Cuando todas las alarmas se encienden por un probable enfrentamiento entre Irán e Israel, es normal no creer que algo vaya a pasar.Pareciera que las fricciones vienen con las estaciones del año, como un recordatorio de que nunca podemos estar tranquilos con una de las relaciones más volátiles del mundo en este momento.
Pero vale la pena recordar que esta historia es como la de Pedro y el lobo, en la que el clímax llega cuando Pedro grita desesperado, avisando que el lobo está cerca, y nadie lo atiende.
Por todas las buenas razones por las que Israel pudiera mostrar paciencia, los líderes de este país encuentran una más por la que sí atacarían.
La diplomacia parece no funcionar. El programa nuclear de Irán se acerca cada vez más a a la capacidad de desarrollar armas atómicas.
Y los mismos iraníes han construido su retórica de liquidar a Israel, dirigiéndose a su población, como sucedió con la explosión del ataque suicida al autobús con israelitas en Bulgaria.
A menudo es difícil para Estados Unidos comprender la idea de una amenaza existencial para una nación.
Desde que existió una amenaza real para los norteamericanos durante la Guerra Fría, que alguna vez fuera la extinta Unión Soviética, hoy en día es difícil que el acto de un solo agente pueda cambiar efectivamente el estilo de vida de las personas.
Pero ese es exactamente el tipo de amenaza que enfrenta Israel, a pesar de que sea un “limitado” ataque nuclear proveniente de Irán.
De igual manera, es responsable abrir el siguiente debate: ¿Cuándo realmente el gobierno de Teherán lanzará un misil nuclear sobre Israel dadas las consecuencias de que pudiera recaer sobre ellos?
Entendiendo el problema
El ministro de relaciones exteriores de Bahréin, Khalid Al Khalifa, escribió en su cuenta de Twitter la semana pasada: “El tiempo es corto para la diplomacia de Irán”.
Ésta fue una de las más importantes señales del descontento de Israel sobre la situación de Irán en las últimas semanas.
A ello se le suman las declaraciones del ministro exterior israelí Danny Ayalon, en las cuales volvía advertir al gobierno de Teherán de que una intervención militar es cada vez más inminente.
Es razonable preguntarse qué es lo que ha disparado las recientes declaraciones.
El embajador de Israel en Estados Unidos, Michael Oren, escribió para The Wall Street Journal un artículo en el que enumera una combinación de diversos factores que mantienen el conflicto Irán-Israel.
Uno de ellos es la creciente sensación de que la diplomacia y las sanciones no están funcionando sobre Irán.
Mientras tanto, el programa nuclear iraní se acelera en su desarrollo y sus líderes continúan llamando a la destrucción de Israel.
Esto es una clara señal de que los cambios que sacuden a Medio Oriente le añaden complejidad y riesgo a cualquier cálculo político que pueda hacerse.
Según Oren, el aliado número 1 de Irán en la región, Bashar al Assad, está al borde del precipicio.
“Mientras el gobierno de Teherán intente sostenerlo, el colapso del régimen (sirio) será un cambio drástico en el juego”, escribió Oren.
El inicio del conflicto
Medio Oriente disfrutó la misma dinámica de estabilidad como región que tenía Europa tras el Congreso de Viena en el siglo 19.
Sin embargo, después de la intervención europea y la consecuente repartición y fragmentación de la zona, todo cambió.
En 1916, Gran Bretaña y Francia se repartieron la región después de firmar un acuerdo llamado “Sykes-Picot”. A partir de ello, se crearon esferas de influencia comandadas por británicos, franceses y rusos.
Rusia controlaba el área alrededor de Turquía y Francia lo que hoy es Líbano, Siria y el norte de Irak.
Gran Bretaña estaba presente en los territorios que hoy conforman Palestina, Israel y Jordania.
Mientras se esxpandía la influencia de estos países sobre los segmentos regionales, se comenzaron a formar células de poder por dentro.
Lo que ha pasado en Medio Oriente es que estamos viendo las fuerzas centrífugas de sociedades divididas por etnias y religiones.
Este proceso empezó con la caída de la influencia europea después de la Segunda Guerra Mundial y se aceleró con el fin de la Guerra Fría.
Pero aún después del colapso de la Unión Soviética, ese proceso continuó con la presencia de Estados Unidos en Irak y los atentados terroristas del 11 de septiembre.
Pudiera pensarse que la invasión de Estados Unidos a Irak fue el inició del fin para el viejo orden.
La guerra afectó al balance de la región incrementando viejas divisiones, lo que a la larga originó el éxodo de los norteamericanos de la zona.
Diversos factores ayudaron a mantener las disputas regionales: la guerra contra el terrorismo, el incremento en los recursos energéticos nacionales, problemas económicos similares a los de Europa y hasta los intereses de nuevas potencias como China e India en la zona.
El resultado fue una serie de agitaciones que literalmente no han dejado a un solo país de la región ileso.
Y esas mismas viejas tensiones crearon “naciones” artificiales que provocaron el ascenso de minorías o familias al poder como ocurrió en Siria, Irak o Libia.
Ahora, a cien años desde que se desató la fragmentación de la zona, el conflicto parece no tener salida y hay cada vez más signos de que una confrontación con graves consecuencias está por suceder.