Casas sin ciudad
Hace algunos años mi madre adquirió su primer y único crédito hipotecario –bueno, creo que no le alcanzaría la vida para otros-.
Para nosotras, inmersas en una situación familiar adversa, esta oportunidad que da la vida burocrática significó la diferencia entre nuestra futura calidad de vida y no tenerla.
Indira KempisHace algunos años mi madre adquirió su primer y único crédito hipotecario –bueno, creo que no le alcanzaría la vida para otros-.
Para nosotras, inmersas en una situación familiar adversa, esta oportunidad que da la vida burocrática significó la diferencia entre nuestra futura calidad de vida y no tenerla.
La clave de esa ventaja fue una decisión importante que hizo la diferencia: encontrar una casa que se ajustara a nuestro presupuesto en la periferia urbana o no hacerlo, asumiendo que los costos de esto último serían muy altos, incluso más de los esperados para nuestra clase social.
Mi madre, sin tener ningún conocimiento urbano, decidió la segunda opción, la cual nos enfrentó a vivir en un cuarto muy pequeño en obra negra más cerca de donde teníamos la vida.
La pregunta que todos se hicieron en su momento fue por qué no elegir una de esas casas –casitas, cabe la aclaración- terminadas.
Ella fue contundente: no están adecuadamente construidas, son muy pequeñas y tarde o temprano –afirmaba con severidad- van a abandonarse, ¿quién en su sano juicio soportaría hacer traslados tan largos todos los días para llegar al trabajo o la escuela?
Al paso del tiempo, no sólo en ese lugar si no en muchas ciudades del país, se generó la misma historia.
Desarrollos inmobiliarios que hicieron su “negocio” ante la tierra barata de la periferia, aunado a instituciones públicas e instituciones bancarias que otorgaron créditos desde hace más de tres décadas y que, ambas a la vez, alimentaron el paradigma mexicano de hacer cualquier sacrificio con tal de tener un patrimonio propio donde sea y como sea.
¿Qué ha derivado de lo anterior? Una periferia sin planeación urbana integral que comienza a ser abandonada ante las condiciones paupérrimas de las conexiones viales (a la larga resulta costoso vivir lejos de la vida cotidiana).
Los problemas generados por la alta incidencia delictiva, pero algo todavía más allá: el hecho de que algunos de esos créditos que se descuentan con abonos pequeños cada mes, terminan sofocando la economía familiar de quienes ahí habitan.
En la periferia, esa que además la clase media pocas veces observa, viven los pobres.
Es decir, una clase social que poco (o quizá nada) incide en tales políticas públicas urbanas.
Que, además, la pobreza que en la mayoría de los casos va acompañada con ignorancia se convierte en un caldo de cultivo perfecto para los desarrollos que siguiendo la fría lógica de un mercado no regulado o vigilado terminan vendiendo casitas de un costo bajo a precios altos.
Pero la historia no termina ahí. Otra de las preocupaciones de mi madre era que los descuentos mensuales fueran correctos, y que si lo fuesen realmente se reflejara en la disminución del capital.
Algo más: que cuando terminara de pagar la deuda, obviamente pasaron años, verificar las veces que fuera necesario que realmente se había finiquitado.
El miedo no era fortuito. Actualmente, las historias con respecto a eso se repiten en muchas de estas familias.
Existen trabajadores a los que se les quita un mayor porcentaje de lo que legalmente se establece sobre sus percepciones (no debe ser mayor al 30 por cierto).
Entonces, los incentivos para que el círculo vicioso se cierre están sobre la mesa.
Si el trabajador se “engancha” con una compra a largo plazo, si los desarrollos inmobiliarios sólo ofrecen “casitas”, si la autoridad no se ocupa por el equipamiento urbano.
Si la calidad de la vivienda no importa para ninguno de los involucrados. Si los trabajadores ya no pueden pagar los créditos por irregularidades o confusiones burocráticas.
Si las instituciones públicas de crédito para la vivienda siguen dando créditos donde sea. Si se abandona una casa y por esa u otras razones, otra casa.
Si no se tiene una agenda ciudadana sobre la vivienda digna… El resultado es algo que mi madre –casi en un “golpe de suerte” de esos a los que apelamos en este país- pudo olfatear: el abandono sistemático de la periferia formal por haber hecho casas sin ciudad.