Pájaros en el alambre

Caminando me puse a observar la cantidad de múltiples cables colgados de postes que entorpecen la vista. Formando un desorden difícil de descifrar. 

 

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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Caminando me puse a observar la cantidad de múltiples cables colgados de postes que entorpecen la vista. Formando un desorden difícil de descifrar. 

 

Ese “paisaje”, que se percibe en diferentes puntos de la ciudad, tal parece beneficiar únicamente a dos comunidades: las instituciones públicas y privadas relacionadas con proveer los servicios mediante estos cables o las aves que los usan como espacios de descanso. 

 

Aun así, hablar de “beneficios” es una gran interrogante porque justo por ese desorden se provocan incluso accidentes que van mucho más allá de la estética.

 

Resulta increíble que en pleno siglo 21, en este “boom” de las telecomunicaciones, no exista un 

infraestructura común que permita que esta diversidad de opciones, que van en aumento determinadas por el propio crecimiento de la oferta del Mercado, puedan aprovechar el espacio de manera eficiente, ordenada, a bajo costo, que no interrumpa la visibilidad y que se traduzca en una ciudad que ofrece servicios públicos de forma inteligente.

 

Me atrevo a sospechar que el motivo de esta situación es que, probablemente, la mayoría se instala en los postes sin pedir permisos, sin pagar impuestos, sin analizar los posibles riesgos para las comunidades y otro cúmulo de factores con tal de sacarle la vuelta a la burocracia.

 

Pero esto está creando en el espacio un crecimiento desmedido de tal desorden que tal pareciera que es como si cada empresa de autobuses de pasajeros (por poner un ejemplo) tuviera su propia autopista, en lugar de que todos compartan la misma carretera, eso sería un contrasentido a lo 

común.

 

Por estos motivos, resulta primordial que las autoridades correspondientes investiguen, diagnostiquen y definan una infraestructura común.

 

Ya sea del mismo gobierno o de privados externos que habiliten esa infraestructura en donde “quepan” todos los cables y se desechen aquellos que realmente ya no sirven para esa función, así como el mantenimiento preferentemente subterráneo.

 

Se podría empezar por los centros o núcleos de las ciudades para volverlos más turísticos o con paisajes atractivos que acompañen a las actividades recreativas o comerciales que normalmente se realizan aquí. 

 

Posteriormente un reglamento que avale estos cambios puede generalizarse a otras colonias o espacios que lo ameriten. 

 

El costo de esta organización lo pueden cubrir las mismas empresas para su propio beneficio, de igual forma que los autos pagan una cuota por usar una autopista.

 

Parece un absurdo, pero lo absurdo más bien es el “estambre” de cables en la que nos hemos acostumbrado a vivir que representan un riesgo incluso para las propias instituciones. 

 

Mientras en otras ciudades esta parte de la infraestructura es muy importante, para nosotros no es 

más que una señal de la baja autoestima que le tenemos a los espacios públicos como las calles, dejándoles la estética a una errática administración de cables que nadie controla, si es que le podemos llamar así a la “gerencia” del cableado en lo público que a estas alturas debería ser subterráneo.

 

Más de una ocasión he escuchado a mucha gente quejarse sobre este tema, es importante que avancemos en priorizar lo que nos puede proveer de un diseño de ciudad distinto, de la eficiencia de procesos inteligentes desde lo público y privado, pero sobre todo de aminorar cualquier riesgo en el espacio público. 

 

En resumen, elevar el autoestima del espacio.

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