¿Alguna vez te han engañado? A mí sí. Lamentablemente, estoy segura que más de uno de nosotros tenemos una historia en donde la mentira ha sido el motor de los peores desencantos y la desconfianza.
Es justo la confianza, una vez perdida, tan difícil de recuperar tanto en los procesos personales, como en los sociales.
El atentado al Casino Royale ha sido una de las peores tragedias en la historia posmoderna de nuestro país.
No sólo dejó un saldo de 54 muertos, sino una ciudad lastimada por sus políticos corruptos, la ausencia de respuesta inmediata de parte de las autoridades de todos los órdenes de gobierno y de los prejuicios de sus habitantes.
Nos engañaron a todos. Nos mentimos y dejamos que nos mintieran.
Por eso, cuando me enteré por medio de algunos familiares la realización de una ceremonia de disculpa pública del Municipio de Monterrey, atendiendo a la recomendación de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, sentí la noticia como una cubeta, no de agua fría, sino de sabor “agridulce”.
Por una parte, igual que sucede cuando te engañan y te piden disculpas, pensé en lo cínico que nos hemos vuelto todos: ¿disculpas?, ¿como para qué?, ¿por qué hasta ahora?…
Es lamentable que los gobiernos en lugar de actuar de manera responsable ante sus obligaciones legales tengan que estarles ofreciendo disculpas a los familiares. No debería suceder así.
Pero, por otro lado, conviviendo con algunas familias en este tiempo, me he dado cuenta que esa gran herida tiene que comenzar a sanar.
Que si bien es cierto que dejamos de confiar en la palabra de los políticos, no queda de otra más que comprometerlos a que realicen la traducción de sus palabras en una justa reparación del daño.
Que esas frases de aceptación de nuestra realidad violenta, aunque no solucionan nada, sean lo mínimo que se puede ofrecer ante las graves omisiones.
Lamentable es que haya tenido que ser Margarita Arellanes y no Fernando Larrazabal, quien estaba a cargo de la administración pública municipal aquel día trágico de agosto.
A pesar de eso, los familiares valientemente las aceptaron y humildemente las agradecieron.
Esas disculpas, si realmente salen de lo más humano de quienes nos gobiernan, deben ser una expresión de un compromiso real con la justicia.
Porque las familias, no sólo del Casino Royale, sino de otros sucesos parecidos, como la Guardería ABC o News Divine, han tenido que perdonar a la fuerza de sobrevivir a su propio dolor.
De hecho, es el perdón un asunto individual que debe siempre ser respetado como decisión de cada persona.
Pero como sociedades necesitamos algo más que una disculpa pública.
Sin venganzas ni violencia, requerimos no quitar el dedo del renglón para que no suceda de nuevo.
Nos merecemos una ciudad que aprende la lección de no volverse a sentir engañada, humillada, violentada.
La transformación del dolor por esperanza, esa esperanza que, como la confianza que perdimos, no sale de la nada, sino la cocreamos gobierno y ciudadanía con acciones.
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