¿Cárcel o COVID? ¿Qué prefieres?

Estuvo en la cárcel acusado de un delito que no cometió. Ahí sufrió la peor crisis de su vida, pero también ahí creó un negocio que hoy les da esperanza a los presos. Jorge Cueto estuvo un año en el penal preventivo de Puente Grande, acusado de fraude a una empresa en la que había […]

Estuvo en la cárcel acusado de un delito que no cometió. Ahí sufrió la peor crisis de su vida, pero también ahí creó un negocio que hoy les da esperanza a los presos.

Jorge Cueto estuvo un año en el penal preventivo de Puente Grande, acusado de fraude a una empresa en la que había trabajado años antes. Pasado ese tiempo, le dijeron el clásico: “Usted disculpe”, y quedó libre.

La prisión marcó a Jorge para siempre. “Nuestras cárceles son un lugar donde la corrupción, la violencia, la tortura, inclusive, es algo común”, dice.

Ahí, tras las rejas, se dio cuenta de que muchos presos estaban en la misma situación que él: eran inocentes, pero aún así eran encarcelados por años, pues luego de quedar libres, no había una opción de trabajo honrado para ellos.

“La mayoría de la gente que está dentro de la cárcel es muy joven, tienen entre 19 y 29 años. Y los procesos, cuando obtienen la libertad para poder reinsertarse a la sociedad, son nulos. En este país no existen”, dice.

Jorge vio cómo la delincuencia organizada se aprovechaba de esa necesidad de trabajar. Muchos que habían entrado inocentes a la cárcel se veían obligados a delinquir para sobrevivir.

Ahí nació el proyecto Prison Art, un emprendimiento social que busca reinsertar a los presos al mundo laboral para evitar que sean captados por el narcotráfico.

Jorge diseñó un modelo de negocio en el cual los presos tatúan diseños únicos en piel y crean productos exclusivos (como chamarras, carteras y bolsas) que son vendidos en tiendas boutique de Europa y México, y en todo el mundo por e-commerce.

Los presos, al aprender un oficio y ser liberados, son invitados a seguir trabajando en Prison Art, con lo que no tienen que delinquir para poder comer.

En medio de la crisis sistémica provocada en todo el mundo por el COVID-19, Jorge tiene claro que esto no es lo más difícil que ha vivido. Lo peor, dice, fue no ser libre. “Que tú no puedas decidir qué te pones, a dónde vas, a qué hora comes, a qué hora te levantas, si puedes ir a algún lugar o no… Cuando unas personas que tú no conoces deciden por ti… Esa situación es aterradora y no se la deseo a nadie”.

Como todos los negocios, Prison Art ha padecido la pandemia. Sus tiendas estuvieron cerradas casi cuatro meses, Jorge tuvo que reducir gastos, correr personal, eliminar el costo de la renta de un piso de oficinas. También frenó sus planes de expansión de tiendas y muchos otros proyectos. “Mientras no exista una vacuna, esto va a seguir incrementándose de forma exponencial. No hay motivo por el cual vaya a ser de otra forma”, reconoce.

Pese a todo, para Jorge esta pandemia no se parece en nada a lo que vivió al estar en la cárcel. Hoy, asegura, tenemos todo para salir adelante. “Esto es duro, definitivamente, pero es una cuestión que tenemos que trabajar, tendremos que usar nuestra creatividad, ver para adelante y buscar caminos alternativos. Sé que es difícil, que todo mundo está sufriendo, pero hay que seguir trabajando y seguir hacia adelante…y vamos a salir. Lo único que no podemos hacer es quedarnos parados.”

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