Admito que a veces quisiera tener el valor de “pinchar llantas” o “rallar cofres”, pero me gana la cordura para no hacerlo.
Respirar es el arte de tener paciencia en una ciudad (seguramente más de una) donde la civilización que la habita hace el mínimo esfuerzo por establecer relaciones cordiales con otros habitantes.
Y no, aquí no hay autoridad o policía de tránsito que valga la pena. Porque ahí donde hay una multa, habrá siempre alguien más con ánimo de estorbar el paso de las personas, o incluso, de otros vehículos.
Hace algunos días contaba en mis redes sociales algo que parece un chiste, pero quizá sea una aproximación cercana a la realidad: “En Monterrey, si pudieran llegar al baño en auto, lo harían”.
La mayoría de las reacciones fueron de risa, quizá una risa “nerviosa” de reconocer que adolecemos de consideración por los otros y todos pasamos por lapsos de “agandallar” aquellos espacios cuya prioridad no es el automóvil, pero se asume como tal por el ansia de salir del carro casi frente a la puerta de cualquier lugar.
Lamentablemente, este comportamiento que nada tiene de civismo, obstruye lo que se encuentra a su paso, lo mismo rampas para personas con discapacidad, pasos peatonales, parques, entradas de casas… Anexo al “chiste” que si se pudiera tener el auto a un lado, se tendría.
Estas situaciones están generando violencia… ¿Violencia? Sí. Tan sólo repase el primer párrafo.
En mi andar por los barrios he presenciado cosas peores que se derivan de un pleito, aparentemente fácil de solucionar, pero hasta las amenazas, los golpes, incluso pistolas con el cartucho cortado por un espacio para estacionar el auto.
¿Faltan estacionamientos? La lógica sin profundidad podría llevarnos a concluir que sí.
Sin embargo, si reflexionamos más sobre el comportamiento que adquieren los automovilistas lo único que pasaría es darles generosamente más oportunidad de traer el auto hasta la puerta del destino final.
Lo cual no solucionaría de fondo el problema, sino lo haría más grave.
Es el automóvil el que tiene la mayor cantidad de espacios gratuitos en el espacio público y también es por el cual todos los espacios, tanto públicos como privados, fomentan que no tengamos incentivos para caminar más o utilizar otras formas de movilidad.
Si bien es cierto que tampoco se cuentan con las condiciones para hacer esto último, también lo es que ningún mercado se ha construido sólo con oferta. Necesitamos demanda.
Comportamientos y hábitos nuevos que generen una mayor necesidad de alternativas que no sean las que alimenten una costumbre que no sólo está generando impactos negativos para el medio ambiente por la contaminación, sino que está provocando fracturas en la convivencia social.
Como dice el legislador Francisco Búrquez, que secunda el urbanista Gabriel Todd y que personas como la que escribe, o el colombiano Jorge Melguizo, lo hemos puesto en nuestro trabajo con barrios sobre la mesa en América Latina…
La planeación de las ciudades del futuro dependen más de la regulación de la convivencia que del propio uso de suelo.
Esto quiere decir que debemos estar preparados para cambiar de hábitos.
Porque no hay ciudad innovadora en el mundo que no haya hecho, tanto habitantes como autoridades, una apuesta por la convivencia en el espacio.
Por no monopolizar cualquiera para los intereses de un sólo grupo de personas, sino comenzar a crear la necesidad de dar cabida a otros que manifiesten un compromiso por la sustentabilidad, la convivencia urbana y el respeto del espacio público.
Hábitos que nos permitan si ahí podemos estacionarnos. O, incluso, si es necesario llegar hasta la puerta en el carro. De eso se trata, al menos en este tema, la tarea enorme de civilizar las calles.