Sin embargo, valdría la pena comenzar a distinguir entre quienes son niños bullies, donde generalmente se presentan actos en grupos sobre otro niño y quienes son considerados bullies, cuando en realidad son niños que presentan algún trastorno neurológico que llega a confundirse con una actitud bullie.
El caso del niño de 10 años que fue expulsado de su primaria en la Ciudad de México por ser considerado agresivo; un niño bullie, tiene todos los indicadores de un niño que puede estar sufriendo un trastorno.
Pero él y sus padres no solo no cuentan con ningún programa de apoyo, además sufren la agresión por parte de toda la sociedad que exigen que el niño sea removido de su ambiente.
Por supuesto que es de entender a los otros padres que ven un riesgo en un pequeño con estas condiciones. La realidad es que él se suma a los muchos -1 de cada 100 en Estados Unidos (la estadística en México se desconoce)- que padecen un trastorno neurológico, que puede llegar a ser desde un déficit de lenguaje o de aprendizaje, una disociación del entorno, hiperactividad e impulsividad, hasta una descontrolada agresión.
Mientras en otros países existen programas dentro de las escuelas públicas para atender las necesidades de estos niños, aquí en México sucede todo lo contrario.
No solo no existen los programas, además son los propios maestros y directores los que desconocen como lidiar con estos casos y prefieren que el sistema los ayude a removerlos.
El gobierno se muestra incompetente. En su reforma educativa no contempla la urgente integración de programas que den alivio al cada vez mayor numero de infantes que presentan estos trastornos y la reforma fiscal ha buscado a toda costa erradicar a las asociaciones que algunas vez buscaron apoyar estos casos, castigándolas con la nueva ley sobre donativos.
Un gobierno que ni picha ni cacha ni deja batear.
El problema no es estar en los primero lugares de bullying. El problema es que no tenemos estadísticas que nos permitan conocer a fondo cuáles son realmente casos de bullying, y cuál es el resultado de un sistema educativo deficiente que no sabe reconocer niños especiales, que requieren que la sociedad comprenda su diferencia, que los aprenda a tolerar y encausar.
Por el contrario, es la sociedad quien se muestra bullie ante ellos.