Cacería
La cacería como método primitivo de supervivencia nunca se extinguió. Simplemente las herramientas y las técnicas cambiaron.
No es lo mismo cazar a un búfalo con una lanza que con un rifle de alto calibre y con mira telescópica de alta precisión. Ni lo es cazar a un pato con una resortera que con una escopeta que arroja al menos media decena de perdigones. Porque en ese caso, por cada disparo realmente disparas seis y con que un par alcancen al objetivo, la suerte de quedarse con el premio, vivo o moribundo, es mayor.
Rodrigo VillegasLa cacería como método primitivo de supervivencia nunca se extinguió. Simplemente las herramientas y las técnicas cambiaron.
No es lo mismo cazar a un búfalo con una lanza que con un rifle de alto calibre y con mira telescópica de alta precisión. Ni lo es cazar a un pato con una resortera que con una escopeta que arroja al menos media decena de perdigones. Porque en ese caso, por cada disparo realmente disparas seis y con que un par alcancen al objetivo, la suerte de quedarse con el premio, vivo o moribundo, es mayor.
En ese sentido, el arte de la caza en política ha dejado de ser un deporte olímpico; fino y preciso. Ahora a golpe de Twitter, Facebook e Instagram se forma el denominado “buzz” o ruido mediático y más temprano que tarde se convierte en una nota periodística. Ese mismo proceso aplica viceversa. De ahí que el destino del animal político de pronto se torna incierto. Ahí esta el ejemplo de Trump, cuya carrera política y presidencial es una montaña rusa a causa de lo que tuitea.
Sin embargo, los “periodicazos” o golpes mediáticos se cuecen aparte. Al menos así debería ser. Los medios de comunicación, masivos o no, digitales o impresos tienen la intrínseca responsabilidad moral y ética de apegarse a la verdad. Y no a la “verdad histórica”, no; sino a los hechos y no a lo sugerente o a la tendencia.
Más aún, en esta era de borrachera digital a la que se suma aquella del poder, los medios tienen más responsabilidad, no más justificaciones para publicar contenido. A lo largo del desarrollo del periodismo de investigación siempre me ha parecido arriesgado y poco tenue la definición y distinción entre whistle blower, juez e investigador policial.
Y es que una cosa fue Watergate e incluso la investigación de la primera “Casa Blanca” en México.
Pero, cuando el sensacionalismo ataca, con investigaciones supuestamente mejor fundamentadas que cualquier servicio de inteligencia, hasta dar con los más altos capos de la droga, también ataca la duda.
Soy un ferviente creyente en que la legitimidad de los medios de comunicación ha sido afectada por situaciones como estas. Y de pronto en México dijimos, detrás de cada escándalo mediático hay una mano que mece la cuna, por ello cuando empezamos a leer historias de alto impacto en The New York Times o The Wall Street Journal se vuelve una bocanada de aire helado, nos dejaba súpitos.
Sin embargo, el intento de penetración en el mercado nacional, la competencia natural entre medios impresos, digitales y televisivos aunada a la sucia batalla por las telecomunicaciones pareciera que desvirtuaron la esencia de la investigación periodística.
La explosión digital, el mundo hiperglobalizado y la hoguera política de nuestro tiempo ha puesto en duda lo genuino de las grandes revelaciones periodísticas, abriendo el camino no sólo al sospechosismo sino a lo exagerado, que siempre sale sobrando.
Por ello, cuando leo la nota de The Guardian en la que asegura que la primera dama, Angélica Rivera, utiliza un departamento de lujo en Miami, propiedad del grupo empresarial Pierdant, y se lee el comunicado de Eduardo Sánchez refutando los señalamientos, me lleva a concluir que, mientras son peras o manzanas, el periódico británico erró en que Ricardo Pierdant era un contratista potencial del gobierno federal. Al menos que el vocero de la Presidencia le haya mentido a 120 millones de mexicanos abiertamente, ante lo cual no creo que sea suicida político, es un hecho oficial que el personaje más allá de su dicha amistad con el inquilino de Los Pinos, no participa en ningún concurso o licitación.
Ya con eso de entrada, The Guardian manchó su pieza periodística. Y así, lo que se ve es un intento de escandalizar. Se ve y se siente la eterna cacería de brujas, que se ha tornado brutal hasta para los mismos medios, porque las coincidencias no existen.
Y en este contexto, hay que recordar que diversas empresas nacionales e internacionales tienen la mira puesta en los concursos millonarios por venir en el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (NAICM).