La jornada electoral nos robará la atención en varios estados de la República Mexicana. Todavía ni inicia cuando el bombardeo de panorámicos con sonrisas blancas casi sacadas de algún cuento con final feliz, se asoman.
Me atrevo a pensar que es altamente probable que nos aprendamos más el “yo prometo” y su “amistad” (porque todos dicen ser nuestros amigos) efímera que sus propios nombres con apellidos.
Hoy, en la crisis álgida de la política, la incredulidad es la línea delgada entre la democracia y la inexistencia de ésta. Sobra el aparato electoral si no convence.
Es excesivo el gasto público en las campañas si no están cambiando la percepción -al menos- de las personas de la importancia de los políticos.
Quedan en el tintero las múltiples ocasiones que creímos en ellos y nos defraudaron vez tras vez.
Por eso, la generación que viene no cree en la política tan devaluada. Motivos también sobran. Esa política entregada a las manos de unos cuantos con sus respectivos “padrinos”: los narcos, los empresarios, los de la “sartén por el mango” de sus propios partidos.
Pero una entrega al fin en donde en algún momento perdimos como ciudadanos la dirección que la Constitución nos confiere.
Porque incluso aquellas banderas que suponían lo distinto, hoy usan la “independencia” para repetir el discurso de siempre repleto de frases predecibles. Sí, ya sabemos que estamos mal, que esto no funciona con el partido de siempre ni con el de la oposición ni con el chiquito, ¿algo nuevo que no sepamos señor candidato?
Esta generación está harta. Pero tal parece que los políticos no se dan cuenta. Siguen sin generar acciones de valor público, sin demostrar que saben algo más que dar buenos discursos, que afrontan los retos colectivos con sapiencia.
Siguen enfrascados en el “corto, corto, largo, largo” saludando a esa masa cuya fe -la muy poca que queda- se compra con ignorancia. Y aún comprada, se convierte en voces silenciosas donde nadie, absolutamente nadie con certeza, se considera un pendejo.
El desencanto es tal que hay quienes amenazan o motivan con no salir a votar. Tampoco es nuevo, pero crece, ¿quién quiere jugar el juego de la simulación? Apelan con tal radicalismo que a veces hasta me hacen dudar.
“Todos los políticos son iguales”, dice la voz popular. Tampoco creo eso. Las excepciones, aunque pocas, existen.
Pero, ¿en qué se ha convertido este sistema político que no les saca sus bondades a flote?, ¿en dónde están esas personas nuevas, frescas, diferentes, adaptadas al mundo que es, de visiones amplias y de ideas?, ¿en dónde quedaron los fundamentos de los partidos o la bandera trillada de que la independencia proyectaría su libertad?
No podemos permitir que sea una tradición no creer en el sistema político. Que se reivindique el poder político en México es una de las alternativas para pensar en otro futuro.
Transparencia Mexicana, una organización abocada en el tema, está promoviendo la campaña “3de3” en donde se establecen tres criterios sencillos a exigir de quienes estarán en la contienda:
1. Declaración patrimonial.
2. Declaración de intereses.
3. Declaración de impuestos.
Hagamos el ejercicio de que nos lo pongan sobre la mesa con la vehemencia con la que mandan a pegar su rostro por la ciudad.
Para quien de dedique a la política esto en sí mismo debería ser un requisito que todos podamos leer, escuchar y, por supuesto, estar atentos a las consecuencias del no cumplimiento.
La política en sí misma no es mala. Al contrario, es una forma de poder con la que hacer hasta lo imposible.
Lo que hoy hay que poner bajo la lupa es otra forma de hacer la política, de tal forma que quienes participen en ella tengan un margen claro de lo que son y lo que representan.
Porque, apelando al procurador, ya me cansé de la política al estilo de “chicle y pega” que no apela a la razón, sino a la “mesa que más aplauda”.
Y esos tiempos ya no son. El mundo es distinto, no nos podemos dar el lujo de que una decisión electoral se vuelva un capricho del azar de unos cuantos.