Las primeras impresiones aunque no se cuenten, cuentan, y cuentan mucho.
Por eso, este viernes, mientras nuestro presidente electo esté recibiendo a una parte de la elite del gobierno de EE. UU. – Kushner, Pompeo, Mnuchin, Nielsen- la moneda estará en el aire.
No significa que mañana se decida o se determine el rumbo de la relación con nuestro vecino del norte; pero sí que se marcará la pauta, sobre el tono que existirá entre ambos gobiernos. Una especie de prólogo hacia una nueva historia de amor o de terror, eso ya lo veremos.
Pero lo que es cierto es que mañana, Andrés Manuel López Obrador, tendrá su primer debut en el juego del ajedrez geopolítico. Sobre todo, porque los representantes de Trump vendrán, no a conocerlo y presentarse, sino a “calarlo” -cómo diría El Bronco-, a él y a su equipo. Mañana podrán darse cuenta con quién cuentan y quién va a ser un dolor de cabeza. Más aun, se podrán dar una idea de a quién escucha el presidente electo y a quién no. En otras palabras, quién del equipo de AMLO pesa más.
El papel que juegue el canciller designado, Marcelo Ebrard, será clave; así como el de Carlos Urzúa y el de Jesús Seade. Porque, los estadounidenses se irán con dos escenarios.
El primero, es que exista un líder nato de entre la manada. Aquel que tenga las herramientas políticas y técnicas, para sacar adelante los acuerdos y ser el principal interlocutor. Esto es, una especie de imagen y semejanza de Luis Videgaray, que monopolice la relación entre EE. UU. y México. Y más allá de que tenga – o no – los conocimientos, complique el flujo de información del nuevo presidente.
El segundo escenario, es que cada una de las partes reunidas encuentre a su propio interlocutor y surja una relación productiva, apegada a sus propias competencias y facultades.
Porque si resulta lo contrario y solamente nacen diferencias, estaremos en el supuesto uno: el de volver a monopolizar la relación.
Eso, como ya ha sido probado en los últimos 11 meses, no sólo ha complicado la relación bilateral, sino que también ha dificultado el desahogo de algunas de las cláusulas más delicadas dentro del Tratado de Libre Comercio y, por lo tanto, obstaculizado el exitoso desenlace de lo que sería un TLC 2.0.
En cualquier caso, lo importante es que el tono, viniendo del presidente electo y de sus súbditos, sea el adecuado. Eso significa que no sea uno retador, soberbio y cerrado. Pero tampoco uno entregado, sumiso e informal. Hay que tener en cuenta que esta reunión no puede ser un careo más, ni una operación foto más.
Evidentemente el tono tendrá que ser cordial, para tratar de relanzar las pláticas y la relación bilateral. Pero, de ninguna forma podrá caer en la tentación de optar por un tono beligerante, que lo único que hará será poner en evidencia el temperamento del nuevo gobierno y, por tanto, las debilidades.
El único que falta por estar confirmado en la reunión, es el Jefe de la Oficina de López Obrador, Alfonso Romo. Que, si usted lo piensa bien, en caso de estar, podrá decir mucho, y en caso de que no, también. Porque si no está, podría significar que, o es muy importante -quizá el más importante en el equipo de transición- o realmente no tiene tanta injerencia, al menos en asuntos internacionales, cosa que no creo. Si sí está presente, es porque es incuestionable lo que hemos visto: el empresario regiomontano representa el poder, detrás del poder.
En ese sentido, la primera partida de ajedrez del presidente electo, AMLO, tiene los todos los signos de una primera reunión como estadista. En ella se estarán jugando empleos, miles de millones de dólares, la seguridad y los equilibrios políticos de nuestra región.
Quizá por eso sea tan importante que AMLO, sea como sea, saque “el colmillo político” y haga constar que es presidente, no solamente porque la voluntad del pueblo así lo confiere, sino también porque tiene las capacidades y la experiencia para lidiar con los gigantes de la política, en este caso con un gigante tan frustrante, como lo es Donald Trump. Al tiempo.