Casino Royale: La memoria del olvido
“El memorial debe estar en el espacio público más cercano”. Y entonces lancé la pregunta en la reunión con familiares ante la lectura de las recomendaciones –no sobra mencionar tardías- de la Comisión Estatal de Derechos Humanos: “¿A cuántos metros de ahí está el espacio público más cercano?”
Y es que de acuerdo con expertos en memoria estos espacios destinados a preservar acontecimientos históricos obtienen su significado toda vez que se encuentren en el lugar de los hechos.
Indira Kempis“El memorial debe estar en el espacio público más cercano”. Y entonces lancé la pregunta en la reunión con familiares ante la lectura de las recomendaciones –no sobra mencionar tardías- de la Comisión Estatal de Derechos Humanos: “¿A cuántos metros de ahí está el espacio público más cercano?”
Y es que de acuerdo con expertos en memoria estos espacios destinados a preservar acontecimientos históricos obtienen su significado toda vez que se encuentren en el lugar de los hechos.
No es nuevo que las sociedades en el mundo rindan tributo, honor o recuerdo, a los acontecimientos o personas que marcan la vida de una sociedad.
En sociedades violentas o en guerra esto es particularmente generado casi de manera espontánea.
Hace un par de años tenía esta conversación con Guillermo Seijo del Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México. Coincidimos en que si hay algo que puede recordarnos la tarea de “sanar heridas” por el “dolor colectivo”, es la memoria. De hecho, no puede haber representación más simbólica para nosotros los mexicanos en donde culturalmente lo aceptamos por medio de nuestro culto hacia el recuerdo, o la muerte.
Y, a diferencia de las múltiples opiniones que he leído al respecto sobre la escultura en el camellón, el debate más que de estética, tendría que ser de ética.
La palabra está implícita y no es fortuito. Si hay algo que tenemos que discutir estriba en esta pregunta: ¿por qué nos permitimos que estuviera distante del lugar que naturalmente debería ser el objetivo de “voltear a ver”, cada vez que pasamos por ahí?, ¿Por qué nos damos el lujo de debatir si está “feo”?, ¿acaso lo que sucedió fue “bonito”? No, este no es asunto para la estética.
Es interesante analizar la falta de visibilidad que le hemos dado al atentado y lo mucho que nos falta madurar como sociedad, para saber que la memoria es sólo un elemento que expresa quiénes somos. Porque los “memoriales” (que, además la palabra en español ni siquiera existe es más bien un calco de la voz inglesa “memorial”) podrían construirse sin, o con gobiernos de por medio, como lo han hecho en Colombia, Argentina o Palestina.
Ninguna sociedad tendría que esperar al mejor diseñador del mundo para entender que se amerita no la magnificencia del suceso, sino la oportunidad de comprender que la memoria ayuda para recuperar la intención social de no repetir la historia.
De esto también he hablado con Lucía González, Directora del Museo Casa de la Memoria de Medellín, Colombia.
Ella acepta que tratar el tema es todo menos tarea sencilla, hay que acompañarse de expertos para dar un mensaje que no lastime, sino más bien que nos haga comprender los sucesos lacerantes, e incluso que nos motive a la transformación.
Aunque parece sencillo, dentro y fuera del gobierno es difícil exponer o analizar los elementos de cualquier objeto que pudiera representar la memoria, porque a diferencia de otros temas, éste no es asunto de una sola persona, entidad pública o familia, los procesos de memoria, son realmente de memoria si están en lo colectivo.
La ética apela entonces a entender que la escultura en el camellón o en el “espacio público más cercano”, poco o en nada representa la memoria. Nótese que no la tragedia. La memoria.
Porque la memoria la construimos socialmente apelando al cambio o la “no repetición”. Ahí tenemos el caso de los judíos, por ejemplo, que han tomado las riendas de iniciativas públicas y privadas para conservar la memoria del “holocausto”.
Es por esa razón que representan más memoria las cruces que se colocaron desde el año de la tragedia, por familiares y amigos, que todo lo que se haga alrededor porque cumple con dos criterios: se encuentra en el lugar de los hechos y se construyó de manera colectiva.
La gran lección que nos deja la experiencia del Casino Royale es triste sobre la ética de la sociedad regiomontana…
A tres años no tenemos más que debatir que la estética del olvido y no la ética de lo que hay detrás del caso.
Ahí arrumbados, entonces, los expedientes sin respuesta, ahí autoridades y ciudadanos ausentes. Ahí padres, madres, hermanos e hijos, a los que la impunidad, la corrupción y la delincuencia, los ha dejado con mucha memoria, porque si se nos ha olvidado, en esta ciudad ocurrió una tragedia, un acto de terror, un atentado, que no podremos enterrar tan fácilmente.