Una delgada gran muralla
Se ha especulado mucho acerca de las luchas por el poder en China tras la expulsión de Bo Xilai, el poderoso jefe del partido comunista de Chongqing.
Ése que utilizó el populismo, el dinero y la intriga para llegar a la cima.
De no haber sido derrocado este año –por una serie de errores, revelaciones y mala suerte– Bo podría haber sacudido el sistema tecnocrático-autoritario que dirigía al país.
China bien podría sobrevivir a su crisis política, pero se enfrenta a un desafío más inmediato: una crisis económica.
Fareed Zakaria
Se ha especulado mucho acerca de las luchas por el poder en China tras la expulsión de Bo Xilai, el poderoso jefe del partido comunista de Chongqing.
Ése que utilizó el populismo, el dinero y la intriga para llegar a la cima.
De no haber sido derrocado este año –por una serie de errores, revelaciones y mala suerte– Bo podría haber sacudido el sistema tecnocrático-autoritario que dirigía al país.
China bien podría sobrevivir a su crisis política, pero se enfrenta a un desafío más inmediato: una crisis económica.
Cada año durante dos décadas, los expertos me han dicho que la economía de China se creó para estallar, abatida por grandes desequilibrios y errores de política.
Se referían a los préstamos no cobrados, los bancos malos, las empresas estatales ineficientes y las burbujas inmobiliarias.
De alguna manera, ninguno de estos factores descarriló el crecimiento de China, que, asombrosamente, ha promediado un 9,5 por ciento anual durante tres décadas.
En su nuevo libro “Breakout Nations”, Ruchir Sharma, quien dirige el fondo de mercados emergentes de Morgan Stanley, expone sus argumentos, de una forma distinta y más persuasiva, haciendo referencia a los éxitos de China, en lugar de sus fallas.
“China está al borde de una desaceleración natural que va a cambiar el equilibrio global del poder, de las finanzas a lo político, impactando negativamente sobre muchas de las economías seguidoras”.
Se está acumulando evidencia para apoyar su punto de vista.
El crecimiento de China parece notable.
Sin embargo, tiene precedentes. Japón, Corea del Sur y Taiwán crecieron cerca del 9 por ciento anual durante dos décadas y luego comenzaron a disminuir.
Muchos piensan que el destino de China será como el de Japón, que estalló y se desaceleró en la década de 1990, y todavía tiene que crecer de nuevo.
Pero el escenario más realista es el de Japón en la década de 1970, cuando el primer crecimiento del tigre asiático se desaceleró de un 9 por ciento a alrededor de un 6 por ciento.
Corea y Taiwán siguieron trayectorias similares.
¿Cuál fue la causa de estas desaceleraciones? El éxito.
Se hace mucho más difícil crecer a un ritmo vertiginoso cuando se tiene una gran economía y una sociedad de clase media creciente.
Sharma hace los cálculos: “En 1998, para aumentar su economía de 1 millón de billones en un 10 por ciento, China tuvo que ampliar sus actividades económicas a $100 mil millones y consumir sólo un 10 por ciento de los productos industriales del mundo (las materias primas que incluyen todo, desde petróleo hasta cobre y acero).
En 2011, para aumentar así de rápido su economía de $5 millones de billones, tuvo que expandirse en $600 mil millones al año y aspirar en más de un 30 por ciento la producción mundial de productos básicos”.
Todos los factores que impulsaron a China hacia adelante comenzaron a marchitarse.
El año pasado China se convirtió en un país urbanizado, y la mayoría de su población vive en ciudades. La tasa de migración a las ciudades se redujo a 5 millones al año.
Esto significa que, pronto, la famosa “mano de obra excedente” se va a agotar.
En esta década, sólo 5 millones de personas se unirán a la mano de obra clave de China, disminuyendo drásticamente de los 90 millones que se unieron en la década anterior.
Y gracias a la política del hijo único, hay menos chinos para tomar el lugar de los trabajadores que se jubilan.
El panorama de Sharma es ampliamente compartido por el gobierno chino. Durante años, el liderazgo en Beijing se ha estado preparando para una desaceleración.
En 2007, el primer ministro Wen Jiabao sostuvo que la economía de China era “desequilibrada, descoordinada, inestable e insostenible”.
Esta semana adoptó una posición similar al exigir las medidas gubernamentales para estimular la economía.
De alguna manera, China todavía tiene un montón de pólvora en su arsenal. Su banco central puede reducir las tasas de interés y el gobierno puede gastar dinero.
Pero incluso su poder de fuego tiene límites.
Sharma afirma que sobre el papel, la deuda de China con el producto bruto interno es de un modesto 30 por ciento, pero cuando se le suma la deuda de las empresas chinas -muchas de las cuales son propiedad del gobierno- las cifras son alarmantes.
El gobierno va a gastar más en infraestructura.
Sin embargo, los beneficios para los inversionistas será negativos por factores sociales.
Los consumidores chinos están gastando más, pero en un país sin redes de seguridad y envejeciendo, las tasas de ahorro se mantendrán altas.
Sharma pronostica problemas para aquellos países impulsados por el auge de China –desde Australia a Brasil- ya que su demanda de materia prima va a caer en un futuro.
Incluso predice una disminución de los precios del petróleo, que, sumado al auge de esquisto, debe preocupar a los estados productores de petróleo en todas partes.
En cuanto a China, Sharma sugiere que un crecimiento de 6 por ciento no debe preocupar a los chinos; esa sería una tasa envidiable para cualquier persona.
Pero el régimen autoritario de China se legitima al proporcionar un crecimiento que resulta sumamente atractivo.
Si eso se desvanece, los problemas económicos de China podrían convertirse en políticos.