En lo que va del año, dependiendo del día y tipo de cambio que se tome como referencia, el precio del peso con respecto al dólar se ha depreciado en aproximadamente 12 por ciento.
Este desliz tiene a muchos preocupados y enfurecidos con el presidente Peña Nieto por el estado de la economía, pues en sexenios pasados el peso nunca llegó a romper la barrera de los 17 pesos por dólar.
Por lo tanto, pareciera que estamos ante una situación particularmente difícil.
El problema con este reclamo no es que sea injustificado (el equipo económico de Los Pinos esta lejos de ser estelar) sino que el tipo de cambio es la peor métrica con la cual hacerlo.
Recordemos que el tipo de cambio no es más que el precio por un bien (en este caso, un dólar).
El hecho de que el precio de un producto incremente, poco tiene que ver con la calidad de vida de los habitantes. El único que sale perjudicado es quien lo compra.
En este caso los más afectados son, por obvias razones, los importadores. Pero para los que venden ese bien, los exportadores, resulta ser un bienvenido impulso.
Sabemos también que si el precio de un solo producto en particular incrementa no se debe a las condiciones de vida de un país, sino a factores particulares de su industria o de demanda.
Lo mismo sucede con el dólar: no incrementa su valor porque seamos más pobres, sino simplemente porque hay más demanda por ese bien en particular.
El nivel de ese precio es aún más irrelevante. Se requiere de 120 yenes japoneses para poder comprar un dólar, pero nadie osaría argumentar que la calidad de vida en México es casi 10 veces mejor que en aquel país asiático.
Más bien, lo que hace rico a cualquier país es su capacidad de transformar un insumo en algo de mayor valor agregado.
Todas las economías se rigen de esta manera: algunas transforman materias primas, otros usan esas materias para crear otros productos como componentes industriales y así en adelante en la cadena.
La eficiencia con la que un país hace esto es lo que, a grandes rasgos, se conoce como productividad.
Si lo que queremos es juzgar lo bueno que ha sido un gobierno para mejorar nuestra calidad de vida, basta con ver este indicador.
El problema es que no hemos definido del todo a la productividad ni tenemos un indicador diario para medirla.
Lo que si resulta a todas luces obvio es que la falta de un marco jurídico confiable y una educación de calidad nos ha llevado a que gobierno tras gobierno falle estrepitosamente en elevarla.
El peso tal vez se vuelva a apreciar hasta su nivel a inicios del año, pero eso no significa que habremos vivido 12 por ciento peor durante unos meses y recuperado ello después.
Más bien solo significa que el importador pasó por unos meses difíciles: la productividad (y por lo tanto nuestra riqueza), desafortunadamente tenderá a seguir tercamente sin crecer.