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Con mi auto, ¡no!

“Su mayor mérito es no tener auto”. Eso escribimos después de una lista de premios en mi semblanza, ¿por qué? Porque en Monterrey, como en otras ciudades en América Latina, la infraestructura y la vida social giran alrededor del auto. Las cifras no mienten.

“Su mayor mérito es no tener auto”. Eso escribimos después de una lista de premios en mi semblanza, ¿por qué? Porque en Monterrey, como en otras ciudades en América Latina, la infraestructura y la vida social giran alrededor del auto. Las cifras no mienten.

El parque vehicular prácticamente es de auto por persona en proporción. Las consecuencias negativas de su uso excesivo son claras: somos la ciudad más contaminada de América Latina y entre las fuentes se encuentran los vehículos. Por eso parece casi absurdo, pero contrario a lo que sucede en otras ciudades, tener un auto es casi sinónimo de asegurar la sobrevivencia humana.

¿Cómo llegamos hasta aquí? Primero, por la expansión de la industria automotriz que no ha tenido un solo espacio del mercado para desperdiciarlo. Si antes sólo los de la clase social alta tenían acceso a un auto, en estos momentos no es así porque, para variar, al menos en
Nuevo León, tal parece que tener uno sale más barato que hacer los traslados en el transporte público.

También porque, adoptando un modelo de ciudad expandida y abaratando los costos de la tierra de la periferia, el desplazamiento hacia esas zonas se hizo cada vez más fácil.

Así, tenemos una ciudad muy grande en extensión, pero que a la vez la población no corresponde a la misma. Revertir los efectos nocivos de vivir lejos de “donde se hace la vida” es uno de los prioritarios retos de cualquier urbe.

Ese crecimiento desordenado comienza a dar signos de su eminente crisis y declive: el abandono de la periferia por la ausencia del Estado en materia de seguridad, calidad de la vivienda y traslados que generan tráfico que tapa las arterias de las vialidades.

Tercero, que alrededor de esto no hay una puntual intervención en materia urbana desde las políticas públicas que contrarreste este modelo de ciudad que está causando problemas públicos graves. Tenemos una reciente Ley Federal que al menos refleja el intento de ir a una nueva dirección en donde “compactar” la ciudad mediante densidad pueda resarcir el rezago urbano en ese sentido.

Poniendo una posdata como “colmo” de toda la explicación anterior también habría que desnudar a una ciudadanía que poco se cuestiona si esto tendría que ser así y más allá de exigirle al Estado mejores tarifas de transporte público aunado a su eficiencia, más bien prefiere seguir incrementando los privilegios de su auto: menores costo para el “juguete” con todos sus accesorios, estacionamientos, energía, etc.

Sus autos, no su calidad de vida, como bandera por la cual enredarse en cualquier causa alrededor de la defensa de sus vehículos para que esto sea gratis. Que a estas alturas deberíamos saber que esa gratuidad es una burla porque en el capitalismo lo gratis no existe.

Vivir, además, en una sociedad altamente consumista no hace que reflexionemos que también somos consumidores y que para resolver los problemas necesitamos de la colaboración. No hay “varita mágica” que alcance.

En lugar de mitigar esta situación de emergencia, tal parece que hay quienes siguen apostando por sacar el auto hasta para ir a la esquina. Pocos están dispuestos a sacrificar hábitos con tal de que las cosas cambien. Compartir el vehículo, caminar o andar en bici cuando sea posible, trasladarnos en transporte público de vez en cuando, sí puede hacer la diferencia.

Absurdo es querer cambiar de ciudad cuando nosotros no estamos dispuestos. Enrique Peñalosa, exalcalde de Bogotá, Colombia, quien reivindicó el espacio público como motor del crecimiento y el desarrollo (como hoy se ve en la visión internacional de la Nueva Agenda Urbana) decía que la lucha de clases se define por los que tienen auto y los que no.

Si lo que queremos es una ciudad sustentable, humana, sana y segura, tenemos que empezar por dejar de “abaratar” la calle y con ello los derechos sobre lo que es público.

Y no, el auto no es una vida humana; el auto no tiene derechos, más bien es un privilegio.

Alguien tiene que pagar los costos de la decisión más equivocada de las últimas décadas: ciudades-auto en donde éstos se han vuelto intocables y personas que en su ignorancia son capaces de defender sus autos por sobre todas las cosas que realmente importan.

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