Andrés Manuel López Obrador tiene una tercera oportunidad de convertirse en presidente de México. Nadie garantiza que la tercera sea en la que venza, pero sin duda que la tercera será la vencida. Es ahora o nunca.
Por ello, resulta imprescindible que el tabasqueño capitalice sobre lo que tiene. Que son al menos cinco puntos de ventaja sobre su más próximo competidor que es Margarita Zavala. Estas cifras son meramente indicativas, porque en la hoguera política de nuestro tiempo, aunado a la explosión digital las encuestas, son el bien más volátil que hay.
Y es que la nueva real politik es tan alternativa que descifrar y articular las nuevas estrategias políticas es un laberinto. Quizás lo mejor sea una no estrategia, pero pragmatismo político calculado. Que no es lo mismo que el pragmatismo político impulsivo y desmesurado.
En ese sentido, hay algunas premisas en torno a López Obrador que hay que tener presentes para poder imaginar lo que vendría siendo su campaña política.
De entrada, AMLO es más que un nombre, más que un hombre, más que un político, más que una campaña; es una marca.
Eso es un factor determinante a la hora de plasmar los movimientos estratégicos a nivel comunicacional y a nivel político.
Principalmente porque ninguno de los demás aspirantes presidenciales representa una marca. Esto tiene como similitud otra marca, quizás la más odiada en México: esa es Trump.
Donald Trump contendió no como político, sino como una marca, dígase Nike o McDonald’s.
Los estrategas políticos más reconocidos, los gurús políticos de la calle K de Washington, no sólo se quedaron estupefactos ante el resultado de Trump siendo Trump.
Y luego estuvo Hillary Clinton. Ella también era una marca, pero contendió como política y optó por el macroapuntalamiento. Es decir, grandes grupos o sectores demográficos, poblacionales e ideológicos; latinos, afroamericanos, etcétera. A diferencia de Trump, que se centró en el microtargeting, que es mucho más especifico. Una vez identificado el sector al que mayor oportunidad de penetración tiene una campaña se puede construir un mensaje a la medida para este grupo.
AMLO es ya una marca. Sin embargo, resultaría un error creer que la pura marca vende. Por más que el país se caiga a pedazos de aquí a la hora de la elección en 2018, no le resultará a AMLO permanecer callado y moderado. No se trata de eso.
En algún punto, López Obrador tendrá que definirse de manera muy precisa en torno a sus políticas, sus ideas de cómo hacer las cosas. Tendrá que tener mayor acercamiento con los diferentes grupos sociales y tendrá que vencer los retos de las ultimas dos campañas.
El principal reto es el miedo. Existe, pese al gran hartazgo nacional, un gran escepticismo en lo que se refiere a AMLO.
Por tanto, Andrés Manuel López Obrador tiene tres vías.
La primera está en convertirse en un Donald Trump, disparando sin apuntar, desmesurado e impulsivo. Antagonizando todo y esperar a que el hartazgo social, el interés empresarial, la suerte y el factor X lo lleve a la victoria.
La segunda está en una semblanza a Bernie Sanders. Una idea de político progresivo, de izquierda revolucionaria, de gran acercamiento con sectores como los jóvenes y el ala liberal de la sociedad, pero una postura en la que el voto duro, el de los trabajadores, se diluya. Y aunado a la imagen de un personaje de más edad, que se muestra aferrada al idealismo y deja poco margen al pragmatismo obligado de nuestro tiempo.
Y luego está la tercera vía. Ni una ni otra.
Tomar la marca AMLO, darle forma y darle voz. Construir un mensaje de tal manera que sea él mismo, pero sea lo suficientemente elástico para manifestarse de diferentes formas y tonos para cubrir diferentes sectores. Y dotarlo de pragmatismo moderado y calculado, para lograr la penetración del sentimiento, atreviéndose a romper paradigmas, esquemas y formas de interacción que conlleve a disipar los miedos.
Esta es la tercera vía de López Obrador.