Casi todas las postales del fenómeno migratorio incluyen un río que funciona como frontera entre un país y otro. En el sur de México este muro de agua se llama Suchiate. La huella de la movilidad humana está sobre todo su cauce. En sus dos orillas descansan balsas elaboradas con cámaras de llanta y tablas. Sobre ellas se transporta un mundo entero de la localidad chiapaneca Ciudad Hidalgo y la guatemalteca Tecún Umán: centroamericanos, haitianos, cubanos y mercancía que evita los impuestos que hay que pagar en el puente Rodolfo Robles.
Las personas que trabajan como balseros son los personajes principales de este río internacional. Desde la madrugada hasta la noche, los piratas modernos transportan personas y productos como leche en polvo, refrescos, papel higiénico y bultos que nadie quiere identificar.
Lejos de los acuerdos entre los gobiernos de México y Estados Unidos, más de cien balseros mexicanos y guatemaltecos conformados en distintas cooperativas continúan con su trabajo porque es su única manera de sobrevivir y mantener activo el comercio informal entre los dos países.
Pedro es el nombre ficticio de un balsero que prefiere el anonimato por seguridad. Su realidad representa la de otros hombres mexicanos que viven de la migración y el comercio en la frontera sur del país.
El balsero que desde las seis de la mañana se encuentra a la orilla del río narra que se convirtió en capitán de embarcaciones porque mataron a su papá en El Salvador y tuvo que buscar la forma de obtener ingresos desde que era niño.
“Él siempre me dio la mantención, pero desde que lo mataron tuve que buscar cómo salir adelante y a los 13 años comencé a trabajar aquí en el río por la necesidad”, comparte Pedro.
El balsero ha trabajado en diferentes lugares, pero siempre regresa al Suchiate porque considera que el trabajo de transportar personas y mercancía es el que le aporta más dinero y le permite estar más tiempo con sus hijos. Fue polícia por un tiempo, sin embargo, lo dejó porque era un empleo muy peligroso, e incluso buscó el sueño americano en Estados Unidos, pero fue deportado.
Mientras amanece en la frontera de Guatemala y México, Pedro admite que sus ganancias dependen del flujo de personas y mercancía de un lado a otro del río, sin embargo, las diferentes cooperativas intentan que todos los balseros obtengan lo mismo. Sólo los guatemaltecos pueden transportar personas u objetos de su territorio al mexicano y los mexicanos sólo realizan recorridos hacia Guatemala.
Además, los diferentes agremiados tienen asignada una parte de la orilla del río para repartir mejor los viajes entre los diferentes grupos. Gracias a esos filtros, Pedro tiene garantizados de 100 a 300 quetzales al día, es decir, de 244 a 731 pesos mexicanos por jornada.
El hombre que pasa sus días en la orilla del Suchiate podría ganar unos pesos más, pero utiliza una balsa que renta en 400 quetzales porque considera que conlleva más trabajo cuidar una embarcación propia que alquilar.
“La cámara hay que cuidarla, hay que dormir aquí porque la roban y la cambian por droga. Una balsa completa con dos cámaras y tablas cuesta 9 mil quetzales. Prefiero rentar en 400 que dormir entre zancudos”, dice Pedro.
Él al igual que el resto de los balseros mexicanos sólo puede transportar de Chiapas a Tecún Uman. Los principales productos que traslada son alimentos como huevo, arroz, leche o aceite. De esa forma, las personas que contratan los servicios de los balseros evitan los impuestos que se tienen que pagar cuando los productos pasan por la aduana de Ciudad Hidalgo.
“No pasan por el puente porque el impuesto es muy alto hasta del 16 por ciento. Me imagino que si el gobierno cobrara el cinco por ciento la mercancía ya no pasa aquí porque la balsa puede dar vuelta y todo se pierde”, comenta Pedro.
Los guatemaltecos son los que más compran mercancía en México y la transportan por las balsas para evitar los impuestos. Las personas que provienen del país centroamericano aprovechan que al cambiar quetzales por pesos pueden comprar más productos ya que la moneda mexicana tiene menos valor.
Por otra parte, los grupos de balseros guatemaltecos se han beneficiado de las caravanas de migrantes que comenzaron en octubre del año pasado. Desde ese primer grupo, chiapanecos y balseros consideran que aumentó el flujo de personas desde Cuba, Haití, El Salvador, Nicaragua y Honduras.
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“Nunca había pasado tanta gente. A nosotros no nos beneficia nada de eso, pero a los balseros de Guatemala para acá sí les ayuda. Nosotros nos dividimos anteriormente e hicimos nuestro grupo mexicano porque había una familia guatemalteca que era problemática”, explica Pedro.
El balsero asegura que en un día normal 400 personas atraviesan el río en balsas. La cantidad aumenta cuando hay fiestas religiosas en Tecún Umán o los sábados, cuando los guatemaltecos que trabajan en Chiapas visitan a sus familias que permanecen en el país centroamericano.
Los balseros cobran 10 quetzales o 25 pesos por transportar una persona. El dinero no sólo les permite vivir, sino también mantener el muelle del lado mexicano. Contratan máquinas para acomodar la tierra en la orilla del río cuando baja el nivel del agua e incluso construyen áreas para que las personas esperen a sus familiares que vienen del otro lado.
Pedro asegura que hasta ahora no tienen problemas con autoridades de ninguno de los tres niveles. Cuando los policías les piden que paren de transportar personas o mercancía, los obedecen para no tener problemas porque saben que el Suchiate es un paso ilegal, sin embargo, el balsero considera que el gobierno le permite seguir con su trabajo porque él y sus compañeros de oficio son los encargados de mantener parte de la economía de Ciudad Hidalgo.
Sin embargo, los balseros ahora tienen que enfrentar que el gobierno mexicano pretende enviar a 6 mil elementos de la Guardia Nacional a la frontera de México con Guatemala y Belice para cumplir con una de las medidas acordadas con Estados Unidos para frenar la migración irregular hacia ese país.