¿Contingencia ambiental?
Parece simple, pero no lo es.
Mientras millones de pesos se pierden y hay muchas personas afectadas de alergias y enfermedades cardiorespiratorias, tal parece que las autoridades competentes del tema de la calidad del aire sólo se limitan a explicar qué es.
O para que la Secretaría de Salud emita un comunicado en el que pide, a modo de sugerencia, evitar salir a la calle.
La mala calidad del aire que nos tiene en jaque en la no digna ciudad más contaminada de América Latina es, ya de por sí, un golpe bajo al orgullo regiomontano.
Indira KempisParece simple, pero no lo es.
Mientras millones de pesos se pierden y hay muchas personas afectadas de alergias y enfermedades cardiorespiratorias, tal parece que las autoridades competentes del tema de la calidad del aire sólo se limitan a explicar qué es.
O para que la Secretaría de Salud emita un comunicado en el que pide, a modo de sugerencia, evitar salir a la calle.
La mala calidad del aire que nos tiene en jaque en la no digna ciudad más contaminada de América Latina es, ya de por sí, un golpe bajo al orgullo regiomontano.
Las montañas, que incluso se cargan en el gentilicio, desaparecieron con esta cantidad arrasante de micropartículas que nos están envenenando y de las que ni siquiera podemos medir con exactitud por un sistema arcaico de monitoreo.
Esto es preocupante, porque aunque el problema no es exclusivo del Área Metropolitana de Monterrey, sino de otras muchas urbes en el mundo, lo que alarma es que la respuesta sea tan laxa ante los negativos impactos que crecen a gran escala conforme persiste la inacción.
Ni siquiera hablemos de prevención, que ahí hay mucha tarea colectiva que gira alrededor de permisos y auditorías a industrias, pedreras y otros derivados que son fuente inagotable de lo que estamos viviendo en la crisis ambiental.
Pero que también abordarían una gran red de corrupción a los que pocos quieren confrontar. Si no es que nadie.
Pero la parte reactiva deja mucho que desear.
En otras ciudades se suspenden actividades, se reduce a gratis las tarifas del transporte público (por aquello que los autos sí contaminan aunque se piense que no o que es muy poco) y se emiten decretos para la atención en el sistema de salud pública.
Aquí a lo más lejos que llegamos es a que nos recomienden evitar estar en espacios abiertos.
Si alguna parte de la población lo puede hacer será muy poca.
Porque la mayoría de los que trabajamos o los que están en edad de obligatoriamente ir a la escuela no tenemos opción más que salir.
¿Estando encerrados es como se supone que deberíamos reaccionar ante la emergencia? No.
Es la mismo que con la inseguridad. La cárcel es para los delincuentes.
Nuestra casa no puede convertirse en una “cárcel” para supuestamente “librarnos” de la mala calidad del aire.
Que a estas alturas, la gente que sabe y puede ya está comprando máscaras, purificadores de aire para interiores, así como otros novedosos utensilios que el mercado ya ofrece debido a tantas alertas mundiales.
Pero, eso en lo privado, ¿en lo público? ¿Quién o quiénes se van a hacer responsables de pagar las facturas médicas de toda secuela derivada de respirar este aire sucio?
Porque así como no todos pueden evitar salir a la calle, no todos tienen para ir al médico, ni siquiera al de la farmacia.
Ni hablemos de medicamentos o de las ausencias laborales que también cuestan.
Estamos ante una crisis de emergencia y se espera que al menos emitan comunicados de información para lo que cualquier persona en la calle sabe porque lo ve: esa “nata” gris que no nos está dejando respirar bien, que está representando, según los datos, 1 de cada 10 muertes en Nuevo León, con un total de 2 mil ochocientas muertes vinculadas al año.
O el mismo dato que lo contradice y que está a debate todavía más alarmante: 1 de cada 6 muertes, con un total de 750 por año.
Cualquiera de las dos cifras son alarmantes, porque si algo queda claro es que algo no estamos haciendo bien. Nada bien.