No sé si es un defecto de nacimiento o la humanidad siempre recordará con nostalgia su pasado.
Que disque según los padres y los abuelos de esta generación nosotros no “damos el ancho”, que los tiempos anteriores eran mejores, que hemos destruido lo poco o mucho en lo que se supone se había avanzado.
La misma percepción se tiene en los asuntos de la política. La innombrable política en las mesas familiares, sobre todo en época electoral, porque divide, no es y nunca ha sido parte de las conversaciones de buenos modales.
Pero, ahí se cuece la misma haba. Un país que hace doce años celebraba a su oposición, hoy es el mismo que pide con clamores que “estábamos mejor” con el partido de los 70 años.
Comunidades que dejaron de creer en las nuevas apuestas dentro de todos los partidos porque los “muchachitos” a los que se les heredó el changarro en medio de la incipiente democracia no funcionaron.
Ciudadanos decepcionados de tener que sortear las “aventuras” de quienes “en su casa los conocen”.
Entonces, no es sorpresa que el presente tenga un sabor de retroceso en todos los sentidos.
La decepción es tal que no genera credulidad en lo nuevo. Al contrario, mejor sigamos apostando a aquellas trayectorias que, aparentemente, han sido “rebeldes”, pero que en realidad siguen formando parte de la lista eterna de las cosas que sostienen al status quo.
Ahí tiene la desesperada reacción de diferentes frentes políticos en este estado y en otros, en una búsqueda frenética por el “tótem”, el “Mesías”, el “elegido”.
Una competencia electoral que no represente el riesgo para nadie, pero que apele a los buenos tiempos en donde imperaba ese discurso que nos vendieron del progreso, el orden y el control.
Entonces, ahí tiene el desfile de nombres y apellidos que llevan consigo la consigna de “más vale malo conocido que bueno por conocer” o aquella muy tradicional de “más sabe el diablo por viejo que por diablo”.
El mismo monopolio de poder político que ha minado la competencia democrática, pero sobre todo la competitividad.
En donde pocos son los que realmente trabajan para merecer ese “pedazo” del pastel de la política.
No es que no existan, pero quizá no pertenecen a esas clases casi intocables que, apoyadas por otros monopolios, construyen minas de tal poder.
La generación que va caminando hacia una moda “retro” también está creando un sombrío panorama para el futuro de las alternativas políticas.
Porque incluso en esas que parecen alejarse de “con el PRI estaríamos mejor” o “todo sería distinto si hubiera ganado López Obrador”, son tan o más cercanas al pasado.
No nos sorprenda entonces los nombres de los candidatos de la independencia (no me gusta usar la palabra independientes porque son en la Ley más no en la realidad) tengan conexión con ese pasado, que sean todo menos desconocidos y que en algunos casos estén perpetuando su poder unos años antes de morir.
Sí, está generación que no tiene la misma percepción de sí misma, poco involucrada en los hechos en la política (escribir en Facebook no cuenta), dispersa y de pocas convicciones, rendida de promesas incumplidas, emocionalmente vulnerable por la desestabilidad laboral y amorosa…
Hoy, va a poner de moda a los candidatos “vintage”. Esos que tampoco ofrecen, ni siquiera en narrativas, esperanza de futuro.