes.
Y a ello habrá que añadir un enfoque decididamente represor sobre la cuestión kurda. Pues ha alimentado la lucha armada del pueblo kurdo – una población unificada a través de la identidad, la lengua, la literatura y la historia, pero no en torno a un territorio –, y sigue siendo un grave problema para el gobierno de Erdogan.
Con un posicionamiento regional cerrado y represor, marcado por las intervenciones militares, y una economía cada vez más frágil, ¿el apoyo popular a Erdogan podrá mantenerse?
Persecución desmedida
Partiendo de este principio, la persecución no ha cesado desde que el doble ataque terrorista en Estambul, ocurrido este sábado 10 de diciembre, llevara al presidente turco a ordenar el arresto de más de 100 miembros del HDP, el principal partido pro-kurdo en el país.
Aunque fueron los Halcones de la Libertad del Kurdistán (TAK) los que revindicaron ambos ataques del sábado – dejando al menos 44 muertos, entre ellos 36 policías, y 155 heridos –, el partido político de los kurdos fue arbitrariamente acusado de tener vínculos con el movimiento separatista del PKK, que es considerado como una organización terrorista tanto por Turquía, como por Estados Unidos y la Unión Europea.
Y es que, con 35 millones de kurdos repartidos entre Turquía, Irán, Siria e Irak, el gobierno de Erdogan considera que los asuntos sirios e iraquíes están estrechamente vinculados a los ataques.
Pues desde que el general estadounidense Stephen Townsend, a cargo de las operaciones de la coalición internacional en Siria, dijo que el YPG –la principal milicia de kurdos sirios–, tomaría parte en la lucha para la recuperación de Raqqa, bastión del Estado Islámico en Siria, la participación militar de los kurdos supuso una preocupación importante para Erdogan, que considera al YPG sirio como una rama del PKK.
Y comprometido en Siria desde el 24 de agosto de este año como parte de la operación llamada “Escudo del Éufrates”, la postura del gobierno turco radica principalmente en que, si se toma en cuenta que del otro lado del Atlántico se normaliza la lucha contra el terrorismo en Siria e Irak, entonces es perfectamentelegítimo que Turquía participe en estas operaciones que están teniendo lugar justo enfrente de su nariz.
¿Por qué Erdogan aún es popular?
A pesar de su autoritarismo, represión y violaciones de las libertades y derechos, persecución y censura, desaceleración económica, el presidente turco todavía goza de una popularidad creciente.
Pues desde que llegó al poder en noviembre de 2002, Recep Erdogan ha ganado todas las elecciones en las que ha contendido, reforzando cada vez más su imagen y el apoyo popular.
Pero si hacemos una evaluación de sus acciones, nos encontramos con que su imagen y su política no tienen nada qué ver.
Si sus primeros diez años en el poder estuvieron marcados por una política reformista, los últimos cuatro tienen una orientación cada vez más autoritaria.
De ahí la pregunta fundamental: ¿cómo se las arregla Erdogan para conservar su apoyo y para ganar nuevas victorias electorales, a pesar de ser acusado de autoritarismo y proyectar una imagenantidemocrática?
Dos factores principales explican esta paradoja. El primero es la función histórica de Erdogan y la transformación social que encarna.
El segundo factor concierne a la ola de nacionalismo y crisis social a escala mundial, reforzada por la inestabilidad política de los últimos años.
Al mismo tiempo, una ola de violencia afectó al país. En el último año, 17 atentados mataron a casi 300 civiles muertos. Y la guerra en Siria ha tenido una incidencia cada vez más importante en la política turca.
Por lo que las tensiones políticas son particularmente preocupantes para la sociedad.
Los vientos del liberalismo global que habían favorecido la democratización y transformación de la sociedad en Turquía, hoy en día están afectados por la onda política y social que sacude al mundo, como lo demuestran las tendencias políticas radicales en buena parte de Europa, el voto británico por el Brexit, o la victoria de Donald Trump en Estados Unidos.
Y no contentos con ser golpeados por esta ola de extremos, Turquía también contribuye.
Con las ambiciones hegemónicas del presidente turco y el deseo de estabilidad social que busca una figura paternalista, hacen que sea aún más irresistible el ascenso de Erdogan.