En 1933 el presidente número treinta y dos de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, nos aleccionó sobre el miedo.
Durante aquel frío invierno, en las escalinatas del Capitolio, Roosevelt dijo que “de lo único que debíamos tener miedo era del miedo mismo”.
Y es en la víspera de la publicación de la encuesta presidencial levantada por Buendía y Laredo el pasado lunes 29, que el miedo acompañado de un frío que cala los huesos penetró en lo más profundo de nuestros raciocinios. Se confirmaron las sospechas y las percepciones, el candidato del oficialismo, José Antonio Meade no levanta y no conecta. Ricardo Anaya, el candidato del frente frío, es decir, de aquel conformado por una alianza híbrida de izquierdas y derechas que hizo cimbrar a los dos partidos de oposición, dejándolos al borde del abismo pega sin pegar. Y finalmente, el mesías de Macuspana, Andrés Manuel López Obrador, el que con tan sólo llegar a la silla del águila y ponerse la banda presidencial en el pecho sanará las heridas de un pueblo lacerado por la injusticia, la corrupción y la incompetencia simplemente se encuentra liderando dos a uno. A este paso no hay quién lo detenga.
Por ello, que hoy más que nunca, la palabra miedo tiene más relevancia que nunca. Y es que si bien sólo hay que tenerle miedo al miedo, es el mismo miedo lo que nos permite pensar racionalmente. El miedo a la continuidad está justificado, el miedo a la improvisación es comprensible, pero el miedo al salto cualitativo es la máxima expresión de inseguridad de una sociedad que ha sufrido por más de un siglo una especie de síndrome de Estocolmo. No obstante, no es lo mismo un salto cualitativo que un salto al vacío.
Porque cuando la disgregación del sistema de partidos políticos surge con la explícita dirección de asegurar el poder por el poder, el riesgo de la perdida de los valores democráticos que aportaron los héroes revolucionarios desde Zapata hasta Gómez Morín, es más latente que nunca.
El éxodo de políticos que huyen hacia la tierra prometida llamada Morena, sí bien buscan la supervivencia política darwiniana, también complican la legitimidad de un movimiento que pretende regenerar al país.
Me explico. Convencido estoy de que es justo, valido, humano y natural dejar de creer en algo y en alguien. Sin embargo nuestra condición humana, de seres pensantes, nos obliga a creer en algo. El 32% de AMLO contra el 16% de Meade sólo confirma la preferencia de entre los candidatos, el problema está en que sí las precampañas nos han enseñado algo es de que todas ellas, al menos las tres principales, contienen una misma retórica; la de un cambio. Pero hasta ahora, se ha tratado de un cambio de percepciones basadas en el hartazgo colectivo de un sistema político que agoniza.
Lo que no es aún evidente es en qué creen los candidatos. La batalla electoral, más sangrienta que nunca, más voraz que nunca, afincada en unas trincheras de información, desinformación, fakenews y propaganda que tienen por objeto la manipulación de las masas y que bien podría ser lo más parecido a la Guerra Fría de nuestra era carece de un ingrediente definitorio. Y ese es el de las ideologías.
No coincido en quienes manifiestan que hay que tenerle miedo a López Obrador porque es un peligro para México.
Porqué en realidad, los tres candidatos representan el mismo peligro y ultimadamente proyectan los mismos miedos.
Sin embargo, cuando los partidos políticos, pasan a un papel secundario y dejan de representar expresiones de organización sociopolítica definidas y estructuradas en base a una serie de ideologías que pretenden definir el por qué del poder y el para qué, pasando de cuerpos colectivos de interés a cuerpos individualistas que se nutren de la necesidad política de los demás sin tener un rumbo fijo, ni una base ideológica definida es el momento de alarmarnos. Porque lo que estamos construyendo, usted y yo, son las bases para un sistema que si no encuentra sus propios contrapesos al interior de un movimiento “revolucionario”, “regenerativo”, “modernista” o “alternativo” lo único que estamos auspiciando es lo que la historia nos ha enseñado una y tantas veces; un régimen nuevo si, pero basado en la imposición unidireccional. Pero el mismo peligro resulta el hiperpragmatismo político definido por un vulgar; perro si come perro. Al tiempo.